RESEÑA, 1976
NUM. 99 , pp.18 - 19 |
los cuernos de don friolera
actualidad
cruel del esperpento
José Tamayo siempre atento a títulos de interés llevó al teatro
comercial Los cuernos de Don Friolera.
Fue uno más de los intentos de bucear en el mundo del “esperpento”. Entre los
actores se puede descubrir un Inmanol Arias y una Mari Carmen Ramírez, cantante de zarzuela, y que
actualmente tanto en cine como en televisión es un rostro familiar.
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Título: Los
cuernos de don Friolera
Autor: Ramón
María del Valle lnclán
Escenografía: Mari
Pepa Estrada
lntérpretes: Antonio
Garisa, Mari Carmen Ramírez, Juan Diego, Tota Alba, Alfonso Goda. Francisco
Portes, Servando Carballar, Carmen Heyman, Laura Musat, Felipe Ruiz de Lara,
Imanol Arias, Aparicio Rivero. Esperanza Grases, Julio Oller, José Salvador,
Curra Núñez
Dirección: José
Tamayo
Estreno en Madrid: Teatro Bellas Artes,
29 septiembre
1976 |
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Mucho
se ha polemizado acerca de las especiales características del teatro
valleinclanesco que alejan, según algunos, de las tablas a los textos
dramáticos de su autor. Para aquéllos, aun no negando la calidad de las piezas
del genial escritor, éstas constituirían únicamente un manojo irrepetible de
obras maestras del “teatro para ser leído”. Lejos de semejante opinión, hoy aparece
unánime no sólo la idea del teatro de Valle como esencialmente visual y “teatral”,
sino que se le viene a considerar aglutinante de movimientos, preocupaciones e
innovaciones técnicas y estéticas del teatro europeo contemporáneo. Con todo,
la clasicidad de Valle, su portentosa
personalidad y da asombrosa genialidad de unos textos anal¡zados
y vueltos a analizar desde mil ópticas diferentes, remiten a 1a extrema
dificultad de su puesta en escena, a la enorme dificultad que supone
dotar a la palabra valleinclanes.ca de un armazón escénico que pueda estar a su
altura hoy y en este país. No se trata, pues, tan sólo de rendir homenaje o
estudio a la obra literaria ni de teorizar acerca del valor del esperpento de
manera abstracta, sino, ante todo, de examinar las conexiones de la obra con
nuestra: realidad presente y su funcionalidad como instrumento de análisis de
esa misma ¡rrealidad.
EL
TEXTO.- Un hálito viscoso recorre el aquí y el ahora (pasado y presente) que en
Los cuernos de don Friolera se desarrolla. Un aliento trágico que no
procede del destino estatuido por los dioses, sino de la infeliz tradición
'pergeñada por la intolerancia y la miseria espirituales, que han ido
edificando con enfermiza, recurrencia, interesados dominadores e idiotizados dominados.
Esta obra de Valle alza su tablado
cruel de ignominia, oscurantismo y maledicencia en un lúcido fresco donde cada
uno de los “valores” consagrados por el conservadurismo cerril son primero desvelados
de sus ropajes de oropel y ridiculizados después en su desnudez grotesca.
No
se trata de la ridiculización por la vía del distorsionamiento de tal o cual lacra
de la sociedad española. Se trata de la corrosiva puesta en tela de
juicio de todos y cada uno de los “valores
indiscutibles” sembrados y germinados
en nuestra patria.
La
literatura que contribuye a la exaltación del honor sexual sangriento
(Calderón y sus dramas del honor, Echegaray y el Romancero con su recitado maniqueo), la calumnia envidiosa, el
honor militar, no son sino extremos que contribuyeron y aún contribuyen al
derruimiento de la ética natural y que dan pábulo a la formación de una moral
decididamente bipolarizada, propagada no ya sólo entre ,la clase dominante,
sino enraizada en el entero cuerpo social.
Es,
por tanto, una diana múltiple la perseguida por el dramaturgo, a través de un
texto en el que cada frase, cada adjetivo, contribuye en la formación de un
artefacto arrojadizo que, además de constituir la exacta representación de la
realidad, representa una crítica extremadamente cruel de la antinatural
podredumbre social:
«-A don Friolera le ha
sido arrojado un anónimo señalando el adulterio de su esposa. El militar
llora su desgracia y desamparo. Es consciente de la
barbaridad a que le obliga el formulismo, pero se resiste internamente a aceptarla. Finalmente
interroga al carabinero que está de guardia.
