RESEÑA, 1991
NUM. 213 PP. 20
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LES LIAISONS DANGEREUSES
¿FRÍA
PERFECCIÓN?
En 1989 El Festival de Otoño de Madrid había traído un Tito Andrónico de
la Royal Shakespeare Company. En 1991 el Festival volvía a
la Roya Shakespeare Company con la adaptación de la novela de C. de Laclos Les Liaisons dangereuses, cuyo argumento
ya conocía el espectador a través de las dos películas estrenadas: Las amistades peligrosas de Frears y Valmont del polaco Forman.
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Título: Les liaisons dangereuses.
Autor: Ch. Hampton
(basado en la
novela de Laclos).
Escenografía
y vestuario: Bob
Crowley.
Iluminación: Chris Parry.
Música: Ilona Sekacz.
Dirección: David Leveaux.
Intérpretes: Pip
Miller (Valmont),
Emma Piper (Merteuil),
Jane Snowden
(Tourvel),
Leigh Funnelle (Cécile),
Kate Dyson (M. Volanges),
Christopher Hollis (Danceny),
etcétera (Royal Shakespeare Company).
Estreno
en Madrid: Teatro Albéniz,
15 – XI – 90 (Festival de Otoño). |
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Después
de su rotundo éxito en Madrid con Tito
Andrónico (marzo 1989, ver RESEÑA núm. 195, pág. 9),
la Royal Shakespeare Company tiene un público de incondicionales dispuestos a agotar
las localidades. Así ha ocurrido, constituyendo uno de los centros de máximo
interés en esta edición del Festival de
Otoño. Los resultados, sin embargo, no se han repetido.
La
famosa novela de Laclos, adaptada a
la escena por Christopher Hampton,
ha pasado ya al cine en dos brillantísimas versiones que el espectador conoce
(Las amistades peligrosas de Frears y Valmont de Forman).
Aunque
la versión teatral es anterior, el cine nos ha llenado la retina de imágenes de
las que resulta difícil prescindir. Con lo cual el éxito londinense de esta
pieza se ve ahora forzado a remontar comparaciones que en principio no tuvo
que sufrir.
El
atractivo principal del teatro radica en la inmediatez de la vida creada ante
nosotros, en la verdad de las reacciones de los intérpretes, en la intensidad
de las relaciones (sobre todo si son “peligrosas”...). Esta es la baza que se
podía esperar de una compañía inteligente y experimentada, como es el
caso. Y sin embargo nos hemos encontrado ante una función formalmente
impecable, pero un poco (un mucho) fría.
Una
escenografía dominada por altísimas persianas crea un ambiente adecuado para
la intimidad fácilmente burlada, la confidencia, la trastienda y el acecho.
Funciona también oportunamente para matizar las luces como una estilizada
celosía, y su disposición en diagonal zigzagueante logra un acertado efecto de
inquietud general. El conjunto se completa con un alto buró, mueble de los
secretos, desbordado por lienzos, papeles, cintas y joyas; y un par de canapés
que serán lechos o asientos según exija la acción. Decorado único, teatral y
sabiamente jugado, sin pretensiones de excesivo impacto visual. El colorido, lo
mismo que el vestuario - también sin excesos -, prefiere los tonos muy claros,
lo cual resulta exquisito, pero un tanto frío. Se advierte, pues, un dominio
del buen gusto en lo formal; libertad para tratar con modernidad los elementos;
estética teatral que evita los excesos (en estos tiempos se agradece bastante).
El
punto clave lo constituyen los intérpretes, más que nunca cuando se trata
explícitamente de “relaciones”. En general muestran un altísimo nivel técnico:
se comportan con la precisión envidiable de un reloj en sus intervenciones,
movimientos, ritmos, uso de las convenciones escénicas (textos frontales al
espectador, escena de esgrima, etcétera). Lo más destacable es su maestría en
el decir: voces colocadas, claridad en la emisión, matizaciones de intención,
volumen o tono... Una melodiosa lección que bien debemos apreciar en un país de
espontáneas individualidades como el nuestro, donde rara vez se logra el
empaste colectivo. Sin embargo esa perfección técnica no llega
acompañada de emoción y tirón interior. Hay escasa seducción en este Valmont,
supuesto seductor profesional; hay poco atractivo en
la Marquesa de
Merteuil, la bella enredadora. Más logrados, quizá, la honesta Mme.
Tourvel, el joven Danceny o Mamá Volanges. Pero, como
hemos apuntado, lo que se echa en falta es que llegue con más fuerza al espectador
la palpitación emocional de tantas “relaciones
peligrosas”. La perfección técnica del espectáculo se queda un poco fría;
le falta alma. Los aplausos fueron también correctos, pero fríos.
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