¿DÓNDE
ESTÁS, ULALUME, DÓNDE ESTÁS?
Allan
Poe, un héroe irrisorio
Título: ¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?
Autor: Alfonso Sastre.
Escenografía: David de Loaysa.
Vestuario: Javier Artiñano.
Iluminación: Satori.
Espacio
sonoro: Mariano García.
Ayudante
de dirección: Esther Gimeno
Producción
ejecutiva: Rosario Calleja
Intérpretes: Chete Lera (Poe), Zutoia Alarcia
y Camilo Rodríguez.
Dirección: Juan Carlos Pérez de
la Fuente.
Estreno
en Madrid: Teatro Español,
13 – IX - 2007. |
CHETE LERA
FOTO: O. GONZÁLEZ |
Uno
de los elementos esenciales de lo que Alfonso
Sastre definió, refiriéndose a buena parte de su producción dramática, como
tragedias complejas, fue la presencia en ella de los que denominó héroes irrisorios.
Lo eran Miguel Servet - el respetable científico, al que convirtió en un individuo desgarbado -, Viriato – un
tipo mal encarado- y Emmanuel Kant – un anciano decrépito. En ¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?, ese
papel se lo adjudicó a Edgar Allan Poe, el gran escritor
estadounidense, que es mostrado, a las puertas de la muerte, como una víctima
de los efectos devastadores del alcohol. Al concluir su redacción en 1990, un Sastre desencantado por la escasa atención prestada a su obra anunció que
abandonaba la escritura teatral. Aunque afortunadamente no cumplió la amenaza,
en aquél momento su adiós algo tenía de testamento o de legado estético. Por
eso, sólo una lectura apresurada de la obra limita su contenido a la peripecia
de un borracho incapaz de resistirse a la bebida o su búsqueda infructuosa de
la estación de ferrocarril a la que dirigía sus pasos. La distancia que separa
el puerto de Baltimore de la estación, apenas una breve etapa en su viaje desde
Filadelfia a Nueva York, se convierte en un laberinto
por el que deambula durante varios días y cuya única salida será el cementerio
al que fueron a parar sus restos. Un laberinto en el que encuentra a un sinfín
de personajes con los que se relaciona fugazmente, sin lograr entenderse, ni
siquiera en las cuestiones más elementales. Seres a los que pide ayuda y se la
niegan o que, cuando se la brindan, le hunden aún más. Náufragos tan perdidos
como él que le arrastran al abismo.
FOTO: O. GONZÁLEZ |
¿Dónde
estás, Ulalume, dónde estás? es el drama
de la incomunicación, del hombre rechazado por su entorno. Drama que se hace
más doloroso cuando ese hombre es un intelectual cuyo discurso no cala en la
sociedad a la que va dirigido. En medio de su desolación, el Poe de Sastre intuye que su soledad conduce a
la
muerte. A punto de que su mente se sumerja en las tinieblas
del delirium trémens, busca
desesperadamente un asidero que le salve del desastre. Sucede muy pronto, en el
acto cuarto de los veintiuno
en que se divide la obra, cuando las farolas de gas se convierten,
a sus ojos, en cipreses, de modo que la calle por la que camina cobra la
apariencia de una avenida que desemboca en un gran cementerio. En el silencio
mortal de la noche, escucha los versos de su poema Ulalume, aquel en el que el protagonista sostiene en sus brazos el cadáver
de su amada para depositarlo en su tumba. Creyendo haber llegado de nuevo a
ella, en realidad lo ha hecho a la entrada de una taberna. Antes de perderse en
su interior, donde se ahogará de ginebra, en el aire queda, sin respuesta, la
pregunta que da título a la obra: “¿Dónde estás, Ulalume,
dónde estás?”. Ni siquiera los muertos acuden en su ayuda.
CHETE LERA
FOTO: O. GONZÁLEZ |
Juan Carlos Pérez
de
la Fuente quiso
representar esta obra cuando dirigía el Centro Dramático Nacional. Su
propósito era cerrar con ella un ciclo dedicado a señalados autores del
teatro español del siglo XX, que había iniciado con Pelo de tormenta, de Nieva y continuado con La fundación e Historia de una escalera, de Buero Vallejo, San Juan, de Max Aub, y El
cementerio de automóviles y Carta de
amor, de Arrabal. No pudo ser, más su proyecto
no cayó en el olvido. Ahora, cuando
su actividad profesional se desarrolla
en el campo de producción privada, lo ha culminado, y lo primero que hay que
decir es que, disponiendo de medios materiales limitados, la puesta en escena
no desmerece de aquellas que se hicieron bajo el paraguas de un centro público.
Y ello se ha hecho con absoluto respeto a la integridad de
la obra. Que los veintiún
personajes sean interpretados por sólo tres actores, es, sin duda, una
necesidad, pero no gratuita, sino que se acoge a una sugerencia del autor,
quién, al publicar la pieza, incluyó una nota en la que decía que un actor con
el suficiente entusiasmo podía asumir diez papeles y que una actriz podía
representar todos los femeninos. Tan previsto tenía Sastre la posibilidad de hacerlo así, que, en las propias
acotaciones, facilita la tarea del director al indicar como el actor que se
desdobla debe pasar de un papel a otro sin abandonar el escenario y con
naturalidad. Por ejemplo, un cambio de gorra es suficiente para que el empleado
de la taquilla de la estación se convierta, primero, en el encargado de la
consigna y, acto seguido, en el cocinero de
la cantina. La única
licencia que se ha tomado Pérez de
la
Fuente ha sido la de transformar algún personaje masculino en
femenino, buscando, sin duda, una distribución más equitativa de la carga interpretativa.
C. RODRÍGUEZ/ Z. ALARCIA/ CHETE LERA
FOTO: O. GONZÁLEZ |
El reparto cuenta con un excelente
trío de actores. Chete Lera es un Poe que conmueve en su viaje autodestructivo, contenido
incluso cuando el alcohol hace estragos en su organismo y pierde el control de
su mente y de sus movimientos. Zutoia Alarcia, que ya actuó en esta obra en 1994, cuando la
representó en otro esplendido montaje
la compañía Eolo, y Camilo Rodríguez dan vida a toda la galería de personajes que
pulula alrededor
del protagonista y consiguen trazar con nitidez y
eficacia los rasgos esenciales de cada uno, a
pesar de que, en numerosas ocasiones, sus intervenciones son breves. |
Respecto
a la puesta en escena, David de Loaysa ha resuelto con eficacia las dificultades que
plantea reproducir los múltiples lugares en que transcurre la acción sin
realizar ningún cambio escenográfico. Un bosque de estilizados armazones
metálicos plantados en el suelo y un tablero alargado que gira alrededor de un
eje fijado en uno de sus extremos bastan para recrear el muelle de un puerto,
diversas dependencias de una estación de ferrocarril, una taberna, el interior
de un vagón, un hospital, un cementerio y diversas calles y parques de la
ciudad de Baltimore. Mención especial merece la iluminación diseñada por Satori. Ha
logrado que, a pesar de que durante buena parte de la obra es de noche, veamos,
contra lo que suele ser habitual, lo que sucede en escena. Los elogios son
extensibles a Javier Artiñano,
quién, como es habitual en los trabajos de Pérez
de
la Fuente,
ha creado el vestuario.
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