RESEÑA (ENERO 1971)
(Nº 41, pp. 29 – 31) |
ROMANCE DE LOBOS
R. DEL VALLE-INCLÁN
ESPLÉNDIDA Y DISCUTIBLE ADAPTACIÓN
DE JOSÉ LUIS ALONSO.
(En estos años se comienza a
intentar representar al irrepresentable Valle Inclán.
En los años posteriores los directores abordarán otros
textos más allá de las Comedias Bárbaras. Por la
crítica se traslucen las dificultades de interpretación
de Valle, al orientar Romance, en su
tratamiento, en la línea del “esperpento”)
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Título: Romance de lobos
Autor: Ramón María del Valle Inclán.
Versión: José Luis Alonso.
Escenografía: Francisco Nieva
Música: Haffter
Producción: Teatro María Guerrero.
Intérpretes: José Bódalo (Montenegro), José María Prada (Fuso
Negro), Ricardo Merino, Gabriel Llopart,…
Dirección: José Luis Alonso
Estreno en Madrid: Teatro María Guerrero, 24 – XI - 1970
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JOSÉ BÓDALO |
José
Luis Alonso ha adaptado y dirigido, para comenzar la temporada
en el renovado María Guerrero, de Madrid, la segunda de las
Comedias bárbaras de don Ramón. Doble riesgo el que se
presentaba ante la escenificación, estreno en España, de
Romance
de lobos: el primero y más obvio, la puesta en escena de una
obra en la que tanta importancia tiene la atmósfera, y en la
que, además, gran parte de esta atmósfera está expresada en
acotaciones del autor irrepresentables (“El caballero siente que
una ráfaga le arrebata de la silla, y ve desaparecer su caballo
en una carrera infernal... Las brujas comienzan a levantar un
puente cuyos arcos surgen en la noche. Las aguas, negras y
siniestras, espuman bajo ellos con el hervor de las calderas del
Infierno... El corro de las brujas deja caer en el fondo de
la corriente la piedra que todas en un remolino llevaban por el
aire, y huyen convertidas en
murciélagos... El caballo pace la
yerba lozana y olorosa que crece en el rocío de la tapia. El
Caballero vuelve a montar y emprende el camino de su casa»,
etc...). Este primer riesgo ha sido superado brillantemente por
el director en una puesta en escena sugerente, magistralmente
iluminada, bien acompañada de música y ruidos. La colaboración
de Nieva en la escenografía y de Haffter en la música ha sido
muy positiva.
Pero existía un segundo riesgo, más sutil y más de fondo, en la
adaptación y montaje de una comedia bárbara, Valle-Inclán ha
sido un autor parcialmente estudiado por una crítica —
¿burguesa? — que ha pretendido, tal vez, limarle las uñas,
estudiando muy bien las Sonatas o el primer teatro modernista y
estético, y olvidándose demasiado de los esperpentos. Todavía
hay críticos que niegan a Valle-Inclán un puesto en la
generación del 98, calificándolo de poco crítico, siendo así que
tal vez no se encuentre en todo el teatro español una crítica
más corrosiva de la realidad española —sociedad, gobierno,
Iglesia, ejército— que la que asoma y se contorsiona en los
esperpentos de don Ramón. Hoy, por el contrario, es el
esperpento lo que más se valora y analiza, y el Valle
esperpéntico — que se anticipa en muchas cosas al teatro actual—
hace olvidar ahora al Valle estetizante y plástico. Montar,
pues, una comedia bárbara de Valle - Inclán suponía un riesgo y
una opción: o volver a caer en la mera plasticidad estética o
escudriñar el texto buscando — y quizá forzando — sus aspectos
esperpénticos. José Luis Alonso ha intentado hacer las dos cosas
a un tiempo. Y toda postura de síntesis es propicia al
descontento general: unos dirán que «eso» no es Valle-Inclán
porque están pensando en el Valle crítico-esperpéntico; otros
dirán que «eso» no es Romance de lobos porque se ha forzado el
texto para darle un sabor más social y más esperpéntico.
Señalemos, con algunos ejemplos, cómo José Luis Alonso ha
intentado añadir a la obra matices esperpénticos que no están en
el texto. En la escena primera de la tercera jornada aparece
Sabelita rezando en la iglesia de Flavia- Longa. Indica
Valle-Inclán en el texto: «Un viejo de guedejas blancas cruza la
iglesia agitando algunas llaves en manojo.» José Luis Alonso ha
convertido a este viejo de guedejas blancas en un ser anormal,
de calva cabeza hinchada y contorsiones epilépticas que cruza
una y otra vez la escena gesticulando grotescamente. Otro
ejemplo, mucho más discutible: en la escena quinta de la primera
jornada, Benita la costurera y doña Moncha amortajan el cuerpo
de doña María. Y Alonso usa dos muletas para incorporar el
cadáver, dando así a la escena un tono macabro y claramente
esperpéntico. Esas dos muletas —que naturalmente no están en el
texto de Valle— hacen de Dama María, o de su cadáver, una figura
esperpéntica. Y digo que me parece más que discutible este
recurso, porque creo que Valle mantiene siempre un respeto
extremo para la figura de Dama María, una figura que aparece
siempre en sus comedias bárbaras aureolada de dignidad, de
serena belleza, de señorío.
