.:: Crítica Teatro ::.

EL ARQUITECTO Y EL RELOJERO
LOS FANTASMAS DE UN EDIFICIO
SE REENCARNAN

Título: El Arquitecto y el Relojero
Autor: Jerónimo López Mozo
Dramaturgia: Luis Maluenda
Escenografía: Alejandro Andujar López
Vestuario: Gabriela Salaverri
Iluminación: Lola R. Barroso
Montaje música/Efectos sonoros: Luis Malvenda/Manuel Fernández
Director de video y Montaje: Manuel Fernández
Cámara: Antonio González
Ayudante de Cámara: Mario Martos
Diseño gráfico, fotografía: Jesús Alcántara
Documentación histórica: Miguel Martorell/J. López Mozo
Adjunta a la dirección: Pepa Sarsa
Producción: Producciones Off Madrid S. L.
Distribución: Secuencia 3
Dirección: Luís Maluenda.
Estreno en Madrid (Presentación): Centro Cultural Nicolás Salmerón, 27 – X - 06 
Estreno oficial en Madrid: Teatro Galileo, 2 de febrero de 2007



ANTONIO CANAL/ GARY PIQUER
FOTO: JESÚS ALCÁNTARA

Los niños que vivieron, con comodidad, la posguerra en España -  los que rondan los sesenta – no pudieron olvidar el pasado inmediato, porque un velado silencio, para olvidar, se cernía sobre él. Los otros niños que vivieron, sin comodidad, la posguerra en España, casi, tampoco porque otro velado silencio, por temor, sellaba la boca de sus progenitores.

De este modo la España de los cuarenta, los cincuenta y comenzados los sesenta fue una especie de dormición histórica. Aquellos niños sabían más de la generación del 98, de la Guerra de Cuba y Filipinas que de la Segunda República. Se supo de la guerra civil, leída desde un bando, pero de la posguerra que se estaba viviendo menos. A partir de los años sesenta lo que había sido rumor – los abusos del régimen – comienza a aflorar con pruebas.


FOTO: JESÚS ALCÁNTARA
Años de inquietud y de espera y por fin la transición. Se intentó la reconciliación y yo cedo aquí y tú allí. En los finales del siglo XX y principios del XXI, los nietos de los sesentones, han querido saber lo de los muertos de la guerra y lo de los muertos y degradaciones durante el régimen. A eso se le ha llamado la memoria histórica y en el parlamento se baraja una Ley.

Esta memoria y su olvido es lo que en estos últimos años ha llamado la atención a Jerónimo López Mozo. A estas alturas el tema de no olvidar el pasado, con todos sus claroscuros, afrontarlo y rehabilitar lo que se había denigrado, lo ha ido desgranando en tres obras: El Arquitecto y el Relojero (1999/2000), El Olvido está lleno de memoria (2002), y Las Raíces Cortadas (2003). Se podría decir que se trata de un tríptico. Publicadas las tres, El arquitecto y el relojero es la segunda que sube a escena. Las Raíces cortadas, está en trámite.


Por lo regular el teatro de Jerónimo huye del barroquismo de acción y personajes. También su literatura goza de esta sobriedad. En este caso los personajes se reducen, prácticamente, a dos: un joven arquitecto engolfado en rehabilitar edificios antiguos: en concreto el emblemático edifico de la Puerta del Sol, hoy Sede de la Comunidad de Madrid, y un peculiar y maduro relojero: el que cuida de que los engranajes del mítico reloj de las uvas no enfermen. El relojero se siente invadido y atacado por el arquitecto a todos los niveles: espacio y supervivencia. Un reloj digital, más preciso, puede sustituir al ya cansado reloj. Y el seguro arquitecto ve quebrarse todo su sistema de valores al contacto con el humilde relojero: la rehabilitación del edificio destruirá los espacios de dolor de una época. Destruirá la memoria y él, el arquitecto, será cómplice de los que no han hecho ni hacen justicia para aquellos seres tratados injustamente.
FOTO: JESÚS ALCÁNTARA

El planteamiento, pues, se reduce a la necesidad de recuperar la memoria histórica y afrontarla para implantar la justicia de una injusticia. Arquitecto y Relojero son dos personajes, con un punto de simbolismo, que reflejan dos posturas del ser humano: Olvidar o recordar. Es tema de acuciante actualidad, porque unos se decantan por el olvido en aras de una falsa paz, otros por el recuerdo con ribetes de velada venganza y unos últimos el recuerdo, sin tapujos, para espantar los miedos del pasado y poder rendir justicia. Esta última postura es la que es terapéutica para una sociedad que buscar la verdad.


