RESEÑA,
1990
NUM.205,
PP. 15 – 16 |
VALMONT
Burla-burlando
La película de S. Frears y la de M. Forman casi se rodaron
contemporáneamente, pero se advierten notables diferencias.
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Título
original: Valmont.
Producción: Renn Productions, LTD.
(FRA-GB, 1989).
Guión: Jean-Claude Carriere, libre adaptación
de «Liaisons dangereuses» de Choderlos de Laclos.
Dirección: Milos Forman.
Fotografía: Miroslav Ondricek.
Música: dirigida por N eville
Marriner (composiciones de Francois-Andre Danican Philidor,
Joseh
Haydn, Charpentier, Mozart, etc).
Montaje: Alan Heim A.C.,E. y Nena
Danevic.
Intérpretes: Colin Firth (Valmont),
Annette Bening (Merteuil), Meg Tilly (Tourvel), Fairuza Balk (Céciles),
Jeffrey Jones (Gercourt), Henry Thomas (Danceny).
Duración: 140 minutos.
Distribución: Warner.
Próximo
estreno. |
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Llega
ahora a nuestras pantallas, un año después del estreno de Las amistades peligrosas de Stephen Frears, la película rodada por Milos Forman sobre la novela de Choderlos de Laclos en los mismos días
en que Frears realizaba su film. Una
nueva versión, muy libre ciertamente, de un original literario múltiples veces
adaptado a diversos medios: al teatro (la primera ocasión en 1935; luego
vinieron otras adaptaciones de Ernst
Múller, de Jean-Louis Martinelli,
y la de Hammpton que dio lugar al
film de Frears), a la televisión
(dos veces en Francia), a la ópera (Estrasburgo, 1974), y por supuesto al cine
(Gérard Philipe encarnó ya en 1959
una versión moderna de Valmont en Les liaisons dangereuses de Roger Vadim).
Digamos
cuanto antes que, como era de esperar, existen notables diferencias entre la
adaptación de Frears y la de Forman. Valmont es sin duda un
film menos académico que Las amistades
peligrosas, menos frío, y con personajes también menos maniqueos y
bastante más jóvenes. Aquí un cierto tono alegre, ligero si se quiere, viene a
privar a la historia de las enormes dosis de maduro cinismo que armaban el
relato de Hampton y Frears. Estos dos autores cuidaron
sobre todo la densidad dramática que ofertaba la novela, mientras que al
director polaco le ha cautivado la galería de personajes que encierra. Tampoco
el destino de los protagonistas - dominados por sus sentimientos en el film de Forman y absolutamente controladores de
los mismos en el de Frears - sigue
idénticos derroteros en una y otra versión. La comparación podría prolongarse,
pero olvidemos, en lo posible, Las
amistades peligrosas de Stephen
Frears y la novela de Choderlos de
Laclos, y hablemos de Valmont.
La
primera película europea de Forman desde que éste abandonara su país de origen vuelve a poner en evidencia las
alternancias exquisitez - vulgaridad, belleza - feísmo, elegancia - tosquedad
tan presentes ya en el tratamiento de los personajes y de la historia de Amadeus. Se repite esa especie de
divertido aire lúdico que recorre cuanto Milos
Forman toca con sus manos, y que coloca de forma casi inmediata al
espectador en un plano de agradable complicidad. Y, situados ahí, resulta harto
difícil considerar Valmont como una
propuesta crítica a la sociedad hipócrita y desigual de su tiempo, aunque el
ambiente y las gentes del XVIII tengan una presencia destacada en la película, y
mucho menos como un reflexión moral. El juego manda en el zigzagueante
itinerario sentimental que va del claustro donde las vírgenes aristócratas
cantan “lean de la lune” a la capilla
real donde se inician los pomposos desposorios de una jovencita preñada.
Son
varias las lecturas posibles en el último film de Forman. De una parte, la educación sentimental y sexual de los
seres inicialmente inocentes y manipulados por la experiencia y el revanchismo
afectivo de los adultos. Se seguiría, con relativa lógica, una consideración
en torno a la difícil - quién sabe si cómica - situación de los seres inocentes
en un entorno consciente de la propia culpabilidad. En medio, o mejor de telón
de fondo, una cierta visión irónica de las contradicciones sociales que
posibilitan tamaña tragicomedia. Y, por fin o en primer término - que
tanto da -, la enorme burla, la representación, el juego sin límites que acaba
convirtiéndose en una trampa mortal para quienes creían manejarlo a la
perfección.
En el planteamiento de Forman y Carriere,
director y guionista del film, Valmont es el frontón de todos los rebotes de una historia fundamentalmente de mujeres,
desde la indulgente y sabia comprensión de Madame de Rosemon de a la frustrada
astucia de Madame de Merteuil,
pasando por el romántico sino de Madame de Tourvel y el ambiguo
conformismo de Cécile. Valmont, utilizado a su pesar,
muere. Es su papel el de poco más que un simple peón de cuya arrogancia y
desfallecimiento - que una y otro sirven - se valen las mujeres con rara excepción.
Podría verse aquí su aquel de feminismo a la contra, es decir, de escaso recibo siempre y
cuando sean la manipulación o la tonta ingenuidad por parte de las damas las
que salgan bien paradas de esta inútil confrontación. En fin, eran otros
tiempos... supuesto que burlarse del orgullo y del deseo de los hombres pertenezaca
sólo al pasado. (En tan sarcástica conflagración, la tierna pasión de Danceny,
arpista enamorado y lector de poemas a destiempo, así como la rendición amorosa
de la guapísima Madame de Tourvel, no pasan de ser dos víctimas del nefasto
burla-burlando que las bellas gentes se traen entre manos).
Confieso
que resulta difícil repensar - maldita palabra tratándose de cine - la película
sustrayéndose del tono iconoclasta, amablemente desarreglado y dilatado, que
recorre Valmont. Es un clima a fin de cuentas, ¿cómo
de cirio?, “respirable”, a pesar de]
enredo y de la utilización de los sentimientos. Una frecuente trasgresión del
drama, casi al borde de lo ridículo a veces, impide tomarlo muy en serio; (la
caída precisa de la flecha en el lugar preparado por Valmont para el almuerzo
campestre con
la Tourvel o la resolución del encuentro de Cécile con Danceny en la casa de
citas serían claros ejemplos de lo que pretendo decir).
Valmont es un film
amable, sobre todo, con una atención preferente a la fruición por parte del
espectador que puede discurrir sin especiales sobresaltos por esa variada
galería de retratos, en personajes principales y secundarios. Personajes y
ambientes fotografiados igualmente con una cierta objetividad sin subrayar más
allá de lo necesario los aspectos sombríos o irónicos de las escenas. Los
lienzos de Fragonard y de Watteau inspiran respectivamente, según
declaración del autor, los interiores y exteriores del film.
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