LA VERBENA DE LA PALOMA
BIENVENIDA A LOS AÑOS TREINTA
Título: La verbena de la Paloma
Libreto: Ricardo García de la Vega
Música: Tomás Bretón.
Escenografía: Juan Pedro de Gaspar
Figurines: Pedro Moreno
Dirección del Coro: Antonio Fauró
Coreografía: Fuensanta Morales
Iluminación: José Luis Fiorruccio
Ayudante de Dirección: J. Francisco Carreres
Ayudante de Vestuario: Ana Rodrigo
Documentalista: Carmen Gullón
Diseño de Audiovisuales: Felipe Ramos
Locución: Enrique Santarem
Maestra de Luces: Liliam Castillo
Realización de Escenografía y Utilería: Odeón Decorados
Realización de Vestuario: Sastrería Cornejo
Atrezzo: Hijos de Jesús Mateos
Filmaciones: Libélula Producciones S.L.
Audiovisuales: 3D Scenica
Mantones: Ventura y Casas S.L.
Pelucas: Mario Audello
Título:
Prólogo:
Telón Cinemático
Intérpretes: Sonia Castilla, (Floristera), Pilar Pariente
(Aguadora), Encarna Piedrabuena (Vendedora de chucherías),
Eduardo O. Carranza (repartidor de prospectos), Josevi Monleón i
Laguna (Vendedor de periódicos), Manuel Coves (Pianista
cinemática), Adolfo Pastor (Utilero 1), Juan Madrid (Utilero 2),
Carmen Gaviria (Sastra), Juan Manuel Cifuentes (D. Hilarión),
Julián Ortega (Inocencio Catalina, Joven cinéfilo)
Sainete lírico: La Verbena de la Paloma
Intérpretes: Juan Manuel Cifuentes, (D. Hilarión), Enrique Ruiz
del Portal (D. Sebastián), Josevi Monleón y Laguna
(Mancebo/camarero) Pilar Pariente (Cliente farmacia),
Manel
Esteve (Julián), Raquel Pierotti (Seña Rita),
Francisco Lahoz
(Tabernero), Roberto da Silva (Mozo
taberna/Vecino), Iván Nieto-Balboa (Mozo 1), José Gamo (Mozo 2),
Enrique Bustos (Portero), Ana Cid (Portera), Sonia Castilla
(Amiga portera), Román Fernández-Cañadas (Sereno), Ana
Santamarina (Mujer del sereno),
Enriqueta Carballeira (Doña Severiana), Eva Durán (Cantadora),
Natalia Duarte (Tía Antonia), Jesús
Ortega (Guardia 1), Antonio Villa (Guardia 2), Diana López
(Casta), Sandra Ferrández (Susana),
Encarna Piedrabuena (Vecina 1), Virginia Flores (Vecina 2,
Chula), Juan Busto (Portero Café/Vendedor tickets tiovivo),
Tomás Sáez (Inspector), Eduardo O. Carranza (Señor), Juan Madrid
(Proyectorista),
Chulos y Chulas: Thais de la Guerra (Chula 1), Paloma Curros
(Chula 2), María Eugenia Martínez (Chula 3), Julia Arellano
(Chula 4), Santiago Limonche (Chulo 1), Francisco J. Rivero
(Chulo 2), Joaquín Córdoba (Chulo 3), Xavier Pascual (Chulo 4),
Bailarines: Rodrigo Alonso, Carmen Angulo, Cristina Arias,
Esther Carrasco, Olga Castro, Carlos Elgueta, Inmaculada
Garrido, Joaquín León, Eva Pedraza, Antonio Perea, Antonio
Resino y Luis Romero
Figuración: Celia Bermejo, Alfonso Delgado, Luis E.
González y Marcela Yurfa
Niñas: Sara Ávila y Ángela Martínez
Dirección Musical: Miguel Roa
Dirección de Escena y Audiovisuales: Sergio Renán
Orquesta de la Comunidad de Madrid Titular del Teatro de La
Zarzuela
Coro del Teatro de La Zarzuela
La temporada lírica en el teatro de la Zarzuela, se ha iniciado
con la popular La verbena de la Paloma, título que desde su
estreno se ha mantenido en el repertorio. Personalmente siempre
siento una cierta pereza porque vuelve a ser “más de lo mismo” y
cuando acudo a ella, hay que reconocer que es un texto
inspirado, se haga mejor o peor.
Amén de la mencionada inspiración siempre hay una pregunta ¿por
qué La verbena? Una de las razones es la conmemoración
del 150 aniversario de la inauguración del Teatro de la
Zarzuela.
En esta ocasión la dirección escénica se le ha encomendado al
director argentino Sergio Renán. Hombre de amplio currículo
teatral y también director cinematográfico, es la primera vez
que dirige una Zarzuela, aunque según confesión propia, la
conoce muy bien a través de las diversas representaciones, desde
pequeño. Esto de entregar textos del género a directores
escénicos que nunca han trabajado en el medio es siempre un
riesgo: puede ser un desastre. Personalmente creo que con un
género que ya ha quedado como repertorio ese riesgo hay que
correrlo. La ventaja de estos directores vírgenes es que no
trabajan con “preverbales” – esquemas predeterminados -, y
buscan nuevos enfoques. Algo de eso sucedió con la acertada La
canción del Olvido del italiano Pier Luigi Pizzi.
