HAY
QUE PURGAR A TOTÓ
Una
farsa conyugal
Título:
Hay que purgar a Totó (On purge bébé)
Autor: George Feydeau
Adaptación
al español:
Luis Blat
Escenografía
y vestuario: Jean
Pierre Vergier
Iluminación:
Geroges
Lavaudany
Fotos: Javier Naval
Producción: Teatro Español
Ayudante
de dirección: Luis
Blat
Intérpretes: Nuria Espert (Julia
Rebolledo),
Jordi Bosch (Sebastián Rebollo),
Gonzalo de Castro (Cayetano
Chitín),
Tomás Pozzi (Totó), Ana Frau (Rosa, sirvienta),
Carmen Arévalo (Sra.
Chitín),
Manuel Millán (Horacio Troca)
Dirección: Georges Lavaudant
Duración: 1h 20 minutos
Estreno
en Madrid: Teatro
Español, 22 – XII - 2007 |
NURIA
ESPERT
FOTO: JAVIER NAVAL |
Nuria Espert ha dado,
al fin, cuando ya parecía que no lo haría nunca, el salto del drama a
la comedia. O se ha
asomado a ella, si es que la experiencia queda ahí. No era un paso fácil para
quién durante tantos años ha interpretado a grandes personajes femeninos
del repertorio trágico universal, llegando a fagocitarlos de tal modo que, en
el recuerdo de los espectadores, casi todos tienen el rostro y la voz de
la actriz. Algún
trabajo realizado cuando iniciaba su carrera y su futuro profesional estaba por
definir, como la Gigi, de Colette, apenas cuenta, habida cuenta
de que no tuvo continuidad. Para esta incursión en un territorio virgen para
ella ha elegido On purge Bebé, aquí
titulada Hay que purgar a Totó, pieza
en un acto de Feydeau, maestro indiscutible
del vodevil francés.
JORDI BOSCH/
GONZALO
DE CASTRO
FOTO: JAVIER NAVAL |
Antes de
seguir adelante, aclaremos que la obra en cuestión no pertenece a ese divertido
género teatral que hizo las delicias del público parisino en las postrimerías
del siglo XIX y primeros años del XX, como se ha dado a entender en varios
reportajes aparecidos en vísperas del estreno y en algunas de las declaraciones
de los propios participantes en el proyecto. Es cierto que no está muy lejos de
él, pero faltan muchos de los elementos que le caracterizan: toques musicales,
enredos amorosos, intrigas de alcoba y disparadas situaciones frívolas. Hay que purgar a Totó es una farsa, aunque,
como el vodevil, forma parte del llamado teatro de bulevar.
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NURIAESPERT/TOMÁS POZZI
JORDI
BOSCH
FOTO: JAVIER NAVAL |
El escenario de la
historia que se cuenta es el despacho de Sebastián Rebollo,
fabricante de loza, cuyo
objetivo más inmediato es conseguir la exclusiva del suministro de orinales
irrompibles al ejército francés. Formando parte de su estrategia comercial ha
invitado a comer en su lujosa mansión al señor Chitin, presidente de
la comisión que ha de resolver el concurso convocado al efecto. Pero los
acontecimientos no discurrirán por los cauces previstos. El
estreñimiento del jovencito Totó, hijo del industrial, su
negativa a tomar un purgante y la angustia de Julia, la madre, que
preocupada por la salud del tozudo muchacho, reclama la intervención paterna,
ponen patas arriba todos los planes. La mujer irrumpe en el despacho con bata
de andar por casa, en zapatillas, con las medias caídas, la cabeza llena de bigudís y un cubo de agua
sucia que no deja ni a sol ni a sombra. La negativa de Rebollo a ocuparse del
niño y el nerviosismo que se apodera de él al ver que la hora de la cita
con el invitado se acerca sin que la esposa se vista para recibirle y cumplir
sus deberes de anfitriona provocan un feroz enfrentamiento en el que todos sus
desencuentros y trapos sucios van saliendo a
relucir.
La llegada del señor Chitin les sorprende enzarzados
en un batalla sin tregua en la que muy
a su pesar el sorprendido visitante se ve involucrado.
La aparición del caprichoso, rebelde y maleducado Totó en escena echa más
leña al fuego y todo acaba como el rosario de
la aurora. La pieza viene
a ser una ácida radiografía de la familia burguesa en la que no queda títere
con cabeza. No deja de ser curioso que el desenlace de esta farsa repita el de Casa de muñecas, el drama de Ibsen, con la diferencia de que aquí el
que abandona el hogar de un portazo es el marido.Hay que purgar a
Totó es
una joya del teatro de bulevar. A partir de un hecho tan intrascendente como es
el estreñimiento de un niño y su resistencia a ingerir un
purgante y de una trascendental reunión de negocios se crea una situación
disparatada en la que todos los males de una sociedad egoísta, hipócrita y de
moral relajada acaban por salir a
la superficie. Toda
esa carga crítica está envuelta por el celofán de un lenguaje ingenioso,
cuidado y preciso salpicado de equívocos y de hilarantes toques escatológicos.
JORDI
BOSCH
GONZALO
DE CASTRO
FOTO. JAVIER NAVAL |
La carcasa
de esta olla a presión es una escenografía diseñada por Jean Pierre Vergier de trazos
expresionistas que reproduce el despacho del comerciante. Las paredes, empapeladas
con motivos florales de apagado color rojizo y ligeramente inclinadas, forman
un agobiante paralelepípedo irregular con dos puertas de acceso. No es casual
que la que conduce al interior de la vivienda, al infierno familiar, sea pequeña,
y la otra, la que comunica con el exterior, de doble hoja, elegante y enorme.
Por ella escapará el atribulado hombre de empresa.
En
la puesta en escena, todos los elementos manejados por Lavaudant funcionan con la precisión de un mecanismo de relojería. El
ritmo que ha imprimido a la acción es el que
demanda
este tipo
de teatro y los actores responden a los estereotipos que representan. Su trabajo
está presidido por una exquisita limpieza y contención. La comicidad está en el
texto y ellos
la
subrayan. La atención del público se centraba, lógicamente,
en como respondería Nuria Espert a
este reto. No defrauda y, además, da la impresión de que disfruta con
la experiencia. Ha
superado el trance con la autoridad que corresponde a su enorme talento, aunque
posiblemente sus fieles prefieran que, cumplido el trámite, regrese donde
solía.
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