LOS
CUERNOS DE DON FRIOLERA
Sainete
truculento
Título:
Los cuernos de don Friolera.
Autor: Ramón María del Valle-Inclán.
Dramaturgia: Ángel Facio.
Escenografía: Almudena López Villalba.
Vestuario: Begoña del
Valle-Yturriaga.
Iluminación: Jaime Llerins.
Ayudante
de vestuario: Sonia
Ofelia Santos
Ambientación
de vestuario: María
Calderón
Banda
sonora: Jesús Martínez
Fotos
de ensayos: Javier
Naval
Utilería: Susana Moreno
Peluquería
y maquillaje:
Antoñita,
viuda de Ruiz
Cartel: Miguel Zapata
Realización
vestuario femenino:
Rocío Pañero
Diseño
gráfico:
Vicente A. Serrano
Dirección
técnica:
Ernesto Ruiz Mateos
Produción ejecutiva: Sonia de Rojas
Asistente
de dirección:
Alfredo Angarita
Ayudante
de dirección: Celia
Nadal
Producción:
Teatro
Español
Intérpretes: Alfonso Delgado (elciego/Nelo
El peneque), Inma Cuevas (La moza/Manolita), Manuel Millán (Don
Estrfalario/Niño del melonar), Antonio M.M. (Don Manolito/Un limpiabotas), Pepe Soto (El Bululú/Coronel
Pancho Lamela), Josema Díez-Pérez (Rapaz del Bululú) , Rafael Núñez (Don
Friolera), Luis Arrasa (El cabo Alegría/Cardona), Nancho Novo (Pachequín), Teté
Delgado (Doña Loreta), Isabel Ayúcar (Dpña Tadea), Sergio Macías
(Don Lauro Rovirosa), Gloria Villalba (Doña Calixto), Diego Pizarro
(Barallocas), Fernando Ruíz (Teniente Campero), Pepe Maya (Curro Cadenas) y
Mahue Andúgar (Doña
Pepita).
Dirección: Ángel Facio.
Estreno
en Madrid:
Teatro Español,
26-VI-2008. |
telé delgado/nancho novo
FOTO: ROS RIBAS
RAFAEL
NÚÑEZ
FOTO: JAVIER
NAVAL |
FOTO: JAVIER NAVAL |
Valle-Inclán ha sido y
es el sueño de muchos directores de escena. Desde que la censura levantó
la veda, y aún antes, pues en los años sesenta ya era representado por
los grupos de teatro universitario, las puestas en escena de su obra dramática
se han sucedido con desigual fortuna, sobre todo cuando de los esperpentos se
trataba. Ha habido representaciones abominables y algunas aceptables, pero puede
decirse que ninguna de estas últimas ha satisfecho plenamente, no ya a la
crítica, sino a sus propios realizadores. Pocos reconocían en aquellas
puestas en escena el esperpento y dado que entre sus directores e
intérpretes estaban los más acreditados de nuestro teatro, va siendo hora de
que nos preguntemos si el genial invento de Valle no fue un regalo envenenado
para los que quieren recrearlo sobre el escenario. Visto lo visto, está claro
que da más quebraderos de cabeza que satisfacciones. Cuando nuestros profesionales se ven obligados a definir el
esperpento, suelen recurrir a lo que el propio Valle dijo de él, sin añadir nada de su cosecha. Todos
aluden a los espejos cóncavos del callejón del Gato y a los héroes clásicos que
se pasean por él, a Goya, al temblor
de las fiestas de toros, al compadre Fidel, a la superación del dolor y de la
risa y a las conversaciones de los muertos al contarse historias de los vivos Cuando son los estudiosos los que teorizan
sobre el esperpento, llegan más lejos y ahondan más. La razón, a mi modo de
ver, es que estos lo consideran, en esencia, un género literario en el que
farsa y tragedia se funden. Es, pues, una cuestión de lenguaje. Luego, si se
quiere, se puede hablar de estética. Ignorarlo ha sido, tal vez, la razón de
tanta insatisfacción, cuando no fracaso.
RAFAEL NÚÑEZ/TETÉ DELGADO
FOTO: ROS RIBAS |
Ángel Facio, al
abordar este proyecto acariciado durante largo tiempo, no ha ignorado los
fiascos sufridos por quiénes le han precedido, y ha tratado de descubrir sus
errores para evitarlos. En su opinión, la obra es una cabriola costumbrista,
apenas un sainete violento. En declaraciones previas al estreno, ha llegado a
calificarla de berrido realista. No comparto su idea. En lo que sí coincido con
él es en otra de sus afirmaciones: que desfigurar lo que ya ha desfigurado el
propio autor es una equivocación.
El
resultado es correcto en líneas generales y tiene momentos felices, como la
excelente escena
del bululú y sus muñecos. Pero tampoco
despeja las dudas existentes sobre el esperpento
y su representación escénica. Y no lo hace, porque Facio, que de acuerdo con su criterio no ha buscado tres pies al
gato en el asunto del esperpento, se ha ido directamente al sainete, pero el
sainete que le ha salido no se diferencia en su hechura del modelo clásico,
siendo el grotesco texto con su descoyuntamiento de la realidad el que le eleva
a categoría superior. La escenografía de Almudena
López Villalba da al espectáculo cierto aire costumbrista. Dividido en dos
niveles, el superior, reservado a las dependencias cuarteleras del cuerpo de
carabineros, resume la garita que describe Valle
y el mirador en el que los compañeros de armas de don Friolera deciden su
destino. En el nivel interior, una plazoleta de fachadas encaladas y floridos
adornos, está flanqueada por la casa del protagonista y la barbería de Pachequín,
que, en esta puesta en escena, sustituye a su alcoba. Sobre este conjunto,
dominándole, se sitúa el ventanuco por el que asoma su cabeza la cotilla doña
Tadea. Cuando es preciso, el billar de doña Calixta, aquí
taberna, ocupa, mediante desplazamientos de la escenografía, este espacio. El conjunto proporciona al
espectáculo un barniz quinteriano que refuerza la imagen de sainete.
FOTO: RAFAEL NÚÑEZ |
El ritmo de la representación sufre
altibajos subsanables que nada tienen que ver con los problemas de fondo de la
puesta en escena. En el terreno interpretativo, Facio no ha predicado con el ejemplo. Su afirmación de que es
conveniente que los rasgos de los actores coincidan con los descritos por Valle con el fin de evitar tener que imitarlos
mediante el recurso de la caricatura,
sólo se cumple en algunos casos, entre ellos en el de Rafael Nuñez, que borda su Friolera. No sucede lo
mismo con doña Loreta y Manolita,
interpretadas, respectivamente, por Teté
Delgado e Inma Cuevas. En ambos
casos, la deformación valleinclnesca ha sido elevada a extremos sorprendentes.
En el caso de la segunda, malentendiendo la comparación que se hace en el texto con una
muñeca de feria, la niña ñoña e inocentona que es, nos es presentada
como una deficiente mental, que, al no ser dueña de sus actos, se
comporta como una payasa. En cuanto a Nancho
Novo, que es un buen actor, su físico responde al cuarentón Pachequín,
pero su trabajo se ve perjudicado por su excesiva preocupación por subrayar la
cojera de su personaje. En el resto del reparto, se tiende a la transformación
de los gestos en máscaras. Sobran también, por innecesarias, algunas acciones,
podríamos decir que redundantes, que nada añaden a la definición de los
personajes, como aquella en que doña Tadea se orina en el
agua de la bañera con la que, segundos después, don Friolera se lavará la
cara.
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