Por lo general se suele dar en el clavo.
El caso que nos concierne, esta Verbena de Sergio Román, parecía
una temeridad: trasladar la acción de 1894 a los años treinta,
cuando el cine y las estrellas de Holliwood y de España hacían
furor. Así, en principio, uno desconfía. La pregunta es por qué
ese capricho y después vienen otros interrogantes: la mazurca
que baila la Casta y Susana ¿se bailaba en los años treinta?, la
misma verbena como se nos cuenta en la obra ¿era todavía
popular? La duda se hace mayor cuando se habla del cinematógrafo
como elemento conductor de la obra. Todos estos interrogantes,
vista la obra, van quedando justificados y uno sale del teatro
con un buen sabor de boca.
La mayor novedad de esta versión está, pues, en la dirección de
escena. Sergio Román, pienso, recupera un poco la línea original
de la obra, a pesar de que parezca lo contrario. Cuando se
estrena en 1894, lo que refleja la obra es la época y ambiente
popular del momento a todos los niveles. Posee cierto aire
naturalista, a pesar de ser tratado musicalmente. Baste ver el
vestuario del estreno. Las generaciones posteriores del siglo
XX, ya comenzaron a verla alejada en el tiempo, e incluso el
vestuario fue cobrando tintes más estilizados y teatrales. Lo
que ahora hace Sergio es, no intentar que sea de nuestro siglo
XXI, pero sí al acercarla a los años treinta – época también en
el recuerdo para nosotros – recuperar ese ambiente naturalista
en el texto, en la interpretación y en el modo de actuar en los
cantables.
Tal ambiente naturalista en la interpretación lo consigue
eliminando los exagerados tonos chulapos de otras
representaciones, que en muchas versiones se habían transformado
en tópicos y nos alejaban más en el tiempo la anécdota del
celoso Julián. Salvo algún personaje, como es el tabernero, el
resto recurren a un modo de hablar madrileño en el que no
fuerzan la chulapería sino que siguen un modo más llano y
naturalista de interpretar su texto. Desaparece también el
acento caricaturesco gallego de los dos guardias. Algo que,
antaño, dibujaba la sonrisa o provocaba la pequeña carcajada del
público. En el Madrid de 1894, parece ser que la profesión de
guardia urbano, era desempeñada por los venidos de aquellas
tierras. Sin embargo, tal modo interpretativo no se desprende
del texto original – nada dice de ello – sino de las sucesivas
representaciones. Al trasladarlo a los años treinta, tal color
local tiene menos sentido. Este estilo, menos chulapón, también
rige las interpretaciones de las canciones.
Aunque todos los personajes han terminado por se iconos de un
cierto madrileñismo zarzuelero, hay dos que acusan un mayor
cambio: D. Hilarión y la Tía Antonia.
En el reparto original se alude a la edad de Don Hilarión: 70
años. Y siempre se ha presentado como un vejete verde y
babosillo, a pesar de la simpatía que derrocha. Su pasión por
las dos jovencitas (Casta, 22 años y Susana, 20), y la
condescendencia de ellas – instigadas por la tía Antonia (50
años) – barnizaban la historia amorosa de cierta morbosidad y,
en buena parte, irreal. Sergio Román ha cambiado la edad de
Don
Hilarión. No es un vejete de 70 años, sino que está en la
cincuentena: esa edad en que el amor pasional comienza a dar los
primeros síntomas de abandono y se transforma en una oscura,
obsesiva y morbosa pasión, a veces con esperanzas para un
matrimonio con chiquitas jóvenes, aunque sea de conveniencia.
Tal rejuvenecimiento de Don Hilarión permite abandonar la típica
voz cascada del tenor de turno – fuera el intérprete viejo o no
– y aprovechar la voz más entera del cantante Juan Manuel
Cifuentes. En esta versión Juan Manuel logra un muy creíble
D.
Hilarión, en esa clave menos farsesca de otras versiones.
Con la Tía Antonia sucede algo similar. La tradición ha forzado
la indicación del texto: “es una mujer de cincuenta años, gorda
y ordinaria. Habla con una voz tan ronca y aguardentosa que no
se le entiende la mitad de lo que dice”. Por lo regular, el
personaje se ha llevado a la sobreactuación e incluso se le ha
subido la edad. También es cierto que tal caricatura, siempre ha
desencadenado la carcajada en el público. Aquí se le encomienda
a Natalia Duarte – la Cantaora en la versión de
José Luis Alonso
– y mantiene el tratamiento ya indicado, rebajando lo
histriónico. Funciona.
Estos son, si se quiere, los personajes que más llaman la
atención en cuanto a la conversión de tratamiento. Pero esta
misma línea campea por todos los intérpretes haciéndonos más
creíble la sencilla historia de celos de esa noche de verbena.
