RESEÑA, 2003
NUM. 346, PP.9 |
DON JUAN TENORIO
ENTRE EL AMOR Y LA MUERTE |
LUIS MERLO (D. JUAN)
BÁRBARA LLUCH (DOÑA INÉS) |
Título: Don Juan Tenorio.
Autor: José Zorrilla.
Adaptación musical: Scott. A Singer/ Lucas Fuentes.
Versión y dirección: Mauricio Scaparro.
Escenógrafo: Roberto Francia.
Vestuario: Javier Artiano.
Coreografía: Mariano Brancaccio.
Iluminación: Juan Gómez Cornejo (AAl.).
Intérpretes: Luis Merlo (D. Juan), José Luis Gago
(Butarelli), José Luis Massó (Ci utti), Manuel Álvarez
(Miguel/Alguacil), Roberto Quintana (D. Gonzalo), Ángel Amorós
(D. Diego), Carlos Santos (Avellaneda), José Luis
Patiiio(Centella), Gabriel Garbisu (D. Luis), Sergio
RománAlguacil1), Ignacio Garcia-Bustelo (Pascual), Mª José del
Valle (Ana de Pantoja), Empar Ferrer (Brigida), Cecilia
Solaguren (Lucia),
Assun Planas (Abadesa), Bárbara L/uch (Inés), Palmira Ferrer
(Tornera) y Juan Meseguer (Escultor).
Estreno en Madrid: Teatro Pavón (CNTC), 18-12-2002.
Cuando
eran muchos los Tenorios que ocupaban la cartelera, el
interés estaba en comparar las interpretaciones que nuestros
grandes actores hacían de Don Juan y de Doña
Inés. También atraían los Tenorios bufos.
En tiempos más recientes, buscando salir de la rutina, se buscó
la originalidad en los decorados. Famosos fueron los dos que
hizo Dalí y aquel otro llamado «de los pintores», porque
la escenografía de cada escena fue encargada a otros tantos
artistas plásticos. Coincidiendo los tiempos actuales con el
reinado de los directores, son éstos los encargados de
introducir novedades en las representaciones. Y lo que ellos
hacen es reinterpretar el mito, lo cual exige un trabajo previo
de dramaturgia. Andrés Amorós, gran valedor de la obra de
Zorrilla, sobre la que hizo una versión propia, tuvo la
feliz idea de encargar a cinco directores sendas puestas en
escena que serían representadas en temporadas sucesivas. Este
montaje de Maurizio Scaparro es el tercero de la serie.
Le precedieron los de Eduardo Vasco, en adaptación de
Yolanda Pallín, y Alfonso Zurro. Cada uno puso su
sello personal.
El de Scaparro se caracteriza por algunas referencias
foráneas, algunas francesas, lo que es una novedad en una obra
netamente española, pero sobre todo porque ha metido en él su
talante de artista mediterráneo, aprovechando hasta el límite
las posibilidades que, como consecuencia de su devastador paso
por tierras italianas, ofrece el personaje de Zorrilla.
Opción legítima, desde luego, pero no exenta de riesgos. Este
Don Juan es un poco más de Scaparro que de
Zorrilla. Por otra parte, Luis Merlo, el actor que lo
interpreta, le ayuda en esa tarea. Así, “nuestro” Don Juan
ya no es el libertino que conocíamos, ni el bravucón irreverente
que nos estremecía cuando desafiaba al Cielo, sino un ser
gesticulante en exceso - ¡Ay, esas manos que revolotean sin ton
ni son! -, asustado, histérico con frecuencia y amanerado, no en
el sentido en que lo viera Marañón, ni con la ambigüedad
bergamiana - «Don Juan, mito de hermafrodito»-. En la escena de
la hostería, la pelea de gallos que mantienen Don Juan
y Don Luis se reduce a una disputa de salón que,
más que provocar escándalo, decepciona. Pero la mayor novedad en
este curioso retrato de Don Juan llega en la escena final, en la
que su redención pierde la espiritualidad que siempre tuvo para
convertirse en una proclamación del triunfo del amor profano,
resumida en el cálido abrazo en el que se funde con Doña
Inés, lo que no deja de ser curioso siendo que, muertos
ambos, son sus almas las que protagonizan su postrer encuentro.
ASSUN PLANAS (ABADESA)
ROBERTO QUINTANA (DON GONZALO) |
Don Juan Tenorio es obra bien conocida por los espectadores,
hasta el punto de que son muchos los que se saben el texto de
memoria. La versión de Scaparro introduce no pocas
modificaciones, algunas que alteran la propuesta del autor y
otras que continúan lo que es admitido generalmente por la
costumbre. Nada dice Zorrilla de que en la quinta sevillana de
Don Juan haya un sofá, pero los encendidos versos que éste
dedica a la novicia siempre han tenido a ese mueble por testigo,
hasta el punto de que la escena es popularmente conocida como la
del sofá. No parece que se trate de un detalle intrascendente,
pues el sofá favorece la intimidad de la escena y , por otra
parte, en al menos dos ocasiones afirma Don Juan estar a los pies de la dama. No tenía el director
italiano la obligación de seguir los dictados de la tradición,
pero sorprende que la escena transcurra con los personajes de
pie y el actor dirigiéndose al público y no a ella. También se
desarrolla de pie, frente a lo habitual, el duelo verbal de la
hostería, a pesar de que en esta ocasión el autor indica que los
personajes se descubren y se sientan. Hay en este montaje una
tendencia a mantener a los personajes a pie firme, aunque con
harta frecuencia entren y salgan de la escena gateando por
trampillas abiertas a ras de suelo. También es novedad que el
Comendador muera de una estocada en vez del siempre esperado
pistoletazo. Son detalles que no tienen mayor importancia que la
que cada cual les quiera dar, pero orientadoras sobre el talante
un tanto desenfadado del trabajo del director italiano. Algunas
tienen, claro está, mayor calado y trascendencia que otras. Por
ejemplo, el ya citado efusivo abrazo final de los protagonistas.
O la escena en la que se celebra la cena a la que ha sido
invitado el Comendador. De nuevo los personajes están de pie,
aunque el autor indique que están sentados a la mesa. Tal cambio
de postura no sea, quizás, baladí, sino consecuencia del afán
por sustituir la conversación pausada, acompañada de buen vino,
por el ritmo precipitado que conduzca a un rápido desenlace. Tal
vez obedezca a ese mismo propósito que los trescientos cuarenta
versos de que consta la escena hayan sido reducidos a ochenta.
Con todo, el tantas veces acreditado talento de Scaparro asoma
en suficientes ocasiones como para que, superadas las reservas
apuntadas, que no son pocas desde luego, el espectáculo sea
visto con agrado. Es en su estética donde alcanza mayor brillo.
Poca cosa ante tantas expectativas. Pero también es cierto que,
aunque su aventura escénica no haya alcanzado las cotas
esperadas, ha dejado las puertas abiertas a que otros directores
más timoratos y respetuosos con lo tenido por intocable se
decidan a sacar a Don Juan Tenorio del museo en el que alguno de
sus afamados colegas le tiene encerrado.
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