SOPA DE POLLO CON CEBADA
ACERTADA UNIÓN DEL REALISMO Y EL
SIMBOLISMO
ENRICH BENAVENT (HARRY)
PILAR MARTINEZ (SARAH)
FOTO: VICENTE A. JIMÉNEZ
|
Título: Sopa de pollo con
cebada.
Autor: Arnold Wesker.
Versión, traducción y adaptación: Toni Lluch, J.V.
Martínez Luciano y Carme Portaceli.
Escenografía e iluminación: Paco Azorín.
Vestuario: Anna Güell.
Espacio sonoro y música: David Alarcón.
Maquetación virtual de escenografía: Enric Durán.
Construcción de escenografía: OAM Centre Cultural Sant
Cugat.
Realización de vestuario: ÉPOCA.
Diseño gráfico: Sandra Figuerola y Marisa Gallén.
Ayudante de dirección: Ramón Moreno.
Coreografía y movimiento escénico: Rocío Pérez.
Maquillaje y peluquería: Inma Fuentes.
Mobiliario: Fet d’Encrrec.
Reportaje fotográfico: Vicente A. Jiménez.
Una producción de: TEATRES DE LA GENERALITAT
VALENCIANA.
Intérpretes: Pilar Martínez (Sarah Kahn), Enric
Benavent (Harry Kahn), Manolo Ochoa (Monty), Juanfran Aznar
(Prince), Manuel Maestro (Dave), Caries Royo (Hymie), Lola Moltó
(Cissie), Anna Cediel (Ada), Martín Cases (Ronnie), Paula
Miralles (Bessie).
Dirección: Carme Portaceli.
Estreno en Madrid: Teatro Español, del 3 al 6 de
febrero de 2005.
Harold Pinter, John Arden, John Osborne y
otros menos conocidos formaron la “generación de los jóvenes
airados” (“Angry young men”). Los bautizó así el crítico John
Russell Taylor. Era una generación que recuperaba el
realismo social de Chejov, Ibsen y bebía también
de Ionesco, Beckett… Escritores que plantaron las
bases de mucho de lo que se representa hoy día.
Entre tales autores se encuentra Arnold Wesker (Londres,
1932), a estas alturas mucho más familiar porque por nuestros
escenarios ha pasado en varias ocasiones textos como Madres
(Four Portraits … of mothers), Carta a una hija, Nuestra Cocina,
Raíces y esta misma Sopa de Pollo con cebada, que
casi recién estrenada la democracia subía al Teatro Bellas
Artes, en un montaje con cánones de escenario a la italiana
y con elementos naturalistas. El texto era de 1958 y nosotros lo
contemplábamos en la temporada 1978 – 1979.
Esta Sopa forma en realidad una trilogía con Raíces
y Hablo de Jerusalén que se menciona como “Wesker
Trilogy”. De todos modos puede considerarse como una obra
aislada.
EL DESENCANTO
asistimos
a la decepción ideológica de una familia obrera judía, criada al
amparo de un esperanzador comunismo militante.
Tres fechas marcan sus vidas: 1936, año de esperanza ante
la posibilidad de derrocar al fascismo y en particular hacer que
el “no pasarán” de España sea una realidad; 1946, el
final de la segunda guerra que nunca se pensó pudiera producirse
tras el desastre de la primera y que lleva a una primera
decepción, y 1956 la total desilusión ante una sociedad
de consumo que entra con fuerza y una caída de Rusia como modelo
de sociedad utópica. En esas décadas acaecen acontecimientos
que, paulatinamente, van minando las conciencias. El grito, en
España, del “no pasarán” los fascistas, se ahogan con el
“pasaron”. El nunca más una Gran guerra (la primera), vino la
Segunda con toda su secuela de campos de exterminio y en la
siguiente década el paraíso comunista se ve manchado por las
matanzas de Stalin. Tres grandes acontecimientos como
tres símbolos de la Historia, que convulsionan los cimientos de
los más comprometidos.
Cada uno de los miembros de la familia Kahn y su
entorno van claudicando a diversos niveles, engullidos por el
practicismo de una sociedad consumística. Sólo uno de los
miembros queda en pie: la madre, mujer sin grandes proyectos
intelectuales ni dada a elucubraciones, pero sí con la necesidad
de vivir el día a día en busca de un mundo mejor, en el que
sigue creyendo.
En
1958 cuando Wesker la escribía aún no había caído el muro
de Berlín. La URSS era el contrapeso para que un capitalismo no
se desmadrase. El consumismo buscaba las grietas de los
idealismos, pero muchas comunidades aún conseguían contener sus
embestidas. Wesker venía a ser como un profeta
veterotestamentario, avisando apocalípticamente de una gran
bestia que podía engullirnos a todos. Al situar a Sara
Khan, la madre, como predicadora de una esperanza, de un
seguir creyendo en los valores y en la utopía parece que se
abría una rendija y que dejaba pasar la luz y la visión de que
es posible un mundo mejor.
Esa madre valiente, creyente en los auténticos valores del ser
humano y no dejándose amilanar ni embaucar por espejismos es una
figura épica y atractiva, pero no estoy muy seguro de que
Wesker la ponga como ideal a seguir. Más bien la intención
del autor es simplemente de denuncia de un hecho destructor que
irremediablemente se impone. Ahora en el 2005, ese profetismo se
ha cumplido. Quitadas las barreras de contención del
capitalismo, éste se ha trasformado en una bestia brutal y la
sociedad empieza a temblar ante el ataque insistente de un
consumismo que relega cualquier valor a una estúpida utopía y
que utiliza al ser humano como mera mercancía de trueque para
aumentar su propio capital.