La visión naturalista – siempre difícil en el mundo de la
lírica, por la convención artificiosa del canto – se ha llevado
a los mismos cantables. No solamente por el modo de
interpretarla, sino en cuanto a hurgar las posibles acciones en
el mismo texto y procurando evitar el inmovilismo o el que
simplemente se cante. Baste un botón de muestra. En el consabido
diálogo cantado de D. Hilarión y D. Sebastián:
Hoy las ciencias
adelantan se ha buscado la dramatización del texto: “Hay
bastantes enterocolitis durante el estío”. Previamente se ha
preparado la visualización dramática de este texto. Mientras
nuestro Julián se lamenta ante la Seña Rita:
“También la gente
del pueblo tiene su corazoncito”, una parroquiana entra en la
farmacia, y después sale justamente con su medicamento cuando
D.
Hilarión le da la razón de sus males: “Hay bastantes
enterocolitis…” Este cuidado de buscar escénicamente el sentido
del texto, campeará a lo largo de toda la representación.
El haberlo traído a los años treinta ha sido, en parte, motivado
para incluir la alusión al mundo del cine, el cual acudirá en
reportajes – permiten la transición de un cuadro a otro – y en
la escena de la Cantaora, un feliz hallazgo escénico que es
mejor no desvelar para que el espectador se sorprenda. También
el cine estará presente en la fantasía de un personaje nuevo:
Inocencio Catalina (joven cinéfilo), que sirve de unión entre el
Prólogo y el propio sainete, al cual confía D. Hilarión su
pasión por “Una morena y una rubia”. Aquí también- de modo
fantasioso – el cine vuelve a irrumpir. Se ha sabido unir en
estos dos personajes el erotismo fantasioso: Don Hilarión, las
chulapas y en Inocencio, la míticas estrellas del cine.
SANDRA FERRÁNDEZ
(SUSANA) |
Otro de los temas que resultaban problemáticos en la traslación
de época, era la mazurca que bailan Casta y Susana. Mi duda era
si el tal baile seguía en los años treinta. La solución
encontrada, tampoco a desvelar, obvia el problema, pero, aunque
vistosa, tengo mis dudas ya que se despega del tratamiento
naturalista que se ha empelado con toda la obra.
La Verbena de la Paloma se compuso para el Teatro por horas.
Quiere esto decir que su duración es breve: 1 hora. En la
actualidad ello obliga a acompañarla con otro sainete. En esta
ocasión se le ha buscado un Prólogo titulado Telón cinemático de
ambientación de la época: el mundo del teatro y del cine de
entonces etc… Está bien y discretamente tratado, así como
permite un sencillo hilván con la obra, sin que se haga
protagonista.
En el último cuadro, siempre un colofón que se precipita
demasiado pronto, aquí todavía se precipita más al suprimir el
inicio del cuadro y al presentarnos una bellísima escenografía,
tiovivo incluido, que parece va a tener más juego.
Otro de los aciertos es la espléndida escenografía naturalista
de las casas y de la verbena, y su ágil funcionamiento, todo al
servicio de la acción.
A nivel de números corales destaca el de la Cantaora y los
vecinos, en la calle, escuchando el cante que se desarrolla
dentro del cafe. No solamente es una sorpresa para el
espectador, sino que el final del número se resuelve coral y
coreográficamente con una gran vistosidad. Este y el trillado
número de “Por ser la Virgen de la Paloma” poseen la virtud de
estar engarzados con plena naturalidad sin que el espectador
casi lo prevea.
MANEL ESTEVE (JULIÁN) |
El reparto vocal se ha encomendado a Cantantes jóvenes. Se trata
de voces bien equilibradas, logrando un conjunto vocal
homogéneo. En ésa línea naturalista elegida se buscado en la voz
de la Cantaora un tono menos de voz lírico y sí más cercano al
cante, que interpreta muy bien Eva Durán. Le proporciona mayor
verosimilitud.
La orquesta dirigida por Miguel Roa e interpretada con soltura,
en la representación de 23 de diciembre sonaba en exceso con
respecto a los cantantes. No puedo juzgar si era problema de
ajustes de volumen entre voz y orquesta o más bien el lugar en
el que me encontraba situado: una platea. Si la culpa era del
lugar, hay que poner en duda la acústica del teatro. Algo que
también se percibía en algunas ocasiones, era la huida de la voz
en los solistas, salvo que estuvieran adelantados al proscenio.
Es posible que la escenografía una tanto abierta en las alturas,
dificulte la buena emisión de voz. No sabría decir. Es curioso
como este factor acústico se producía también con ciertos
obstáculos. En el primer cuadro una carreta cubierta de tela
cruza en dos ocasiones el escenario en primer término y se
detiene un poco. La voz del momento disminuye de volumen ante
ella.
Esta Verbena de Sergio Román, recupera la frescura y una cierta
naturalidad en un encomiable trabajo de dirección. Bienvenida La
Verbena a los años treinta.
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