Tampoco está en el texto ese final, un poco facilitón en su
simbolismo, de los mendigos uniendo sus manos sobre el cuerpo de
don Juan Manuel. A Montenegro no lo matan entre todos sus hijos
—como aparece en escena—, sino sólo don Mauro, y después de
haber sido abofeteado por su padre. Y la última frase de la obra
es el amargo «¡Malditos estamos! Y metidos en un pleito para
veinte años!» que dicen los hijos. José Luis Alonso
ha
redondeado a su gusto el final, haciendo repetir la frase:
«El
día en que los pobres se juntasen...», frase que dice
Montenegro
en el texto de Valle muy al principio de la obra, y la ha
subrayado con el gesto simbólico de los mendigos estrechando sus
manos y sus cuerpos sobre el cadáver de Montenegro.
Romance de lobos es la historia estremecida del último señor
feudal, don Juan Manuel de Montenegro. Grandiosa y trágica
historia de su arrepentimiento y de la avaricia de sus hijos,
los lobos del romance. Esta historia está contada por Valle en
un estilo que, quiérase o no, no es todavía el estilo
esperpéntico. Valle escribe su obra en un estilo más cerca de
Shakespeare que de Goya. Tremendo, desmesurado, pero no
grotesco. Irónico, pero no esperpéntico. La misma pintura de los
cinco hijos de Montenegro
no está exenta de grandiosidad. Son lobos, no perros vulgares.
La interpretación desafortunada de los actores del María
Guerrero que los incorporan, no favorece el clima épico,
antagónico, de la obra. Ricardo Merino echa a perder la escena
magnífica de la capilla, desmesurada y patética, cuando su
hermano pisa la sepultura de su madre. José Luis Alonso ha
suprimido todo lo que podría haber dado un tono más positivo a
los hijos, restando así grandiosidad a la obra y a la misma
figura de Montenegro. Así, por ejemplo, se ha suprimido íntegra
la escena sexta de la segunda jornada, en la que los hijos de
don Juan Manuel luchan y vencen a los chalanes superiores en
número. En esa escena presenta Valle a don Mauro
«como un
gigante antiguo, desnudo y vencedor..., fuerte, soberbio, con la
cabeza desnuda y las manos rojas de sangre, como el héroe de un
combate primitivo en un viejo romance de Castilla». No es esta
la impresión que un espectador del Maria Guerrero que desconozca
el texto saca de los hijos de Montenegro. Sólo así se explica en
Valle la agonía violenta de don Juan Manuel, su lucha tremenda
contra sus hijos, leones y lobos, verdaderos antagonistas.
Hay, por tanto, a mi juicio, en la representación del María
Guerrero, dos fallos señalables. Al haber desvirtuado — por
supresiones de texto y por pésima interpretación de los actores
— el papel de los cinco hijos, se ha restado a la obra tensión,
violencia y grandiosidad. El segundo, como ya he indicado, es un
fallo de estilo, que al querer aproximar la obra a lo social y
esperpéntico, ha incluido aspectos grotescos o satíricos, que
rompen la unidad de estilo y corren peligro de desvirtuar lo
trágico.
Bódalo hace, como siempre, un trabajo de gran actor, aunque
físicamente no dé el papel de don Juan Manuel, como lo daba
Antonio Casas cuando lo incorporó en Águila de Blasón.
José
María Prada hace un Fuso certero, un papel de loco que parece
cortado a su medida. El resto de los actores es más bien flojo,
con la excepción de Llopart.
Escenografía, iluminación y efectos sonoros están brillantemente
conseguidos, con acierto especial en la tropa de mendigos, de
una expresividad plástica impresionante.
Lentamente se va estrenando el teatro de Valle-Inclán. Tras las
Comedias bárbaras, Tamayo ofrece Luces de bohemia, y el mismo
Alonso montó espléndidamente La rosa de papel y La enamorada del
rey. Siguen esperando Los cuernos de don Friolera, Las galas del
difunto, La hija del capitán, tres esperpentos ácidos y geniales
en los que se desmitifica la realidad española a golpe de
sarcasmo, ritmo trágico y color.
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