MANIQUÍS
SEGISMUNDO
EN LOS GRANDES ALMACENES

FOTO TRATADA: J. R. DÍAZ SANDE |
LA NOCIÓN PLATÓNICA Y CALDERONIANA
DE
LA EMERGENCIA DE
LA CAVERNA
Título:
Maniquís.
Autor: Ernesto Caballero.
Escenografía: José Luis Raymond.
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo.
Vestuario: Bengoa Vázquez.
Espacio
sonoro: Nacho García.
Asesora
de movimiento: Esther
Acevedo.
Fotografía:
Marc
de Cock Buning
Prensa: Galán Comunicación
Producción: Compañía Maniquís
Ayudante
de Dirección:
Aitana
Galán
Intérpretes: Karina Garantivá (E.W.),
Arantxa Martín
(C.H.),
Julia Moyano (M.C.),
Alexandra
Nicod
(L’O),
Ainhoa Santamaría (P.B.).
Voz del
vigilante: Pepe Viyuela.
Dirección:
Ernesto Caballero
Estreno
en Madrid: Teatro del Arenal,
Sala
II, 18–IX-2008. |


FOTOS: MARC DE COCK BUNING |
Cinco maniquís
cobran vida de pronto. Su nacimiento, como todos, se verifica con una huella de
sangre, lo que remite, ya desde la primera réplica, a una dimensión simbólica y
mítica. Los ecos calderonianos y el motivo de Pigmalión y Galatea
aparecen enseguida en el horizonte, pero también otras reminiscencias dramáticas,
literarias y filosóficas, irónicamente amalgamadas con guiños publicitarios
fácilmente reconocibles.

FOTO: MARC DE COCK BUNING |
Ernesto
Caballero vuelve a algunas de sus obsesiones dramáticas. El
espectador que haya seguido su trayectoria puede reconocer parentescos con Auto o con Rezagados, con Te quiero,
muñeca o con Un busto al
cuerpo, por ejemplo. La noción platónica y calderoniana de la emergencia de
la caverna y el deslumbramiento ante la luz exterior, la que emite el sol o las
luminarias de la corte o de la ciudad moderna aporta uno de los elementos
sustanciales del conflicto que afecta a los monstruos o a los muñecos
convertidos en seres humanos. Como Segismundo trasladado del encierro
en la cueva a la vida acomodada de palacio, estas muñecas reducidas a su
función exhibicionista e inerte se
liberan
– no sin violencia - de su drástico confinamiento y, al cobrar vida, se ven obligados
inevitablemente a tomar decisiones, a ejercer la libertad, lo que comporta el
miedo y el riesgo.
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El crimen
primigenio de la mitología se presenta inseparablemente unido a ese despertar,
ingenuo y perverso, a esa toma de
conciencia, a esa precipitada adquisición de la propia identidad. Las
resonancias platónicas y calderonianas se mezclan así con la mitología griega y
con el relato bíblico, pero, sin obviar el homenaje a esos modelos literarios y
teatrales, la ironía impregna su tratamiento, y a la mitología clásica se
superponen las imágenes de los estridentes paraísos modernos, gobernados por la
obsesión consumista y por el desenfreno publicitario, como ocurría también en Auto, acaso la obra más lograda de Caballero.
No acaban aquí las
referencias. El relato gótico o la tradición de los autómatas o los artefactos
inopinadamente animados había inspirado ya Te
quiero muñeca y vuelve a reaparecer en Maniquís. La voz del vigilante, ya muerto, pero dramáticamente operativo
aún, recuerda a El hombre deshabitado,
de Alberti y a la teatralmente
fecunda tradición del auto sacramental. Y la semejanza con el género, y también de
nuevo con La vida es sueño, se acentúa con la imagen inquietante,
sugestiva y entrevista de la muerte, del final de quien no se atrevió a
adentrarse en la aventura de la vida y
se sumergió de
nuevo en la cueva. Y cabría apurar la
similitud con el auto en la secuencia que nos muestra al personaje de E.W.
convertido, sin sentimiento alguno de vergüenza o maldad, en prostituta
callejera, lo que prolonga su condición de maniquí, vivida ahora con sarcástica
crueldad, a pesar de su inocente mirada.
Maniquís
ofrece un mundo de sugerencias a través de un espectáculo aparentemente leve y
humorístico, pero incisivo y coherente, en la línea del mejor teatro de Caballero. Su lenguaje sugiere la ligereza y la banalidad
de los intercambios mecanizados en la sociedad de consumo, tan soeces, pese a
su fingida asepsia. Pero no puede pasar
inadvertida la cuidadosa elaboración de ese lenguaje: juegos rítmicos,
recurrencias, citas, reclamos publicitarios, remedos de frases hechas o figuras
retóricas que impregnan el discurso con buscada informalidad permiten atisbar
el dominio que del lenguaje dramático ha adquirido Caballero.

FOTO: MARC DE COCK BUNING |
La propuesta la
encarnan cinco actrices jóvenes, alguna
de las cuales habíamos tenido ocasión ya de ver en Presas, de Ignacio del Moral
y Verónica Fernández, que había
dirigido el propio Ernesto Caballero.
El trabajo gestual, la transición desde su condición de muñecas a la de
mujeres que buscan una identidad y un camino en la vida constituye el aspecto
más vistoso y brillante de su interpretación, pero su tarea no termina ahí,
sino que se prolonga en una sugerente y compleja evolución hacia un personaje con individualidad propia.
Sobre la labor de estas actrices descansa un
espectáculo mostrado con suma sencillez. Hay que destacar una muy eficaz
iluminación de Juan Gómez-Cornejo y una escenografía funcional y precisa de José Luis Raymond. Lo demás, queda
confiado al texto y al trabajo coral de este grupo de intérpretes que están
comenzando su vida profesional, pero que demuestran ya una calidad notable. Alguna de ellas se muestra especialmente
prometedora, pero, como decían los viejos críticos, la circunstancia de su
trabajo colectivo aconseja repartir el elogio entre todas ellas. Todas merecen
una justa felicitación.
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