SOLAS
LUCES DE CANDILEJAS
PARA UNA PELÍCULA
Título: Solas
Autor: Benito Zambrano
Adaptación Teatral: Antonio Onetti
Escenografía: Ricardo Sánchez
Iluminación: Francisco Leal
Música y Espacio Sonoro: Antonio Meliveo
Vestuario: Pedro Moreno
Ayudante de Dirección: Darío González
Meritorias de Vestuario: Esther Jiménez
y Elisabeth
Fernández
Meritorios de Dirección: Javier Cerviño
y
Ramón Perera
Realización Escenografía: Pinto y Talleres
U.G.A.E.
Realización de Pelucas: Antoñita,
Viuda de Julipi
Fotografía: Luis Castilla
Peluquería: Manolo Cortés
Productores: Antonio Pérez/Jesús Cimarro
Maquinaria: Juan José Andreu/Javier Alvarez
Iluminación: Andrés Llorens
Sonido/Vídeo: José Antonio Lamadrid
Sastrería: Claudia Botero
Peluquería: Gema Moreno
Regidora: Aimeé Pérez
Gerente de Gira: Sagrario Sánchez
Equipo de Gestión Pentación:
Director Gerente: Jesús Cimarro
Distribución: Graciela Huesca/Carmen García
Secretaría: Elena Gómez
Administración: Lola Pardo de Santayana/Cristina Hernández
Prensa: María Díaz
Intérpretes: Lola Herrera (Rosa),
Natalia Dicenta (María),
Carlos Álvarez-Nóvoa (Vecino),
Idilio Cardoso, Aníbal Soto,
Eduardo Velasco,
Chema Del Barco, Marga Martínez,
Marina
Hernández, Darío Galo
Dirección: José Carlos Plaza
Estreno en Madrid: Teatro Albéniz,
8 de marzo de 2006 |




FOTOS: LUIS CASTILLA |

CARLOS NOVOA/LOLA HERREA
FOTO. LUIS CASTILLA |
No hace mucho, cuando se estrenó la versión teatral de El
verdugo, la gran película de Berlanga, un espectador poco
informado afirmó que aquella pieza era puro cine y recomendaba
que se acometiera con urgencia la elaboración del oportuno guión
y su rodaje. Ese mismo espectador entusiasta hoy hubiera dicho
lo mismo respecto a Solas, adaptación para la escena de la
película de Benito Zambrano. No se trata de casos excepcionales.
Hay algunos precedentes de estos viajes desde la pantalla al
escenario. Sin ánimo de ser exhaustivo, podemos recordar La vida
en un hilo, Entre tinieblas, Familia, Atraco a las tres, El otro
lado de la cama y Celebración. El camino inverso es más
frecuente y responde a una lógica: desde sus orígenes, el cine,
para dar sus primeros pasos, necesitó tomar prestados del teatro
y de la narrativa sus historias. No es fácil encontrar la que
preside experiencias como las que aquí nos ocupa, quizás porque
las razones por las que se hacen no siempre coinciden. Buscarlas
y analizarlas escapa al propósito de estas líneas, al igual que
tomar postura sobre la conveniencia o no de acometer este tipo
de ejercicios. Por otra parte, la bondad o el fracaso de los
resultados no debería influir en el juicio.
Pero cuando estamos ante un caso como éste, en el que el éxito
que la versión teatral está cosechando en la gira que ha
precedido su llegada a Madrid se aproxima al obtenido por la
película, no está de más preguntarse si, aunque así sea, el
esfuerzo ha merecido la pena. No me refiero, pues, a los
resultados económicos, que sin duda son buenos, sino a lo
conseguido en el plano de lo artístico, es decir, si la función
añade algo a lo que la película nos ofrecía. Estamos ante un
trabajo serio al que es difícil poner reparos. Antonio Onetti ha
sido fiel al guión original, del que ha suprimido pocas cosas y
no ha añadido ninguna. Su trabajo ha sido respetuoso y solvente.
Nada hay que objetar a la dirección de José Carlos Plaza, que
responde a lo que de él se espera. Tampoco al escueto y
funcional espacio escénico diseñado por Ricardo Sánchez, en el
que todos los lugares en los que transcurre la acción tienen
cabida sin necesidad de incomodas mudanzas escenográficas. El
reparto es de lujo y tiene el atractivo añadido de que Lola
Herrera y Natalia Dicenta son, como los personajes que
representan, madre e hija.

NATALIA DICENTA/CARLOS NOVOA
FOTO: LUIS CASTILLA |
Lo que sucede es que la versión teatral de lo que Plaza
ha definido como poema moderno sobre la soledad no tiene la
conmovedora fuerza de la película. El decorado es práctico, pero
no refleja el humilde ambiente sevillano en el que viven los
personajes, de modo que no proporciona el marco realista que
exige la historia que se nos cuenta. Hay momentos esplendidos,
como el de la ducha del jubilado o el que reúne a éste con la
joven vecina embarazada. Pero otros carecen de fuerza, como las
brutales escenas del hospital, o decepcionan. Tal sucede con la
escena de la muerte de la madre, que carece de la emoción que
provocaban aquellas imágenes cinematográficas en las que los
ojos de María Galiana se iban apagando frente a una
puesta de sol de gran belleza. Estos reparos confirman que cine
y teatro son formas de expresión artística que se rigen por
reglas distintas, aunque a veces se confundan. Si alguna
responsabilidad corresponde a quienes han participado en el
proyecto es su excesiva fidelidad al producto original. Debieron
tomar de él lo esencial y luego volar libremente. De todos
modos, uno hubiera preferido asistir a la representación de un
texto original de Antonio Onetti o ver a Carlos
Álvarez-Novoa mostrar su talento en un nuevo papel.
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