FINAL
DE PARTIDA
FELLIZ RESURRECIÓN DE
BECKETT
Y SU VIGENCIA
Título: Final de partida
Autor: Samuel Beckett
Dramaturgia:
Alfonso
Plou/Carlos Martín
Escenografía: Tomás Ruata
Vestuario: Beatriz Fdez. Barahona
Iluminación: Bucho Cariñena
Espacio
Sonoro: Teatro
del Temple
Espacio
Audiovisual: JoséIgnacio Tofé
Fotografía: Pipa Álvarez
Producción: María López Insausti
Distribución: Julio Perugorría Producciones
Ayudante
de dirección:
Alfonso
Plou
Intérpretes: Ricardo Joven (Hamm),
José L.
Esteban (Clov)
Estreno
en Madrid: Centro
Cultural de
la Villa
(Sala pequeña), 14 – III - 2007 |
FOTO: PIPA ÁLVAREZ |
A nivel divulgativo, si es que Samuel Beckett (1906 – 1989) es divulgativo, el nombre Beckett va muy unido al de Esperando
a Godot (1953). Con esta obra su nombre pasó de ser el secretario y amigo
de James Joyce a un nuevo valor
teatral en el panorama de lo que se llamó teatro
del absurdo. Beckett rompía con
una tradición teatral no sólo en la temática sino en cuanto su modo de
enfrentarse con la escena. Gustaba de una economía de lenguaje, aparentemente
no lógico, una economía de escenografía, una no historia en el que no hay que
buscar principio y fin etc… Sobre toda su poética se ha escrito mucho. Latía, de fondo, en sus obras una angustia existencial y una
etiqueta de autor comprometido, difícil, intelectual y no apto para un público
que buscaba el divertimento en el mundo del espectáculo o para aquellos que lo
querían entender todo. Tenía una ventaja. Su economía de medios escénicos y
número de actores facilitaba la producción. Por eso Beckett entró en circuitos alternativos y para públicos que
censuraban un cierto teatro burgués de los años cincuenta.
JOSÉ L.
ESTEBAN
FOTO: PIPA ÁLVAREZ |
Entre
1954 y 1956 escribe Final de Partida con una estructura semejante a la de Esperando
a Godot, sólo que más breve: unos 70 minutos que pueden llegar a la hora y
media. Después, fue apareciendo sucesivamente en las diversas naciones, pero
siempre con ese halo sagrado de que no es para cualquiera y de que “no te vas a enterar de nada”.
La no narración de Final de
Partida está en la línea de Esperando
a Godot. Dos personajes – relación amo/criado – esperan o se soportan. Aquí
la economía de todo es mayor: cuatro personajes; un espacio neutro interior con
una puerta que podría conducir al exterior pero que nadie se atreve a traspasarla; dos contenedores de basura para los padres de Hamm que se han
quedado sin piernas, y por último una silla
de ruedas para el
paralítico Hamm. |
En el fondo es una cárcel con ribetes de refugio, porque a cada uno de los cuatro personajes les falta
algo para poder escapar hacia el exterior. Hamm, paralítico y ciego, necesita
de las piernas de su criado Clov, cuyas piernas no pueden
doblarse por un cierto mal no especificado. Clov podría huir hacia el
exterior. Pero éste es una incógnita, y, por otro lado, al mismo tiempo necesita de Hamm al que sirve en una especie de relación sado-masoquista. Y de los padres, ni te
cuento. Son dos seres con las piernas amputadas y que se mantienen gracias a
estar dentro de los bidones.
El lenguaje mantiene la línea que conocimos en Esperando a Godot, aunque aquí se
recurre, a veces, al monólogo algo más extenso.
RICARDO
JOVEN
FOTO:
PIPA ÁLVAREZ |
El clima mundial que precedió a los llamados autores del absurdo
había sido: la hecatombe nazi y su inevitable guerra, así como la amenaza
nuclear hacia un desastre futuro. Tras todas estas vicisitudes se ansiaba un
rayo de esperanza. Otra cosa es que lo hubiera. Unos le llamaban Dios, otros la
propia humanidad… De hecho ese Godot, creado por Beckett, las culturas deístas lo
identificaron con El como esperanza
o como no esperanza.
