.:: Crítica Teatro ::.

LA ESTRELLA DE SEVILLA
LA DESMESURA DEL HONOR

Título: La Estrella de Sevilla.
Autor: Atribuida a Lope de Vega.
Versión: Eduardo Vasco
Música: Can, Vitamin C (Lp. Ege bamyasi 1972), Halleluhwah (Lp. Tango mago 1971), Giusppe Tartini (1692-1770) Sonata en sol menor Il trillo del diavolo
Espacio sonoro: Eduardo Vasco
Asesor de verso: Vicente Fuentes
Iluminación: Miguel Ángel Camacho
Escenografía: Carolina González
Vestuario: Lorenzo Caprile
Violín barroco: Isaac M. Pulet
Intérpretes: Daniel Albaladejo (Rey Don Sancho), José Vicente Ramos (Don Pedro de Guzmán), José Ramón Iglesias (Farfán de Ribera), Francisco Rojas (Don Arias), Mon Ceballos (Don Gonzalo de Ulloa), Jesús Calvo (Fernán Pérez de Medina), Arturo Querejeta (Busto Tavera), Jaime Soler (Sancho Ortiz de las Roelas), Muriel Sánchez (Estrella Tavera), Paco Vila (Clarindo), Eva Trancón (Natilde), Fernando Sendito (Don Manuel), Jesús Hierónides (Don Iñigo Osorio), Ángel Ramón Jiménez (Alcalde)  
Dirección: Eduardo Vasco
Estreno en Madrid: Teatro Pavón (Compañía Nacional de Teatro Clásico), 1- IV-2009.

DANIEL ALDABADEJO/
MURIEL SÁNCHEZ

EVA TRANCÓN/
ARTURO QUEREJETA
FOTOS: CNTC


FOTO: CNTC
La Estrella de Sevilla es una tragedia siniestra y fría, que ha gozado, no obstante, de una singular fortuna escénica. Acaso lo extremado de sus situaciones, la desmesura moral de sus personajes o  el efectismo, no exento de truculencia, de algunos de sus episodios hayan contribuido a ese interés por la obra, objeto de diversas escenificaciones, refundiciones y adaptaciones. La tragedia, tal como nos ha llegado,  resulta excesiva y desigual, posiblemente debido a que ha sufrido intervenciones de distintas plumas, lo que hace difícil,  todavía hoy, la segura atribución de La Estrella de Sevilla. Sorprenden, o desentonan, algunas escenas, sobre todo la burla del infierno urdida por el criado Clorindo a partir de la percepción delirante experimentada por Sancho en la cárcel de Sevilla. En esta escena la sordidez que  impregna la trama se torna disparatada y burlesca, extraño contrapunto cómico de una escalofriante historia gobernada por el exacerbado sentido del honor en individuos y colectividades, en hombres y en mujeres, que no se detiene ni siquiera ante la posibilidad de dar muerte al otro – sea quien sea el otro - si de ese crimen, que hoy nos parece abyecto, se sigue una mayor honra para el criminal o para la institución que lo alienta o para los criterios morales en que se inspira, o si se impide la deshonra propia o de los principios que cree representar.  Se mata, o se ordena matar,  con la tranquilidad de conciencia de quien se siente investido de una autoridad muy superior a sí mismo y a la persona a quien se da muerte.  Entendemos bien que a Valle-Inclán le resultara antipática esta concepción teatral y abstracta del honor.

FOTO: CNTC
Sin embargo,  La Estrella de Sevilla no carece de momentos de grandeza. Por ejemplo, el final del acto segundo, cuando Estrella conoce la muerte de su hermano a manos de su prometido,  Sancho Roelas,  o la insobornable y gallarda exigencia de justicia ante el rey por parte de de Estrella al comienzo del acto tercero. O el sentido de la honradez de Busto Tavera, que le impide aceptar honores que no cree proporcionados ni merecidos. O su generoso amor fraternal. Y no falta tampoco la teatralidad depurada y lúcida. El personaje del Rey, movido por fuerzas que tiran de él en direcciones diferentes, como el orgullo, la lujuria, la crueldad y  la astucia criminal, el pragmatismo político o un extraño sentido de la dignidad que representa, ofrece toda una gama de contrastes inquietantes, propios de los mejores personajes dramáticos. La superposición de erotismo y muerte en la escena en la que Estrella prepara gozosa su boda inminente,  sin saber que su hermano ha sido asesinado por quien ya no podrá ser  el prometido esposo. O el sugestivo personaje de la esclava, cuya acción representa el único ejemplo de motivación humana concreta y comprensible. Obra compleja y dispar, en suma, cuya presencia en los escenarios – pesar de la dificultad innegable para su montaje - es de agradecer, precisamente porque suscita esas impresiones contrapuestas.

Como expresión de la sordidez de la trama de La Estrella de Sevilla,  la dirección de Eduardo Vasco ha recurrido a un trabajo austero y limpio, preciso y serio.  Los actores, vestidos con trajes modernos de tonos oscuros, se constituyen en partícipes de una sobria e inquietante escenografía y manipulan además las estructuras de madera que se transforman en bancos, en columnas o en otros elementos que sugieren los diferentes espacios en los que transcurre la acción. Todo lo cual recuerda vagamente al espectáculo inaugural de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, El médico de su honra, de Calderón de la Barca, dirigido por Marsillach, trabajo del que muy bien podría constituir un homenaje.
EL MÉDICO DE SU HONRA
(1998)
(CALDERÓN DE LA BARCA)
(DIRECTOR: A. MARSILLACH)
FOTO: ROS RIBAS

Y, como es ya tradición en los espectáculos de Eduardo Vasco, la música en vivo, en este caso ejecutada por un violinista, subraya los momentos de la acción y  crea tiempos, espacios, sensaciones o ambientes.


MURIEL SÁNCHEZ
FOTO: CNTC
La labor interpretativa es, en líneas generales, muy correcta y constata de nuevo la existencia de un elenco homogéneo y solvente en la Compañía.  El trabajo es limpio, eficaz, coordinado y puesto al servicio del texto y del espectáculo, sin estridencias ni altibajos, lo que revela la sabia mano del director de escena y la madurez profesional del grupo. Sin embargo, en esta ocasión, algunos trabajos actorales se han mostrado más átonos, menos inspirados o menos brillantes que en ocasiones anteriores. Muriel Sánchez, que tan brillante resultó en Romances de Cid, aquí se muestra desigual. Tampoco Daniel Albaladejo, en el papel del rey, realiza su mejor trabajo.  No convence, por desproporcionado, el personaje que interpreta Paco Vila, quien da vida  criado Clarindo.  Sorprende gratamente, en cambio, el crecimiento que parece haber experimentado Eva Trancón, en el breve papel de la esclava Natilde.  Y en su línea habitual de rigor interpretativo, Arturo Querejeta o Francisco Rojas.


Eduardo Pérez – Rasilla
Copyright©pérezrasilla


Teatro Pavón
(Compañía Nacional de teatro Clásico)
Director: Eduardo Vasco
C/ Embajadores, 9 (Plaza de Cascorro)
28012- Madrid
Tf. 91 528 28 19
Metro: La Latina
Entradas: ServiCaixa 902 332211
Precios especiales grupos: Tf. 91 521 45 33