I
WENT TO THE HOUSE BUF DID NOT ENTER
FUI A
LA CASA PERO NO ENTRÉ
Título: I went to the house buf did not enter.
Textos: T. S. Eliot, Maurice Blanchot,
Franz Kafka y Samuel Beckett.
Idea,
música: Heiner
Goebbels.
Escenografía
e iluminación: Klaus
Grünberg.
Vestuario: Florence Von Gerkan.
Sonido: Billy Bop.
Asistente: Wolfram Sander
Asistente
de escenografía: Carolina Espórotu Santo
Producción: Théàtre Vidy-Lausanne
Coproducción:
Edinburg International Festival 2008
(ReinoUnido), shauspielfrankfurt, (Alemania), Teatro Comunale di Bolzano /
Stadttheater Bozen (Italia), Grand Théàtre de Luxembourg (Luxemburgo),
Música, festival internacional des musiques d’aujourd’hui Strasbourg (Francia)
Encargo de Carolina Performing Arts, The University of North Carolina Hill
(Estados Unidos),
Hopkins
Center,
Darmouth College,
Hannover
(Estdos Unidos).
Apoyo:
Pro Helvetia, Fondation Suisse por la culture, en la gira.
Intérpretes: David James (Contratenor),
Rogers Covei-Crump (Tenor),
Steven Harrold (Tenor) y Gordon Jones (Barítono).
Compañía: Théâtre Vidy-Lausanne.
Dirección: Heiner Goebbels
País:
Suiza
Idioma:
inglés
(con subtítulos en español)
Duración
aproximada:
2 horas
(con intermedio)
Estreno
en Madrid: Teatro
de
la Zarzuela,
31-X-2008 (Festival de Otoño) |


FOTO: KLAUS GRÜNBERG |

FOTO:
KLAUS GRÜNBERG |
Fui a la
casa pero no entré es el título de un espectáculo-concierto en tres
partes, cada una de ellas inspirada en un texto literario distinto. Su autor es
el compositor alemán Heiner Goebbels.
La primera, se inspira en La canción de
amor de J. Alfred Prufrock, uno de los primeros poemas de T. S. Eliot. En él, el poeta presenta a
un ser sin carácter, carente de ánimo para construirse una vida a la que, por
otra parte, no encuentra demasiado sentido. Es un texto complejo en el que su
protagonista posee varias personalidades, en una de las cuales
actúa como narrador de su inseguridad y, en otra, de
oyente de su propio discurso. La traducción escénica muestra a varios actores
de porte distinguido y movimientos pausados vaciando el salón de una elegante
casa. Con gran parsimonia envuelven en paños blancos y guardan en un
contenedor las piezas de la vajilla que hay sobre la mesa, un ramo de flores y el
jarrón que le contiene. El mismo destino tiene el mantel, cuidadosamente
doblado, y los cuadros que decoran las paredes. También descuelgan las cortinas
del ventanal y sacan fuera la mesa y un maniquí. Finalmente, enrollan la
alfombra y pasan la aspiradora por la estancia vacía. Tras una breve ausencia,
regresan los mismos actores para, con idéntica lentitud, amueblar de nuevo el
salón. Treinta y cinco minutos dura la operación, los cuales transcurren en
absoluto silencio, sólo roto en dos ocasiones por el canto de sendas canciones
que, a modo de salmodias, entonan los presentes. Pudiera ser que la letra tenga
que ver con los versos de Eliot,
pero el vínculo existente entre éstos y
la acción representada no se adivina.
La
segunda parte, única en la que los personajes hablan, la fuente de inspiración es
el relato La locura de la luz, del escritor francés Maurice Blanchot, admirador de Kafka
y autor de un ensayo sobre Samuel
Beckett En él alguien, tal vez un
loco, aunque no lo aparenta, habla de la alegría que se siente de estar vivo,
compatible con la que produce el anuncio de que la muerte está a punto de
llegar. Una noticia que llega de forma inesperada, como si una luz estallara.
Las ideas de Blanchot son expresadas
por Goebbels sirviéndose de un
personaje que habita en un sórdido edificio junto a otros vecinos, a los que
vemos a través de las ventanas. Tiene la escena un breve epílogo, cuya acción
se sitúa delante de
la casa.
Un ciclista rodeado de algunas personas incorpora al
protagonista de La excursión a la
montaña, cuento de Kafka.
El hombre muestra su extrañeza porque no habiendo hecho nada malo a
nadie ni nadie a él, nadie le quiere ayudar. “¿Y si nadie fuera
alguien?”, se
pregunta.
En tal caso, varios “nadie” podrían ir con
él de excursión a la montaña y, una vez allí, cómo
no cantar a viva voz?. |

FOTO:
KLAUS GRÜNBERG |
El
espectáculo se cierra con la recreación de Worstwaed
Ho, de Samuel Beckett, texto que
el crítico admite no haber leído, pero
del que si sabe que plantea, mediante un denso monólogo interior de complicada
estructura poética, común, por otra parte, a buena parte de la obra del autor,
una reflexión sobre el final de la vida y los intentos de prolongarla, lo que
exige, por parte del individuo, un enorme esfuerzo. Convertir el final en el
principio es la fórmula para evitar la extinción, dice Beckett por medio de su
personaje. Lo que vemos en el escenario es a un grupo de personas recluidas en
una habitación que reinterpretan el texto becketiano en clave musical, de
nuevo, como al principio, en tono de monótona salmodia.

FOTO: FLORENCE VON GERKAN |
El principal problema que plantea este
trabajo es que Goebbels maneja unos
materiales literarios que el espectador apenas conoce e, incluso, ignora. Lo
importante, dice el creador del espectáculo, es abrir los textos y encontrar
imágenes que proporcionen una visión más amplia. Él puede hacerlo, puesto que
los conoce, pero ¿y los demás? Salvo los iniciados, el resto se enfrenta
a la contemplación de un ejercicio ininteligible que trata, siempre según su
conductor, de un anónimo yo que se
esconde detrás de multitud de voces que le impiden
completar
las historias que cuenta y, al que las escucha, entenderlas. Para
superar esa dificultad, la propuesta es que el espectador las complete por su
cuenta. Ardua tarea de dudoso resultado. Quizás sea mejor opción acudir a las
fuentes del espectáculo, es decir, a los textos que le han inspirado y que cada
cual extraiga sus propias conclusiones. No sería extraño que parte del
público que abandonó la sala aprovechando el intermedio lo hiciera con ese fin.
Para
acabar, un detalle ilustrativo. En el vestíbulo, minutos antes de que empezara
la función, una persona que ya había visto el espectáculo comentaba que
posiblemente aburriera, pero que no dejaba indiferente. Cuando cayó el telón,
el rostro de su acompañante confirmaba el aburrimiento y su silencio,
más estruendoso que los aplausos del respetable, su perplejidad.
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