RESEÑA, 1986
NUM. 163, pp. 13 |
MARÍAMENEO, MARÍAMENEO
"Mialá, mujé, mialá"
En el 1986, la Muestra de Teatro Andaluz,
traía a Madrid a la Sala San Pol – hoy dedicado
al teatro infantil –
un grupo nuevo: La Zaranda. Sorprendió por el
modo de hacer teatro. |
Título:
Maríameneo, Maríameneo.
Dramaturgia y ambientación: Salvador Gallego.
Sonido e iluminación: José M, Sánchez,
Montaje: La Zaranda Teatro Inestable de Andalucía la
Baja,
Intérpretes: Gaspar Campuzano, Francísco Sánchez,
Marísa Collado, Ana Oliva,
Dirección: Juan Sánchez,
Estreno en Madrid: Sala San Pol, 1986.
Dentro
de la Muestra de Teatro Andaluz, organizada por la
Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, el grupo "La
Zaranda, Teatro Inestable de Andalucía la Baja" nos ofrece
una pieza de la que difícilmente se dirá que tiene argumento.
Maríameneo, Maríameneo, es una sucesión de imágenes y
palabras, estampas que dibujan hechos y sentimientos,
situaciones que se conectan por la permanencia de los
personajes, el marco y un tema enormemente amplio: el tiempo
paseándose con su rutina y sus recuerdos,
Por mucho que se parezca a un toro, el hombre acaba muriendo, La
vida es poco más que un tiempo, tiempo sin horas, tiempo que
viene siempre malo, que va transcurriendo hacia una corona de
flores con una banda negra en la que reza una promesa: "Tu
viuda y tus hijos no te olvidan". Es un tiempo lleno de
recuerdos amargos, los recuerdos de los otros, los que ya se han
ido, los seres queridos, Recuerdos de que también para el que
recuerda hay una lápida con un nombre ya borroso. Porque con la
muerte al fondo se repiten hasta la eternidad las mismas
acciones, sin ningún para qué. Es un tiempo de rutina, sentados
en el patio tomando el sol hasta que ya nos lo quitan, Tiempo de
reloj, persistente en su tic-tac, en medio de despojos y
carcajadas vacías.
Lo universal del tema, o mejor, de los temas - todos los temas
del existir humano - es, sin embargo, tratado por La Zaranda
desde un lugar geográfico y cultural muy concreto: Andalucía la
Baja, El lenguaje en que se recita el texto es de "ceceos"
onubenses y contracciones familiares al estilo de las gentes del
Puerto de Santa María, la calle Vicario. Las imágenes son de
procesiones, toreros, ferias, Un lenguaje del Sur con el que se
expresa un sentir anclado en los corazones de hombres de los
cuatro puntos cardinales.
Uno se pregunta si hay que leer la obra como una reflexión sobre
la precariedad del vivir humano o, más bien, como una elegía
oscura al personaje sobre el que gira toda la sesión dramática:
una vieja "madre-coraje" - acertado título que le dan los
propios autores - enlutada en soledad y patetismo. Porque es esa
mujer la que hace cosas sin "para qué", es ella la que tiene sus
"muertos llenos de yerba" y siente como "le hincan los
dientes en la garganta". Por eso, aunque "viviera cien
años, no hablaría de otra cosa". Es esa mujer que siempre
tuvo las puertas bien abiertas y ahora llena la soledad
cambiando las sillas de lugar. "Mariameneo", incapaz de estarse
quieta, siempre refunfuñando, amargando la vida a otros,
gritando de vieja toda la desesperanza acumulada en años de
espera, Una mujer hecha para llorar y esperar, Al final de su
vida, con la maleta siempre lista, no tiene donde ir... más que
a la tumba. Es, también, una mujer lorquiana.
Maríameneo, Maríameneo es una pieza con "grasia", Es
profundo el contraste que La Zaranda consigue sobre el escenario
y transmite a las butacas: se recitan sentencias terribles con
unción religiosa y se charla con gracejo propio de las gentes de
esta tierra, En la "grasia" amarga de las protestas histéricas,
de los gritos desaforados, de personajes exagerados, de un viejo
borracho que da palmas, mal baila y babea algo similar a un
canto. Una carcajada con que apagar el lamento: tomárselo todo a
chunga porque, la verdad, poco más se puede hacer, reírse.
También en lo religioso, "el último resquicio de una fe
desesperadamente abrazada al último soplo de la vida"
(leemos el "dossier" preparado para la Muestra de Teatro
Andaluz) encontramos un contraste profundo. Contraste que pone a
un lado que "... los curas no reviven a los muertos", que
"... quiten a Dios en esas cosas, nada más que los hombres...
". Contraste que, al otro lado, emplaza toda la intención y
el sentimiento de una larga tradición de rezos y procesiones de
Semana Santa, El "epílogo" de esta obra es un recurso continuo
al tema de la pasión, pero no una parodia. Detrás del cepillo de
blanquear que la vieja Maríameneo alza sobre un altar de
despojos, sigue quedando un cierto blanco de lo sagrado.
La dirección de Juan Sánchez consigue presentamos una
Maríameneo, Maríameneo, ágil, donde hay escenas
extraordinariamente conseguidas, verbigracia, la vertiginosa
representación de un Trono de Semana Santa: reconozco que me
hizo sentir profunda emoción. La escenografía, compuesta siempre
de despojos y trastos viejos, se corresponde con el texto.
Colabora una iluminación que va desde lo vertical, en que
consigue una fuerte preponderancia del claroscuro para los
momentos de mayor intensidad en la desesperación, a lo
horizontal en que se plasma casi todo el tema de la rutina. La
interpretación, sobre todo de los actores masculinos, es
coherente: alguno podrá pensar que tanto grito y tanta
gesticulación está fuera de lugar pero, a mi parecer, va de
acuerdo con el tono de la obra y con el ser de las gentes que
pretenden dibujar (no se trata de sentimientos contenidos, sino
de un sentir que estalla en amargura, en soledad, en histeria,
en religiosidad),
"Mialá, mujé, mialá", es el grito que la hija repite a
Maríameneo cada vez que, en su continuo ir de un lado a otro,
recaba en amarguras y majaderías. De eso se trata, de una mujer
oscura, desesperanzada, hablando andaluz, a la que, al menos,
tenemos que mirar.
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