RESEÑA, ENERO 2002
NUM. 334, pp. 23 |
LA PUERTA ESTRECHA
LA SOMBRA DE KANTOR
La Zaranda vuelve con una producción que
se acerca mucho al Teatro de Kantor.
Tratamiento que, desde sus comienzos,
en mayor o menor grado siempre ha estado presente.
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Autor: Eusebio Calonge.
Dirección y espacio escénico: Paco de La Zaranda.
Intérpretes: Gaspar Campuzano, Francisco Sánchez,
Enrique Bustos, Fernando Hernández y Carmen Sampalo.
Compañia: La Zaranda.
Estreno en Madrid: Teatro Pavón, 7 - XI- 2001
(Festival de Otoño).
Sólo
falta Kantor en el escenario. Todo lo demás está: las
grises y viejas puertas que los actores llevan de un lado a
otro, abriéndolas y cerrándolas, asomándose o atravesándolas; el
embarcadero abandonado, también transportable, construido con
madera podrida, como esos artilugios de teatro de barraca que se
acumulaban en los escenarios de Wielopole-Wielopole o
La clase muerta; los personajes, vestidos como los artistas
vagabundos del Teatro de la Muerte, tan parecidos a
ellos, incluso en los gestos y en sus actividades. Y la música
que subraya la acción, parece proceder de las mismas fuentes
populares. Al destacar las coincidencias entre esta propuesta de
La Zaranda y las de Cricot, la compañía de
Kantor, no se pretende restar méritos al espectáculo, sino
dejar constancia de su existencia y poner sobre el tapete la
invitación a que alguien aborde el análisis de los paralelismos
existentes entre dos compañías cultural y geográficamente tan
distantes. Porque el hecho es que La puerta estrecha se
inscribe en la estética que caracteriza los trabajos de la
compañía desde su nacimiento hace algo más de dos décadas. Si
quieren que su poética teatral no caiga en el estereotipo, deben
ensayar, sin abandonar su personal lenguaje escénico, nuevos
caminos.
En La puerta estrecha se insiste en los temas dominantes
en las últimas producciones de La Zaranda, sobre todo
desde que Eusebio Calonge asumió la autoría de los
textos. La muerte como telón de fondo. Hacia ella van o de ella
vienen los personajes, gentes procedentes de Andalucía la
Baja, dónde están las raíces de la compañía, pero que, al
salir a los escenarios del mundo, se hacen universales, porque
lo que nos cuentan sucede en todas partes. En esta ocasión, hay
un viaje emprendido por una mujer y un anciano ciego, desde el
pasado, que es la miseria, hacia el futuro, sólo soñado, porque
la bruma no permite contemplado. Es una empresa acometida con
escaso equipaje, que, a pesar de ello, se convierte en un pesado
lastre. En el trayecto, imaginado recto, encuentran puertas que
se cierran o se abren a su paso, según la voluntad de sus
guardianes, y lo convierten en tortuoso laberinto, en el que se
extravían.
Las palabras se repiten una y otra vez, con machacona
insistencia. No son importantes, pero tampoco sobran. Enriquecen
un discurso que, si estuviera construido sólo a base de
imágenes, resultaría pobre, a pesar de su enorme fuerza
plástica. Ponen luz en los pasajes más oscuros y ayudan a los
actores a definir mejor a los personajes. El humor, que lo hay,
aunque sea negro, está también en el texto.
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