JULIO CESAR
DOMINIO DE LA PALABRA Y DE LA ACCIÓN
Título: Julius Cesar (Julio César).
Autor: William Shakespeare.
Video y decorados: Tom Pye.
Vestuario: Chloe Obolensky.
Música: Mel Mercier.
Música eléctrica metal: Ed Harrington
(Guitarra),
Kristof Erpeling (Voz).
Iluminación: Jean Kalman.
Sonido: Christopher Shutt.
Diseño de proyección: Dick Stracker para
Mesmer.
Diseño de video: Tom Pye, Dick Stracker.
Movimiento escénico: Joyce Henderson.
Voz: Patsy Rodenburg.
Director asociado al grupo: Douglas Rintout.
Ayudante de dirección: William Oldroyd.
Asociado diseño de iluminación: Mike Gunning.
Supervisores de vestuario: Joaquín Ballabriga,
Hattie Barsby.
Supervisor de atrezo: Mandy Burnett
Casting: Joyce Nettles, Leo Davis.
Fotógrafo de producción: Neil Libbert.
Coproducción: Bite:05 Barbican de Londres,
el
Tjéâtre nacional de Chaillot de París,
el Teatro Español
de Madrid y
el Grand Théâtre de la Ville de Luxemburgo,
en asociación con la Young Vic Theatre Company.
Intérpretes: John Shrapnel (Julio César),
Ralph Fiennes (Marco Antonio),
Antón Lesser (Marco
Bruto),
Simon Russell Beale (Casio),
Ginny Holder
(Calpurnia),
Rebecca Charles (Porcia),
Struan Rodger
(Casca),
34 actores ingleses y
49 actores españoles
(Pueblo de Roma).
Dirección: Debora Warner.
Estreno mundial: Teatro Barbican de Londres,
20 IV – 2005.
Estreno en Madrid: Teatro Español, 19 – VI -
2005 |
ANTON LESSER
SIMON RUSSELL, A. LESSER, JOHN SHRAPNEL
RALPH FIENNES
FOTOS: NEIL LIBBERT |
Iconográficamente Julio César ha quedado fijado en la mítica
película que todos conocemos y que reunía a un ingente plantel
de actores. Y de la película se resalta y alaba el famoso
discurso de Marlon Brandon (Marco Antonio), que la mayoría del
público conoce solamente por el doblaje de la época. A quienes
les aficiona el teatro, han visto varios Julios Césares y
posiblemente la película la han olvidado. Personalmente los
Julios Césares teatrales que he visto, siempre me han dejado
insatisfecho, por no decir invadido por el aburrimiento. Este
Julio César que nos ha entregado Debora Warner, sí que hace
olvidar la película y la sitúa en un museo de antigüedades.
RALPH FIENNES |
El texto shakesperiano de Julio César se ubica en la década que
va desde 1599 a 1608, después de que Shakespeare hubiera
cofundado y haberse hecho copropietario junto a los hermanos
Burbage del teatro El Globo. En ese período, ya de madurez,
escribirá y representará otras grandes tragedias: Hamlet, Otelo,
El Rey Lear, Macbeth, Antonio y Cleopatra, Coriolano.
Julio César, está tomada de las narraciones de Plutarco y su
estructura mantiene dos partes
muy claras y de distinto lenguaje. La primera
parte se centra en las intrigas que conlleva el
poder y el modo de eliminar el abuso de poder que se ha teñido
de tiranía. Termina con el asesinato de César (el tirano, para
la clase poderosa) y la rebelión de un pueblo que cambia un
poder por otro. La segunda parte, llamémosle diáspora, los
intrigantes (reducidos en la obra a Bruto y Casio) luchan y se
enfrentan con la parte aliada de César (Marco Antonio y
Octavio). Aquí el pueblo desaparece y únicamente se trata de una
lucha por conseguir el poder. Esta segunda parte posee un cambio
de estilo. Parece como si no hubiera salido de la mano del mismo
autor. Y si se me apura mucho la primera parte se basta a sí
misma. Desde siempre la segunda parte me ha parecido un añadido
y, curiosamente, la mayoría de las puestas en escena, incluyendo
la mítica película, naufragan.
Shakespeare tenía sentido del espectáculo y en todas sus obras
esto se advierte. En Julio César, esta segunda parte parece que
es la encargada de proporcionar como epílogo tal magnitud. Los
diálogos se hacen más breves y más picados. La acción domina
sobre la escena y el montaje alterno de los dos bandos es el
tratamiento preferido.
La primera parte es de abundantes monólogos, unos más largos que
otros, en los que el concepto magistralmente expresado
literariamente, transmite una serie de imágenes de gran
efectividad a nuestra mente. Necesita poco, en principio, de
parafernalias ajenas a la dicción del actor y a su buen hacer
dramáticamente.
Debora Wraner, la vimos en España con un
Titus Andrónicus, de
feliz recordación, en 1989, ha tomado Julio César y nos lo ha
entregado con una alta cota de interés, incluso en la segunda
parte. Claramente ha diferenciado las dos partes, hasta el punto
de conceder media hora de descanso – reposo de los actores y
transformación del decorado -, con dos lenguajes diversos,
evidenciando más mi sospecha de que primera parte y segunda
parte pertenecen a dos estilos dramatúrgicos distintos. Esto no
es un fallo, sino que por el contrario ha encontrado el
tratamiento adecuado para cada una de las partes.