DON
FRIOLERA.- ¿Qué haría usted si le engañase su mujer,
Cabo Alegría?
EL CARABINERO.-
Mi teniente, matarla como manda
Dios” (1)
Ahí
anidan las tres caras de esa monstruosa realidad: el honor sexual asumido como
privilegió exclusivo, el honor militar que adjetiva como una lacra cada subversión
de su moral machista al tiempo que margina el respeto a la libertad humana y la
santificación divina de lo que no es sino un estúpido y miserable crimen sin paliativos.
No
hacen justicia al escritor gallego quienes pretenden que este esperpento se
escribió con la exclusiva finalidad de desmontar el engaño de cierto
tipo de composiciones literarias. Tampoco le hacen ningún favor quienes sólo
ven en él la crítica deshonor pasional romántico
calderoniano. Aquí campean el antimilitarismo, el pesimismo más arduo, la vida
española en su grotesco atavismo moral, en un texto de extremadas
complejidades técnicas y estéticas que constituye
si no la mejor, una de las obras maestras de Valle - Inclán.
EL
MONTAJE.- No se precisa un gran esfuerzo para identificar la rabiosa actualidad
de la pieza, la persistencia de ciertas lacras que, si bien con máscaras distintas,
siguen arraigadas en el seno de nuestra sociedad. Tampoco se oculta la ingente
tarea que supone su escenificación. Tamayo
ha pechado con la responsabilidad de ser, además, el suyo el primer montaje que
de Los cuernos de don Friolera se lleva a cabo en teatro comercial. Es
digno de elogio por lo arriesgado de la empresa y por dar a conocer un texto
capital de nuestra literatura. Sin embargo, la representación del esperpento
nos ha dejado fríos, vacíos. Ahí está, sí, el formidable texto valleinclanesco
que los actores declaman sin omitir una sílaba, pero encontramos que en ninguna
manera dicho texto ha sido enriquecido, proyectado, verdaderamente comunicado
a los espectadores. La puesta en escena de Tamayo nos ha parecido sumamente desigual. Si el prólogo y el
epílogo (visión de los personajes a través de la óptica popular del bululú y
de la enfática y mitificadora del romance de ciego) son presentados con gran
sobriedad y eficacia, no ocurre Igual en
¡la parte medular de ,la obra (donde los personajes son atacados de
frente por su autor) que ondula en una línea de aciertos y errores que termina
por destruir la armonía del conjunto.
No
pretendemos teorizar acerca de las técnicas de la distorsión ni tampoco de si
el arte naif es la forma idónea de vestir este esperpento por muy andaluza y
marinera que sea la población en que la historia se desarrolla (que Andalucía
también es tétrica no es necesario demostrarlo). Lo que sí encontramos en el
conjunto final de la representación es que se nos ha dado un Valle literario, limado de asperezas,
un Valle bonito y alegre. Y creemos
que Valle nada tiene de bonito o de
alegre, aunque en ocasiones la risa sea el vehículo elegido para asestar su
lanzazo. Creemos que el fallo principal del montaje está en la dirección de
actores. Parece como si Tamayo no se
hubiese preocupado más que de encaminar a cada uno de sus actores en un solo
registro interpretativo, cuando esa estética de la superación del dolor y la
risa en la que se mezclan “la exageración,
lo risible, lo absurdo, el horror y la pesadilla más extrema” (son
palabras del propio director) requiere un teclado de registros lo más amplio
posible.
La
actuación de Mary Carmen Ramírez
parodiando a las heroínas folletinescas, termina, en su continuo
ceñirse a los tópicos que pretende ridiculizar, por caer en los mismos excesos criticados en su sátira. Juan Diego persiguiendo la risa y el
halago del público extrema las posibilidades hilarantes de su personaje y olvida su faz
trágica. Su representación, técnica y corporalmente perfecta, resulta
equivocada y gratuita. El trabajo de Garisa
destaca, pese a sus invencibles tics, junto a los de Servando Carbailar, Carmen
Heyman, Alfonso Goda y Francisco Portes (actores todos que
intervienen en el prólogo y epílogo anteriormente citados). Desdibujado y gris
el resto del reparto. Los personajes de Los cuernos... no son fantoches
en esencia. Existen unas determinadas reglas morales que les obligan, en su
indefensión, a su actuación fantochesca. Tamayo
ha mostrado los títeres, pero ocultando los hilos que les dirigen. Ver el
mundo con la perspectiva de la otra ribera es difícil cuando se elige el arrimo
fácil de la tierra firme y segura.
(1) Los cuernos de don
Friolera (escena primera) |