Esta constatación actual, es posible que lleve a la versión de
Carme Portaceli a olvidar el naturalismo originario de la
pieza, muy propia de aquella generación, cuyos textos intentaban
dejar hablar a la minuciosa realidad sobre la escena,
fotografiando los acontecimientos próximos para que hablasen por
sí mismos.
REALISMO Y SIMBOLISMO
El tratamiento combina un realismo con un simbolismo en muchas
de las escenas y unas pinceladas brechtianas en lo que tiene de
canciones, plasmación esquemática y expresionista de las cargas
de la policía, así como el situar estáticamente a los actores, a
veces, en los laterales, a la espera de su próxima intervención.
Comienza por romper la barrera de platea y escenario. El formato
elegido es de una puesta en escena en la que los espectadores
rodean a los actores. Una inmensa mesa metálica – símbolo del
hogar y al mismo tiempo púlpito para arengas, canciones y
sublime estrado que encumbra a la madre, en la escena final - es
el único elemento escenográfico junto a las sillas que la
rodean. Todo este mobiliario se apoya sobre una plataforma
giratoria – lentamente gira, incluso durante la acción – con
suelo de transparentes baldosas, factibles de iluminación. Esta
aproximación física de personajes y público, crea una gran
cercanía a todos los niveles. De alguna manera, acertadamente,
nos implica en la acción.
El cara a cara de actores y público lleva a una interpretación
realista, en la que el grito crispado es fruto de la tensa
acción dramática y no tanto de la necesidad de que el texto sea
captado por el oído. Y en dicha interpretación todo el conjunto
resulta convincente en líneas generales, llegando a escenas de
gran emotividad.
ACERTADA INTERPRETACION
Destaca
especialmente Enric Benavent en la construcción del
progresivo deterioro de su Harry Kahn – el
patriarca de la familia – logrando un patético verismo. Pilar
Martínez, encarna a una Sara Kahn a la que llena de
matices interpretativos: es primitiva, dulce y aguerrida. En
cada una de ellas sabe encontrar el registro adecuado para hacer
creíble su personaje.
El resto del reparto posee altura similar, cada uno en su mayor
longitud o brevedad del papel. Dos escenas, tanto por la
situación emotiva como por la interpretación vale la pena
resaltar: los dúos madre e hijo, y madre e hija. Tales escenas
son los puntales en el discurso de Wesker. El hijo, el
que casi hasta el final mantiene la esperanza y es la
posibilidad de un futuro, también claudica. Algo similar sucede
ya antes con la hija. En esta ocasión el texto de Wesker
traiciona, un poco, la línea versita de sus diálogos y no creo
que sea problema de la actriz. Hasta este momento asistimos a un
verismo coloquial, a pesar de la línea manifiestamente
simbólica, por la que se ha optado en esta versión. No obstante,
llegados a ese punto, el texto de la hija se transforma en una
manifiesta arenga que contrasta en todo el conjunto.
La gran virtud de todo el montaje es la inteligente
combinación interpretativa y escenográfica – incluyo
atrezzo y demás elementos plásticos - entre el elemento
simbólico y el elemento realista. El tránsito entre uno
y otro, no fácil, aquí se consigue. Baste mencionar – no
voy a desvelar el misterio – la escena final cuando la
madre arenga sola a un colectivo (nosotros y los que
vendrán). Rabiosamente llena de un simbolismo
escenográfico, es aceptado porque ha sido preparado
realísticamente de antemano, a través del, ya inválido,
Harry Kahn.
|
MARTÍN CASES (RONNIE) |
LECTURA DE SOPA, HOY DÍA
Ver
en el 2005 esta Sopa de pollo con cebada, no es lo mismo
que haberla visto en 1958 o en 1978. Personalmente, creo que “ha
cambiado” porque el contexto social “ha cambiado” y, es posible,
que éste sea uno de los motivos por los que ha valido la pena
retomar el texto. Sarah, sigue encarnando el
mensaje de que en la vida, a pesar de los pesares, vale la pena
vivirla manteniendo los ideales. Sin embargo, visto el correr de
los tiempos en el que el capitalismo ya “es un potro desbocado”,
el discurso de Sarah, más que una esperanza, se
transforma en una denuncia de lo irremediable: el adocenamiento
de una sociedad que transita más por los rieles del egoísmo que
de la solidaridad y se conforma con una mal entendida “sociedad
del bienestar”, en la cual la superficialidad para a ser la
dominante y el individuo de la clase media se pierde en un
proceloso mar de egoísmos, viendo como los grandes
trasatlánticos los abandonan.
Creo que es justo una palabra de agradecimiento a Mario Gas
y al equipo del Teatro Español. La obra ha estado cuatro días en
cartel. Para esos cuatro días se ha adaptado el escenario del
Español al espacio escénico que exigía el montaje original,
ideado en valencia para el Teatro Rialto. Había veinte
mil excusas para obligar al colectivo valenciano a que su
representación se acomodase al tipo de escenario a la italiana:
las butacas del español – todavía – están ancladas al suelo; los
únicos cuatro días de representación; la reducción del público a
200 espectadores en las gradas y en total unos 400 los que se
conformasen con las balconadas del fondo… Optar por un esfuerzo
tan poco rentable en términos consumísticos, muestra el gran
amor que se tiene por el teatro y sobre todo el gran respeto
hacia el trabajo original de los compañeros de profesión.
|