A pesar de su ambiente religioso – Beckett era irlandés y nació con lo católico en derredor suyo - , no parece que Beckett camine por esos páramos. Y esa es una de las virtudes de su teatro y lo que le ha proporcionado su vigencia. Tanto en una
como en otra obra, nos ofrece una visión del hombre y su entorno. Un entorno
lleno de misterio que más bien retrata una cámara, sin poder ahondar de todo en
el significado de cada una de sus frases y sus situaciones. Por eso mismo no
hay historia y tampoco tesis a defender. Existe una situación y una serie de
reacciones. Beckett nos entrega la
vida misma con sus desconciertos, sus faltas de significado de porqué suceden
las cosas, de las secuelas que ciertas
decisiones producen, de las necesidades de relación para poder subsistir – muy
expresiva la complementación de Hamm, sin piernas que le obligan a
estar sentado, y la rigidez de las piernas de Clov que le obligan a
mantenerse en pie -; del sin sentido de
un mundo en el que simplemente vegetamos en espera de ¿qué?
j.l. esteba/r. joven
FOTO:
PIPA ÁLVAREZ |
Tras
todos estos años el texto de Beckett sigue vigente en un mundo como el de hoy que, posiblemente, tiene menos sentido
que el amenazado de la época de Beckett.
En nuestro mundo hay unos contrastes más escandalosos. Se es consciente de la
calidad de vida adquirida en el planeta, pero sólo para una parte. En contraste,
países conscientes de su miseria y del bloqueo, por parte de los poderosos,
para ir más allá de sus límites. Y como telón de fondo un ciclorama lleno de
sangre por las guerras. Las tensiones amo/criado siguen existiendo y ni uno ni
otro quieren dejarlas. Los países poderosos, anclados en sus tronos,
necesitan de las piernas
de
los países desfavorecidos para poder mantener esa
calidad de vida. Y éstos necesitan de los poderosos para escapar de una
hecatombe: la miseria y subdesarrollo de sus países de origen. Y la pregunta
final sigue en el aire y todo esto ¿para qué? |
El Teatro del Temple vuelve con Final de Partida y obliga
a hacer consciente un problema que está ahí. Y nos lo transmite con una pureza
en todos los aspectos. Beckett ya es
económico en su aspecto de puesta en escena para conseguir la abstracción y
elevar a nivel universal las entrañas más profundas del hombre. En
cuanto al espacio, recurre a un minimalismo guiado por el concepto del espacio
gris. Los bidones se han transformado en un contenedor empotrado en el suelo
cuya tapa se levanta. Su estructura asemeja a la de una tumba. Dentro están los
padres de Hamm, que solamente intuimos a través de un monitor de televisión,
cuando se levanta la tapa. Así pues, hasta en personajes – y por lo tanto
actores -, este montaje es parco. Se reducen a dos: Hamm (Ricardo Joven) y Clov (José L. Esteban). La silla de ruedas se
ha convertido en un sillón – con ruedas – de oficina. La acción transcurre bajo
un baldaquino, cuyo techo es de metacrilato traslúcido y en un lateral elevaado
un monitor plano nos muestra imágenes del exterior y del interior de la tumba
de sus padres.
Esta
acertada puesta en escena, ya sólo por los materiales, nos traslada el texto a
nuestros días, lo cual no es difícil puesto que Beckett evita cualquier
concreción espacial y temporal. También hay otro juego: la relación no sólo de
unos personajes, sino de unos actores entre sí que juegan a representar la obra.
El atrezzo es muy de ensayo, el ciego Hamm no finge la ceguera, no existe
maquillaje en sus rostros y su vestuario puede ser el utilizado diariamente en la
cotidiana vida de Ricardo y José L. La ausencia de elementos
claramente teatrales obliga a que el texto cobre mayor relevancia y,
como espectadores, nos centremos en él, no tanto para seguir una historia – ya he dicho que Beckett no la tiene
– sino para ir viviendo la incógnita que rodea al origen y destino del ser
humano. |
FOTO:
PIPA ÁLVAREZ |
Se ha potenciado el sentido del humor – Beckett lo posee en su texto – pero con un cierto distanciamiento.
No es tanto lo que dicen o como lo dicen, sino el contraste de las mismas
frases y situaciones. Este lado, llamémosle cómico “sui generis” acerca el
texto de Beckett y desmitifica lo
que algunos denominan textos intelectuales que producen en el espectador medio
cierta fobia.
Ricardo
Joven y José L. Esteban,
cada uno en su registro – más emocional Ricardo y más frío José L. – consiguen
llegar al espectador. Físicamente plasman bien a Hamm y Clov,
respectivamente.
Los 70 minutos en que se desarrolla la obra poseen ritmo e interés
creciente y sobre todo una gran limpieza de formas y modos de decir.
Cuando se anuncia un título de Beckett, se engendra en mí una cierta pereza. Tras la función, vuelvo a maravillarme de la
vigencia del autor y me lleva a una reflexión sobre el hombre, la vida y
nuestro destino. Lo mismo ha sucedido con este Final de Partida del Teatro
del Temple.
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