RESEÑA,
1989
NUM195,
PP. 15-16 |
LAS
AMISTADES PEOIGROSAS
VIRTUOSOS DEL LIBERTINAJE
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Título original: Dangerous liaisons.
Producción: Lorimar Entertainment y NFH
Ltd.
para Warner Bros (USA-GB, 1988).
Argumento: La novela de Choderlos de
lacIos y la obra teatral de Christopher Hampton.
Guión: Christopher
Hampton.
Dirección: Stephen Frears.
Fotografía: Philippe Rousselot.
Música: George Fenton.
Ambientación: Stuart Graig.
Intérpretes: Glenn Close (marquesa de Merteuil),
John Malkovich (vizconde
de Valmont),
Michelle Pfeiffer (Madame de Torvel),
Uma
Thurman
(Cécile de Volanges),
Swoosie Kutz (Madame
de Volanges).
Duración: 120 min.
Distribución: Warner. Estreno: 10-III-1989.
Clasificación: Mayores de 13 años. |
GLENN
CLOSE/J. MALKOCICH
URNA THURMAN |
Stephen Frears no parecía
«a priori» el cineasta más idóneo para plasmar una nueva versión cinematográfica
de Las amistades peligrosas, con un
presupuesto multimillonario y la financiación angla-norteamericana. Sus films
anteriores (1), localizados en el Londres de nuestros días, con atención
preferente a mundos y personajes marginales, y planteamientos de cine
independiente, chocaban frontalmente con el refinado ambiente de
la Francia cortesana del siglo
XVIII y los modos de producción de la gran industria. Sin embargo, ha realizado
una obra espléndida.
Tal
vez el punto de engarce de Las amistades
peligrosas con su anterior filmografía consista en la característica de
cínico que Manuel Alcalá atribuía al
cine de Frears (2). De cínico puede
calificarse el comportamiento de los protagonistas de la obra de Choderlos de Laclos, de cínica la
mirada que Frears proyecta sobre los
personajes y situaciones.
Como
el propio Frears se ha apresurado a
declarar, nada tiene de viscontiana su versión, con una cuidada ambientación,
que enmarca adecuadamente la trama pero que nunca se convierte en protagonista
de la misma, Frears, ayudado por el
dramaturgo Christopher Hampton, ha
escrito un guión que dibuja con nitidez los rasgos morales de estos virtuosos
del libertinaje y de sus presuntas víctimas (en el fondo deseosas de serio).
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Se trata de un juego, de una
apuesta. Nada hay de personal en ello. Aparentemente. Se fijan las reglas con
unos premios y castigos. Es lo que hacen la marquesa de Merteuil y el vizconde
Valmont al principio. Diseñado el juego, cumple atenerse a él. Valmont,
avezado en lides semejantes y conocedor de las triquiñuelas del oficio,
se entrega a ello con seriedad y rigor encomiables. No se permite «licencias».
Es la imagen perfecta del donjuan de manual. La presencia física del actor John Malkovich la acentúa todavía más.
Recuerda incluso, por su hieratismo y forma mecánica de desenvolverse, a Frankenstein,
un monstruo tan peligroso como él por carecer de principios morales, pero no de
sentimientos, como luego se verá. |
El
sexo en aquella sociedad no tenía una función personalizante sino meramente
transaccional: medio de conservar y mejorar la fortuna, de tener o carecer de
poder e influencia. Desflorar doncellas o seducir casadas no es una cuestión
moral sino social. Esto es lo importante. El honor es sólo la tapadera que lo
encubre malamente. Valmont y la marquesa hace tiempo que lo saben.
Por eso su proceder sólo en apariencia es cínico. Lo suyo no es un juego de
sociedad, sino la sociedad en juego. En realidad, no se han inventado las
reglas. Ya existían, son las verdaderas leyes que rigen su mundo. Sólo que
ellos las han explicitado en su apuesta particular.
Mientras
todo se reduzca a conquistar a la «mosquita muerta» de Cécile, el juego se
desarrolla conforme a lo previsto. Más arduo es «acabar» con Madame
de Tourvel. Y lo terrible es que en el empeño, en la necesidad
de «rematar» el desafío (conseguir esa prueba escrita), Valmont llegue a enamorarse. Madame
de Tourvel es tan virtuosa que además se toma en serio el adulterio y Valmont,
por vez primera, experimenta un sentimiento que le es nuevo y desconocido.
Tarde o temprano, los juegos llegan a afectar a los jugadores. No es posible
la asepsia total. La misma marquesa de Merteuil (¡excelente Glenn Clase!) acabará por enredarse
en la maraña: no se puede ser «feminista» antes de tiempo.
Disociar
sexo y amor es peligroso. A eso alude el título original, mal
traducido/traicionado en el castellano al sustituir relaciones/enredos por amistades.
Una sociedad que ha trastocado el sentido del sexo, reduciéndolo a objeto de
cambio, lleva en sí un elemento disolvente que termina por convertirse en
subversivo.
La
Revolución Francesa está a la puerta.
Frears no
traiciona el sentido moralizante del relato de Laclos. De ahí, el final. Pero la resolución no deja de tener, a su
vez, en su puesta en escena, un algo de cínico, y a la vez de moderno. Los personajes
visten guardainfantes y pelucas, pero no son muy distintos de los que hoy se
embuten en vaqueros. No se puede jugar con el sexo. Ya nos lo había dicho Frears, con patetismo cínico, en sus
tres largos anteriores. Algunos colegas han señalado, con acierto,
algunos «anacronismos». Acentúan hábilmente que no estamos ante una versión «arqueológica»
de un texto clásico de la literatura galante
Una
rara perfección preside la narrativa de Las
amistades peligrosas. Ayuda a ello el acertado «juego» interpretativo
(teatral a ratos) que expresa a las mil maravillas el mecanismo del otro
«juego», el social. Ayuda también el excelente diálogo, procedente de la
adaptación para la escena de Hampton.
Pero sobre todo la dirección, planificación y ritmo imprimidos por Frears al relato hace que éste
discurra sin estridencias, pero como un reloj. El empaste de los diversos
elementos que constituyen la narrativa cinematográfica es mérito de Frears. Todo está en su punto. Con sus
oportunos contrastes, su poquito de pimienta y su pizca de sal. Un plato excelente
que sabrán apreciar los gourmets.
(1) Su
filmografía anterior la coml?onen: Detective sin licencia (1972), The hit
(1984), Mi hermosa favandería (1985),
Abrete de orejas (1986) y Sammy y Rosie
se lo montan (1987).
(2) Crítica a Sammy y Rosie se lo montan en
RESENA 188 (1988) 18.
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