RESEÑA, 1990
NUM. 206, pp. 16 |
CASA DE MUÑECAS
COMBATE DIALÉCTICO
En 1990 en el X Festival Internacional de Teatro
de Madrid, llegaba el mítico I. Bergman
con Casa de Muñecas. Curiosamente Nora era
morena, en contra de nuestros clichés que teñimos de
rubio por aquello de la mujer del Norte de Europa.
Helmer era rubio, pero teñido,
“para seguir con el tópico”
declararon en la rueda de prensa. |
Título: Casa de muñecas.
Autor: Henrik Ibsen.
Dirección: Igmar Bergman.
Escenografía: Gunilla Palmstierna-Weiss.
Intérpretes: Per Mattsson, Pernilla Ostergren,
Erland Josephson,
Maie Richardson,
Bjbrn Granath, Erica Harrysson.
Producción: Kungliga Dramatiska
Teatern Dramaten.
País: Suecia
Estreno en Madrid: Teatro Español,
14 de marzo de 1990 (X
Festival Internacional
de Teatro de Madrid). |
FOTO: BENGT WANSELIUS |
Una pléyade de nombres ilustres se daban cita en el estreno en
el Festival de Teatro de Madrid de Casa de muñecas: un autor
decisivo en la historia del teatro universal, Henrik Ibsen; un
director mítico en el cine y en el teatro, Ingmar Bergman; la
mujer de Peter Weiss - Gunilla Palmstierna Weiss -, que firmaba
la escenografía; el excelente plantel de actores del Dramaten y
el decano de los teatros españoles que servía de marco a una
solemne puesta en escena. No puede negar se que se trataba de
uno de los montajes del festival que más expectación había
despertado y, a juzgar por los calurosos y prolongados aplausos
finales, el público no quedó defraudado.
Ibsen planteó en su obra la situación de una mujer,
Nora,
sometida a lo largo de su vida a la voluntad caprichosa de su
padre, primero, y de su marido después. Nora, cuando comprueba
lo poco que significa para su esposo, Helmer, y la anulación de
la propia personalidad que ha sufrido durante su matrimonio,
decide en un gesto tan audaz como escandaloso en la época,
abandonar el hogar y emprender una nueva vida por su cuenta. En
las páginas de Casa de muñecas puede verse también - y esto no
siempre ha sido señalado por la crítica - la crisis de un
sistema de valores excesivamente rigorista, donde no tiene
cabida el corazón y donde la honradez moral se equipara con el
éxito económico y social; un mundo en el que no hay perdón, ni
sitio para los derrotados en la lucha por la vida. El empeño de
Nora de comprobar por sí misma si tiene razón ella o las leyes
de los hombres, va más allá del mero conflicto matrimonial y la
eleva hasta un plano próximo al de las grandes heroínas de la
tragedia clásica.
Bergman ha acometido la puesta en escena de Casa de muñecas con
ánimo de presentar un espectáculo original, de extraer de la
célebre pieza nuevos matices aun sin alterar en lo esencial el
contenido del texto. Así, ha optado por una reducción drástica
del espacio por medio de una plataforma en cuyo fondo se colocan
fotografías antiguas con las que el mobiliario real del
escenario guarda alguna semejanza. Como es frecuente en los
montajes de Bergman, los actores que no intervienen en la acción
aparecen sentados a ambos lados de la plataforma a lo largo de
la representación. Su acceso a ella semeja en ocasiones una
subida a la palestra en la que se desarrolla un combate
dialéctico entre los personajes.
FOTO: BENGT WANSELIUS |
En efecto, Bergman ha planteado la obra como una lucha verbal
entre los personajes y ha acentuado para ello una interpretación
fría, hierática, analítica, vista desde fuera (ninguno de estos
conceptos tiene aquí una connotación negativa), en la que los
personajes se sitúan uno frente a otro para hacer valer sus
razones. La intensidad del drama viene reforzada por un notable
esfuerzo en la interpretación, apoyada en austeros pero eficaces
recursos. Dicha interpretación se aleja de un estilo más
pasional característico de los actores españoles (y tampoco
ahora los términos connotan desprecio ni expresan juicios de
valor). Merece destacarse la espléndida construcción del
personaje de Nora a cargo de la actriz Pernilla Ostergren.
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El resultado final, interesante y válido sin duda, deja, sin
embargo, la sensación de un estatismo excesivo. Hay extensas
escenas en las que los personajes permanecen casi sin moverse,
como ocurre por ejemplo con la primera conversación entre
Cristina Linde y Nora, o de modo general a lo largo del primer
acto, cuyo espacio ha quedado notablemente reducido por el
mobiliario utilizado; y si bien en algunos momentos la
inmovilidad constituye un recurso para reforzar el
enfrentamiento entre los personajes, en ocasiones esa falta de
movimiento puede parecer tediosa.
A pesar de ello hay que valorar una cuidadosa y original
dirección de actores, una construcción audaz del espacio
escénico y, sobre todo, la visión personal del drama de Ibsen
que nos ofrece Ingmar Bergman.
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