RESEÑA (ABRIL 1992)
(Nº 227, pp 24) |
NUESTRA COCINA
ULTIMA GENERACIÓN
(Crítica aparecida en la revista Reseña, abril 1992.
Montaje realizado por el talle de la RESAD (Real Escuela
Superior
de Arte Dramático de Madrid), el montaje llamó
la atención favorablemente.
Entre sus intérpretes
aparece, aún alumno, Javier Cámara) |
Titulo: Nuestra cocina.
Autor: Arnold Wesker.
Versión y dirección: José Luis Alonso de Santos.
Escenografia: J. L. Raymond.
Caracterización y maquillaje: J. A. Cidrón.
Vestuario: Elisa Ruiz.
Intérpretes: Alumnos de la Real Escuela Superior de Arte
Dramático de Madrid. Producción: R.E.S.A.D.
Estreno en Madrid: Estudios Habana Films, enero 1992.
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FOTO: I.GARCIA MAY |
De la mano de José Luis Alonso de Santos, La cocina que
Arnold
Wesker creara en 1959 se ha convertido en una cocina española de
nuestros días. De ahí el título que se da a la versión que nos
ocupa: Nuestra cocina. Los personajes italianos, alemanes o
ingleses tienen ahora nombres españoles (Pablo, Ramón,
Alfredo...) y los procedentes del tercer mundo han cambiado de
nacionalidad: Dimitri, el mozo de la cocina, ya no es chipriota,
sino marroquí. También ha variado, y no poco, el texto. Y es que
la España de los noventa no es la Inglaterra de finales de los
cincuenta. Hay referencias a situaciones actuales y el lenguaje
se ha acercado sensiblemente al que el adaptador acostumbra a
recoger de la calle para recrearlo en la redacción de sus
propias piezas. La manipulación, que por exigencias ligadas a
las especiales características de la compañía alcanza incluso al
perfil de algunos personajes — Pedro, por ejemplo, no es el
joven impulsivo que aquí vemos —, puede resultar excesiva para
algunos. Pero, y eso es lo importante, en ningún momento se
traiciona el contenido profundo de la pieza.
El paralelismo establecido por el propio Wesker entre la cocina
de un restaurante que sirve cientos de comidas y el mundo —en
ambos la gente entra y sale sin permanecer lo suficiente para
comprenderse mutuamente— se mantiene. A lo largo de esa jornada
laboral que repite hasta el hastío las precedentes y anuncia
cómo serán las que sigan, los personajes van arrojando sobre los
fogones, en esta versión como en la original, sus miserias,
ahogando sus aspiraciones —el trabajo no es gratificante y tener
el dinero que libera se ha convertido en un sueño cuya
realización depende de un golpe de suerte—, buscando con
ansiedad el amor donde sólo va quedando sitio para el odio y
acercándose de la mano del cansancio y de la desesperación, que
crecen y se funden a medida que el paso de las horas hace más
sofocante el ambiente, hacia ese estallido final de violencia y
frustración.
La representación corre a cargo de un grupo de actores formados
en la Escuela de Arte Dramático de Madrid. Es el resultado de un
taller realizado en el curso 1990 -91. La elección del texto de
Wesker obedeció, además de a su interés, a que permitía la
participación de un elevado número de actores, veintidós
exactamente, en papeles de similar importancia. Para su
presentación al público encontraron los estudios
cinematográficos Habana Films, en cuyo plató, de irregular
planta, alzaron la sugerente escenografía de Raymond y
dispusieron un breve espacio para acomodar a apenas un centenar
de espectadores. Se trataba, en principio, de ofrecer unas pocas
representaciones. Sin embargo, el éxito obtenido les animó a
prolongar su estancia en el local y a plantearse el paso a otros
escenarios. Ojalá lo consigan. Se trata de una propuesta teatral
de gran dignidad que merece ser conocida.
Alonso de Santos, también responsable de la dirección escénica,
logra mover a los actores por el difícil escenario con fluidez y
equilibrio. Hay una armonía en el conjunto que nunca se quiebra,
ni siquiera en los momentos finales de la primera parte, cuando
la actividad en el restaurante adquiere un ritmo endiablado, o
cuando cerca del desenlace de la obra Pedro destroza cuanto
encuentra a su paso.
En un reparto en el que no hay protagonistas ni personajes
secundarios la interpretación mantiene un tono medio más que
aceptable que se va elevando a medida que la representación
avanza. Es el resultado de la labor que viene desarrollando la
Escuela en los últimos años. Pero sería injusto no destacar el
trabajo de algunos actores. Javier Cámara hace una verdadera
creación del personaje de Kiko, el cocinero nuevo. Su escena con
Irene Sanz —en el papel de Violeta— es espléndida y brinda uno de los
momentos más emotivos de la representación. Laura Carenas en el
papel de la cocinera Berta, Pedro Hernando en el del pastelero
Pablo —el «alter ego» de Wesker—,
Angel Gutiérrez, Rosa Estévez,
Manuel Gandásegui, Juan Sanjosé y Andoni Gracia son otros
nombres que añadir a esta necesariamente breve relación. Algún
otro queda, sin duda, en el tintero.
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JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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