.:: Crítica Teatro ::.

RITTER, DENE, VOSS
de
THOMAS BERNHARD


CON ESTA VERSIÓN DE KRYSTIAN LUPA
EL CANSINO TIEMPO DEL RELOJ
DEJA DE EXISTIR

REENCUENTRO CON LA DELICIA DE IR AL TEATRO


Título: Ritter, Dene, Voss
Autor: Thomas Bernhard
Adaptación, dirección y diseño de escenografía: Krystian Lupa
Música original: Jacek Ostaszewski
Diseño de iluminación: Adam Piwowar
Diseño de vestuario: Piotr Skiba
Diseño de sonido: Mieczyslaw Guzgan
Fotografía: Marek Gardulsky
Intérpretes: Malgorzata Hajewska-Krzysztofik (Ritter), Agnieszka Mandat (Dene) y Piotr Skiba (Voss)
País: Polonia
Idioma: polaco con subtítulos
Duración aproximada: 3 horas (con 2 intermedios)
Estreno en España
Estreno en Madrid: Teatro María Guerrero (Centro Dramático Nacional), 5 – XI - 2006.

AGNIESZKA MANDAT/ PIOTR SKIBA
MALGORZATA HAJEWSKA-K.
FOTO: MAREK GARDULSKY

El Stary Teatr de Cracovia se presenta en el Festival de Otoño con un emblemático texto de Thomas Bernhard: Ritter, Dene, Voss. Lo dirige Krystian Lupa (1943), que a su vez es director del Stary Teatr desde 1984, al cual le ha dotado de un personalísimo sello.

Desde ya, al contemplar este espectáculo, hay que afirmar que con este espectáculo renace el concepto de asistir al teatro, y me explico. El montaje de Lupa dura 3 horas más dos intermedios de 20 minutos. En España casi hemos olvidado la costumbre de ir a una velada teatral. Hacemos muchas cosas al día y entre ellas encontramos un hueco para presenciar una función de teatro, bien por profesión o porque es interesante. Tal vez, en los fines de semana, hay un público que emplea la tarde para ir al teatro, pero una función larga le espanta y lo aleja, a excepción de la Ópera. Por otra parte, los directores claman por la función larga y se lamentan de que en España el público no la soporte. Ritter, Dene y Voss de Lupa satisface a directores y a público. Con esta versión el tiempo del reloj deja de existir.
 


FOTO: MAREK GARDULSKY
El texto de Thomas Bernhard se inspira en la supuesta relación de Ludwig Wittgenstein con sus dos hermanas. De Wittgenstein toma el inconformismo, su talante de librepensador y su nuevo modo de concebir el mundo filosófico y crea el personaje de Gert Voss. Indudablemente no trata de reproducir la relación real de la familia, sino que a partir de ella construye un universo que quiere ser el reflejo de la sociedad europea e incluso de las relaciones humanas a través de uno seres – nosotros, en el fondo – que guardan oculto su mundo interior y que estallan en un momento dado. Thomas va más allá. Si la familia de Witgenstein le inspira la temática, los actores Ilse Ritter, Kirsten Dene y Gert Voss – actores preferidos de Thomas – le marcan el diseño de los personajes. Por lo tanto los Ritter, Dene y Voss, son un cruce entre personas reales, actores reales y personajes bernhardiandos. A parte de lo que nos quiera contar, Thomas, con esta obra, funde realidad y ficción.

La trama es, en principio, elemental. Voss, filósofo internado en un psiquiátrico, vuelve unos días a la casa familiar. En ella viven sus dos hermanas – actrices de renombre y con un 51 % de acciones en el teatro, lo cual les permite actuar y escoger papeles según su estado de ánimo, amén de poseer una copiosa fortuna -, las cuales conviven con un cierto grado de neurosis y con la soledad. Tras un primer acto a dúo entre Ritter – más inconformista - y Dene – más vigilante del hogar - en el que comenzamos a conocer la postura de cada una ante su hermano, el segundo y tercer acto lo llenan los tres. El encuentro de los tres - una comida - da rienda suelta a un enfrentamiento, en el que surgen los fantasmas del pasado – siempre vigilantes en los cuadros de la familia que cuelgan de las paredes - y los ocultos secretos de cada uno de ellos y de su poderosa dinastía. La relación entre los hermanos termina por ser una metáfora del mundo en que vivimos, lleno de cortapisas, frustaciones, mentiras ocultas e hipocresías en el que nadie se atreve a sincerarse. Termina por ser la crastación espiritual del hombre de nuestros días.

