.:: Teatro Músical ::.

NEGRO SOBRE BLANCO

innovador, audaz, DESCONCERTANTE PARA ALGUNOS, pero estimulante


Título: Schwarz auf weib (Negro sobre blanco).
Un espectáculo para 18 músicos del Ensemble Modern
Idea:
Heiner Goebbels.
Música: Heiner Goebbels: A Dead Wight Upon us de Shadow/ Landscape with Argonauts (1990); Chanonne/Lantorloops (2994) de Surrogate Cities – Suite para samper y orquesta, con la voces de Joseph Schmidt, Ben Zion Kapov-Kagan, David Moshe Steinberg, Yehoshua Wieder, Greshon Sirota y Samuel Vigoda.
Textos: Edgar Allan Poe (Shadow, leído por Heiner Müller) John Webster/T.S.Eliot (That Corpse de The Wate Land) y Maurice Blanchot (L’attente l’oubli)
Escenografía e iluminación: Jean Kalman.
Vestuario: Jasmin Andreae.
Diseño de sonido: Norbert Ommer
Diseño de producción: Stephenan Buchberger
Producción: Das TAT Frankfurt Kaaitheater Bruselas en colaboración con el Ensemble Moder Frankfurt. Con apoyo de la Fundación Deutshe Bank.
Directores de escena (instrumentos):
Michael Schmidt y Erik Hein
Músicos: Dietmar Wiesner, Catherine Milliken, Roland Diry, Matthias Stich, Lizbeth Elliot, Franck Ollu, William Forman, Uwe Dierksen, Herman Kretzschmar, Ueli Wiget, Rumi Ogawa, Rainer Römer, Jagdish Mistry, Swantje Tessmann, Freya Ritts-Kirby, Eva Böcker, Michael M. Kasper y Joachim Tinnefeld. 
Dirección: Heiner Goebbels.
País: Alemania
Idioma: alemán, inglés y francés con sobretítulos en español
Duración aproximada: 1 h. y 15m. (sin intermedio)
Estreno en Madrid: Las Naves del Español.
Matadero de Legazpi, 2 – XI - 2007.




El Ensemble modern, de Frankfurt, bajo la dirección de Heiner Goebbels, ha presentado uno de los espectáculos más originales del Festival de Otoño. Y, a la vez, uno de los más longevos pues Negro sobre blanco lleva ya casi una década mostrándose en diferentes escenarios. Goebbels se opone a la tendencia a los espectáculos de consumo, al “usar y tirar”, y ofrece a cambio la continuidad de sus trabajos.
 
Negro sobre blanco es una propuesta innovadora y audaz, que a algunos pareció desconcertar, al menos en el día en que yo asistí a la función, pero que resulta estimulante, plena de sugerencias y capaz de fascinar a unos espectadores dispuestos a dejarse sorprender por nuevas formas de concebir la teatralidad pensadas desde el rigor intelectual y escénico, ejecutadas desde la profesionalidad más exigente y susceptible de asimilar las tradiciones inmediatas al tiempo que se abren nuevas vías para la creación artística.

El formato de concierto, concierto singular, con sus momentos de improvisación,  con la capacidad de los músicos de pasar de uno a otro instrumento y con su diversidad de estilos y de ritmos, deja paso a algo mucho más ambicioso, sin renunciar nunca a la música, que constituye  elemento conductor del espectáculo.   Los músicos se transforman también en actores que ejecutan diversas acciones físicas, que leen o pronuncian textos o que permanecen en escena convertidos en elementos dramáticos o en configuradores del espacio escénico. Y la música no se limita a buscar una finalidad en sí misma, al logro de una belleza estética propia,  sino que su ejecución está supeditada al conjunto de una acción teatral de la que forma parte en el ámbito de un espacio con el que se relaciona dramáticamente, es decir, con el que establece una relación en términos de conflicto.

A la música, al movimiento coreográfico y a la plasticidad del espacio y el movimiento de los músicos-actores en su mencionada relación con el espacio dramático se suma la palabra, la palabra literaria. La espera del olvido, de BlanchotLa tierra baldía, de Eliot y, sobre todo, Sombra. Parábola, de Edgar Allan Poe, son los textos de referencia. Unos textos que proporcionan el motivo temático de Negro sobre blanco: la relación entre los vivos y los muertos. La celebración de vivir contrapunteada por su sombra, que se hace presente mediante la voz de los muertos, fundida con ese presente vivo. Metáfora de la literatura y del arte, expresada mediante la lectura de estos fragmentos en varios idiomas a cargo de los músicos-actores, pero también a través de la voz grabada de Heiner Müller, cuya huella en el espectáculo es palpable, tanto en los aspectos formales como en la concepción estética de conjunto y, quizás ante todo, en esa capacidad de dialogar con los textos de los clásicos desde la modernidad.

La resolución formal del trabajo es especialmente brillante. La música, sugestiva e intensa siempre, se combina con la belleza de los textos y con espacio escénico a la vez armónico y dislocado, que percibimos desde la perspectiva que ofrecería un hipotético foro y, a un tiempo, desde la posición habitual del espectador, que comprueba cómo se vienen abajo el arco escénico y los decorados, y  cómo se levanta un nuevo –y provisional, efímero y perentorio- arco.  Hay momentos inolvidables en el trabajo, como la conjunción de la música con el lanzamiento de pelotas de tenis contra un tambor y una lámina metálica, con la acción de echar a rodar objetos mientras siguen sonando diversos instrumentos. O la rítmica y decidida marcha de los músicos, pisando los objetos caídos, mientras continúan tocando. Pero el espectáculo en su conjunto es impecable. Pocas veces hemos asistido a una tan atinada combinación de las artes escénicas –música, poesía, performance, etc.- en un mismo espectáculo. Una lección de teatro.


Eduardo Pérez – Rasilla
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