.:: Crítica Teatro ::.


RESEÑA, 2001
NUM. 327 PP. 30

Las amistades peligrosas
¿Seducción o frivolidad?

Cuando habían precedido las películas sobre Las amistades peligrosas y en el Festival de Otoño de  1990 la Royal Shakespeare Company había traído la versión teatral de la novela de Choderlos de Laclos, la productora del grupo Larrañaga llamaba a Ernesto Caballero para dirigir este texto. Amparo Larrañaga, Maribel Verdú y Toni Cantó eran sus principales intérpretes.


Título: Las amistades peligrosas.
Autor: Christopher Hampton, a partir de la novela de Choderlos de Lacios.
Versión española: Mercedes Abad.
Escenografía: Gerardo Trotti.
Iluminación: Miguel Ángel Camacho.
Vestuario: Patricia Hitos.
Coreografía: Esther Acevedo.
Adaptación musical: Ángel Botia.
Intérpretes: Amparo Larrañaga, Toni Cantó, Maribel Verdú, Carmen Bernardos, Susana Hernández, Inge Martín, Nicolás Belmonte, Francisco Déniz, Esther Acevedo.
Dirección: Ernesto Caballero.
Estreno en Madrid: Teatro Albéniz, 15 – II - 2001.


MARIBEL VERDÚ/TONI CANTÓ
FOTO: SOFÍA MENÉNDEZ

El texto teatral que nos llega ahora en una buena versión y diálogos de Mercedes Abad, procede de la adaptación de la novela original hecha por Christopher Hampton para el film de Stephen Frears. Ya en 1990 en el Festival de Otoño, la Royal Shakespeare Company aterrizó en el mismo Albéniz con este texto de Hampton. Una puesta en escena impecable, con una dicción y ele­gancia en las traslaciones impecable, aunque con cierto distanciamiento frío.

El porqué de la elección de un texto y su anclaje actual, es pregunta obligada. La intención que, aparentemente, pretendían este tipo de novelas del siglo XVIII tenían algo de ejemplaridad moralizante: el análisis y condena de una sensual sociedad encerrada irresponsablemente en su mundo, sin adivinar - en el texto teatral - el castigo de la guillotina revolucionaria que se le avecina. Un golpe de efecto final que Ernesto Caballero aprovecha escénicamente muy bien.


TONI CANTÓ/
AMPARO LARRAÑAGA
foto: Sofía Menéndez

En el programa de mano, Ernesto Caballero, responsable de la dirección, hace una declaración de principios: la desesperación de una sociedad a punto de extinguirse, en la que su único modo de rebelarse es el desenfreno y libertinaje, tanto en los personajes que seducen como en los puritanos que son seducidos. Unos y otros son peligrosos. Y propone un arraigo con nuestra realidad: “ciertos comportamientos convulsos no son más que el resultado de una soterrada angustia de saberse representado en un mundo tan frágil y quebradizo como un teatro de vidrio. Tal que el nuestro”. Dudo que el espectador haga estas trasposiciones, pero indudablemente nuestro mundo actual tiene algo de eso. Sorpresivamente, las actuales sociedades pudientes exhiben un mundo que huele a frívolo y despreocupado. Las diferencias sociales se han disparado entre unos continentes y otros. La trasgresión de los principios se ha convertido en norma y sinónimo de rebeldía contra una antigua sociedad conservadora que no gusta. Tal sociedad no hace más que escandalizarse y criticar el libertinaje de la nueva, pero no acierta a ver que tales comportamientos libertinos son la conclusión lógica de una sociedad pasada y que no sabe ofrecer nuevos valores. Sólo entrega sus rancios valores y éstos resultan estériles.

Esta puesta en escena impresiona nada más levantarse el telón. Un bello y funcional decorado a base de cambiantes espejos modulares, donde los personajes se reflejan a su trasluz, expresa bien la evocación del pasado rococó, los múltiples recovecos del ser humano y el mundo frágil (de vidrio) de ciertas sociedades en peligro de extinción.

La dirección de Ernesto Caballero es acertada, ágil y con ritmo. Las transiciones de las escenas se resuelven eficazmente tanto en el cambio de los módulos cristalinos como en el resto del atrezzo. Un mayor encadenamiento de las diversas escenas hubiera disimulado mejor el punto débil de la adaptación teatral. De todos modos las casi dos horas y media se soportan suficientemente. Ello no quita que se abuse de ciertas pausas de la protagonista (madame de Merteuil encarnada por Amparo Larrañaga), y no se descubre el por qué dramático. Si se suprimieran tales pausas y se eliminasen ese trajín de muebles, creo que el ritmo sería el adecuado.


MARIBEL VERDÚ/TONI CANTÓ
FOTO: SOFÍA MENÉNDEZ

Problema aparte es el aspecto interpretativo. Todos están a una altura nada desdeñable. Confieso que no esperaba la calidad interpretativa de Toni Cantó, en un personaje como Valmont. Tal vez le falte un punto de maldad. Aquel punto insuperable en John Malkovich. Ello hace que este Valmont esté más cerca de un superficial Don Juan que de un ser más retorcido. Amparo Larrañaga despliega todas sus cualidades interpretativas acumuladas en todos estos años. Probablemente este es uno de los personajes más comprometidos de su carrera y sale suficiente bien parada, pero su juventud le traiciona. Hace poco creíble su personaje. Y hay algo más. Me ha parecido observar - y esto es peligroso - ese vicio de las antiguas actrices que se escuchaban así mismas. Ello aporta, negativamente, un cierto retoricismo a su personaje y le proporcionan un cierto olor a naftalina interpretativa. Las inexplicables pausas subrayan este matiz.

Esta “amistades” es un espectáculo digno y de categoría para una compañía privada. Creo que ha sido un error la elección tan juvenil del reparto. Da la sensación de que no se ha elegido un texto primero y después se ha buscado un reparto. Sino que se contaba con un reparto que buscaba un texto de lucimiento. Este trastoque de prioridades siempre se paga.


José Ramón Díaz Sande
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