Se trata de una obra en la que la palabra y los silencios son protagonistas. Ello quiere decir que es una obra de actores. Gratificante para el propio actor y gratificante para le lenguaje verbal.

A pesar de que la palabra manda, en esta versión, es importante el espacio y los objetos. Krystian Lupa ha entendido bien estas dos dimensiones y las explota al máximo. Ha creado un espacio claustrofóbico y decandente de una mansión que el tiempo y la falta de mantenimiento ha dominado. Ese tiempo ha ido minando la vida de cada uno de los personajes y su reflejo está en el espacio: un comedor que tuvo su abolengo y con exquisitas vajillas de porcelana, las cuales se quebrarán como las almas de los personajes. En las vidas de los tres hermanos la vida ha dejado de iluminar, como en ese comedor de ventanas cerradas y cuyo resquicio del sol hiere a Ritter.

De corte naturalista, el escenario recurre a, creo, materiales originales, sobre todo en las puertas. Éstas parecen arrancadas de algún derribo. Poseen las huellas del tiempo. Si son construcción escenográfica, la textura es perfecta. Los muebles, reloj y cuadros participan de este verismo decadente naturalista y funcionan muy bien como exteriorización del mundo interior de los personajes. Junto a este naturalismo visual no se oculta cierto discreto expresionismo. Krystian Lupa ha sabido conjugar palabra y elemento visual a través del espacio.
 

FOTO: MAREK GARDULSKY
La construcción e interpretación de los tres personajes por parte de los tres actores – Malgorzata Hajewska-Krzystofik (Ritter), Agnieszka Mandat (Dene) y Piotr Skiba (Voss) – es magistral. Piotr arranca con un inicio en el segundo acto de una gran naturalidad y en los momentos de tensión produce un gran impacto, llegando a su apoteosis con el final de dar la vuelta a los cuadros. Lupa crea con esta escena, subrayada por el estruendo de la heroica de Bethoven, un gran alto nivel efectista y emocional.

Malgorzata y Agnieszka encarnan sus personajes con gran credibilidad y sorprende en Malgorzata (Ritter) su gran capacidad de escucha, llena de matices, con los que nos evoca todo un mundo lleno de intenciones e ironías. El personaje de Agnieszka (Dene) es de una gran complejidad. Pasa de la paz y el morboso proteccionismo maternal al estallido emocional. Registros que Agnieszka sabe controlar y dosificar. En general hay una interpretación naturalista en la que los espectadores somos “voyeurs”. De hecho, espacialmente, el escenario está marcado por un recuadro en rojo y la fina línea del imaginario zócalo, que forman la cuarta pared de teatro. Los espectadores hemos invadido las vidas de Ritter, Dene y Voss sin que ellos los sepan.

Llama la atención, al llegar, que no se utiliza el telón al uso. La boca del escenario está sellada por el telón cortafuegos, lento y ruidoso al subir. Hasta aquí creo que hay una intención: el metálico telón corta fuegos se hace de rogar al subir, como poniendo dificultades de desvelar la historia de los tres hermanos. La casa de la familia a la que nos acercamos es un “bunker”, no fácil de traspasar.

Es obra de 3 horas en las que Lupa sabe, en todo momento, controlar el ritmo en la precipitación o lentitud de los diálogos, en los volúmenes de voz, en los silencios necesarios y en el uso del propio espacio y los objetos.

En esta ocasión el extrañamiento del idioma, se suple con los sobretítulos en castellano. La historia se sigue perfectamente y las matizadas entonaciones de los tres comunican la emoción de la foránea palabra. Y hay algo importante los actores no gritan sus diálogos. Los musitan, o bien los mantienen en un nivel de voz media y sólo el estadillo de la tensión acumulada, la no conformidad o la alteración de los nervios utiliza la elevación de la voz, produciendo el contraste emotivo. Muy bien trabajadas las entrevoces fuera de escena.


José Ramón Díaz Sande
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