ANTONIO CANAL
FOTO: JESÚS ALCÁNTARA
Es inteligente la doble metáfora que se encuentra en estos dos personajes y sus profesiones. Al acudir al concepto de rehabilitación material del edificio nos lleva a una reflexión sobre lo que se debe entender por tal concepto. La rehabilitación no solamente viene regida por las leyes estéticas y un mejor uso de los edificios, sino por el respeto y evocación del pasado. Son muy evocadores los textos del arquitecto y del relojero a este respecto. Por otro lado, la metáfora de edificio (espacio) y reloj (tiempo) va más lejos. Nos lleva al concepto de espacio y tiempo, que son los que rigen la vida humana. Ambos van unidos, como van unidos edifico y torreta del reloj. El tiempo – tema filosófico de múltiples recovecos y tema que desboca la imaginación – es el que puede conservar el pasado, encargado de hacer evolucionar, a partir de él, hacia el futuro. Y un espacio sin tiempo es una máscara sin expresión, sin vida. De ahí la importancia de la memoria histórica: importancia del tiempo que por definición es historia.

Estas reflexiones que tienen mucho de abstractas, expresadas así, han sabido encarnarse en los dos personajes. Y esta es la habilidad del autor. No se trata de una narración en la que domine la acción o una intriga. Se trata de una discusión o mejor de una reflexión dialogada, ayudada por el mundo audiovisual con efectos bien logrados y sugerentes, y por la iluminación. A medida que avanza la obra lo que en un principio parecía una discusión, casi de debate, cobra cuerpo y vida y el interés crece. De la idea se pasa a la experiencia vital y a la relación  humana de los dos personajes, importa menos el convencionalismo de juntar a los dos personajes que en la vida real nunca se encontrarían. Lo más sorprendente es que se ha n convertido en dos seres de carne y hueso.   

La estructura general tiene algo de teatro dentro del teatro. En el original unos tramoyistas interrumpen y claramente cambian el atrezzo necesario. También hacia el final los dos personajes desvelan su condición de actor y leen el guión. Es el discreto toque brechtiano, que permite hacer creíbles unos importantes textos de denuncia de difícil digestión si se abordara la historia en modo naturalista.

Luis Maluenda – el director – ha construido una nueva dramaturgia partiendo del final de la obra original. En él comprobamos que toda esa relación y discusión arquitecto-relojero, ha sido un sueño del arquitecto. Tal final nos conduce a que el desdoblamiento de personajes no es real, sino que pueden ser dos interrogantes en la mente de cada uno de nosotros. No obstante habrá un cierto final efectista: el relojero se hace presente.


GARY PIQUER
FOTO: JESÚS ALCÁNTARA

La dramaturgia de Maluenda fuerza esta idea del sueño, convirtiéndola desde el principio, claramente, en una pesadilla. Los espectadores vemos cómo el arquitecto se duerme y las diapositivas que está contemplando se precipitan oníricamente. Los tramoyistas, que irrumpen al comienzo,  serán después el relojero y una de las víctimas torturadas. Recurso muchas veces utilizado en las narraciones escénicas teatrales o fílmicas. Parece como si tuviera miedo de que no se entendiese o no se justificase un diálogo, a veces, discursivo. No molesta esta adaptación. Está bien conseguida, pero creo que el original también funcionaría por igual, añadiendo el aspecto sorpresivo del sueño y la vuelta a la realidad al presentarse el relojero.

Este tipo de textos de Jerónimo, que juegan con una acción y un  diálogo no siempre naturalistas, son un reto para los actores. Son ellos, con su modo de decir, los que nos tienen que cautivar. No vale cualquier actor. Tanto Antonio Canal – el relojero -, como Gary Piquer - el arquitecto - lo consiguen. A lo largo de la representación van conjugando eficazmente diversos modos interpretativos: la verosimilitud de los dos caracteres, la identificación con sus profesiones y el destacamiento de su propio personaje. Lo que podría ser una dialéctica de ideas – ya superada en una muy cuidada escritura -, cobran carne propia y emoción con ellos.

La representación viene apoyada por una serie de proyecciones. A nivel realista, se comienza con diapositivas que muestran la evolución arquitectónica del edificio. Este recurso se vuelve más expresionista a medida que avanza la narración. Se aprovecha también para apuntar la escenografía del Reloj (En el original una escenografía de volumen). Los audiovisuales acusan una factura técnica de calidad y complementan datos y emociones.

A la obra se asiste con un silencio reverencial y de creciente interés que estalla, al final en reiterados aplausos. Aplausos para la acertad y original puesta en escena, aplausos para los actores y aplausos para la temática. Esta queda abierta. Cada espectador puede decantarse por una o por otra, pero la última presencia del Relojero golpea.

La metáfora de este edificio concreto y su reloj, transciende su propio espacio y se transforma en una metáfora universal: cuando rehabilitamos, existe el peligro de hacer borrón y cuenta nueva. Rehabilitar no es partir de cero. Rehabilitar cualquier espacio, lleva consigo el recuerdo de una historia concreta y ella obliga a la rehabilitación humana.

Me ha sucedido con este texto lo mismo que con El Olvido está lleno de memoria. A pesar de ser teatrales ambos textos en cuanto su lenguaje, siempre me parece vislumbrar en ellos guiones cinematográficos. Es más, los textos poseen una factura literaria cercana a lo coloquial, sin perder su misión de vehicular ideas.


José Ramón Díaz Sande
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