La primera, en la que la palabra abunda, ha puesto énfasis en
ella, pero ha huido del recitado de autoescucha del actor, para
transformarlo en un coloquio manteniéndose en ese límite entre
lo que exige la grandielocuencia de los conceptos y la
divulgación en el modo de decir, sin que ello suponga una
perdida de la musicalidad o del valor fonético de la propia
palabra. Consigue que la retórica y teatralidad propia de la
época y del estilo de teatro inglés, en el se juega con el
actor, su voz y el vestuario, se transofrme en un auténtico
diálogo, muy próximo a nosotros.
Ha eliminado la historicidad plástica de la acción: Roma, togas
y túnicas, uniformes de romanos etc., y la ha traído a nuestra
época. Lo único que mantiene es el mármol de unas escalinatas en
el primer acto, como “podium” de poder e intriga política. El
resto es urbano, vallas metálicas, paredes de cristal
(metacrilato ¿?), como podría ser la entrada de cualquier local
público de nuestra modernidad. A la plebe romana, la ha vestido
de modo informal – ese variopinto vestuario que actualmente
usamos. Vestir de trajes de chaqueta a los senadores y
denudarlos de sus túnicas no es nuevo. Desde hace años varios
montajes de Julio César han olvidado las clámides, togas y
corazas. Lo que sucede es que aquí resulta como algo más
integrado, una vez que en la segunda parte guerrrillera, Marco
Antonio, Marco Bruto, Casio y sus huestes visten uniformes, que
nos son familiares por las guerras de oriente próximo. Uniformes
impregnados del polvo del desierto.
Esta contemporaneidad la traslada también al modo de decir en
los actores, sin – y aquí está el milagro – eliminar parte del
texto o evitar los anacronismos. Tales anacronismos están ahí,
pero no nos importan. Debora, con este tratamiento, nos descubre
que hay historias universales y textos universales que lo que
menos importa, a nivel escénico, es el centrarlas en un
determinado momento histórico. Es la virtud que tenían los
clásicos griegos, también.
El acercamiento a la modernidad evita la denuncia de la tiranía
de unos nombres concretos actuales. No cae en ese recurso fácil.
Lo deja a la interpretación del espectador. Soterradamente sí
hay una posible referencia más directa en la segunda parte al
ubicar la guerra en el próximo oriente. Tales guerras de unos
contra otros en terrenos fuera de Roma, son significativas. Hace
muy poco hemos asistido a una guerra de desierto. ¿Por qué se
luchaba allí? En la obra de Shakespeare se lucha por obtener el
poder de Roma y no tanto el bienestar de aquellas tierras.
Julio César, si me apuran, se podría representar con pocos
personajes y dejar a la plebe en off. En esta versión hay una
multitud de actores desdoblados en dos grandes grupos: los que
tienen algo que decir (el elenco inglés) y la plebe que vocifera
o se mueve (el elenco español). Tanto unos como otros adquieren
en cada momento categoría de protagonismo. La plebe deja de ser
un mero telón de fondo que escucha o grita, para adquirir
importancia a través de sus movimientos coreográficos y sus
gritos estertóreos. Movimientos y gritos salpican los textos
reflexivos de acción y así comienza ya un entronque con la
segunda parte claramente activa. Movimiento de masas en la
primera parte y movimiento escénico de las guerras en la segunda
crean un continuum visual.
Cabe destacar la calidad interpretativa de los actores, todos, y
por supuesto a Ralph Fiennes (Marco Antonio) en su mítico
discurso que opta por un modo de decir espaciando las frases y
esparciéndolas a lo largo del escenario hacia la desconcertada,
ignorante y cambiante plebe. Antón Lesser (Marco Bruto), que
mantiene una placidez cargada de fuerza, encarna la ecuanimidad.
Termina siendo el protagonista. John Shrapnel (Julio César) de
papel corto, es magistral en un César entre la ironía y la
tontorrona vanagloria. Simon Russell Beale (Casio) orienta su
personaje por un hombre con cierto primitivismo, que nos lo hace
cercano. Podríamos ir desgranando felicitaciones para cada uno
de los actores en sus más breves intervenciones.
Debora Warner, la directora, mueve con ritmo y agilidad toda la
escena, hasta hacerla creíble sin que restallen las
intervenciones corales y logrando que resulten verosímiles el
entusiasmo o la ira de las masas, así como en la segunda parte
las intervenciones militares. Las explosiones de la guerra
acuden a efectos relativamente sencilos pero de gran efecto. A
ello se une una inteligente banda sonora.
Julio César de la Warner, es un satisfactorio ejemplo de buen
teatro en todos los aspectos. El ritmo hace olvidar las tres
horas y media y la interpretación de los actores hace que la
historia y su denuncia nos la creamos.
He hablado de poder y ambición, único fin que parece interesar a
los políticos. No obstante, no sé por qué, todos los intrigantes
senadores – incluido César - me han recordado la mafia y grupos
similares. ¿Es posible que Débora Warner, al leer la obra de
Shakespeare, ha intentado reflejar el abuso de poder más allá
del trillado, manido y denunciado poder político?
Una última apostilla para-shakesperiana. El “no hay localidades
para ninguna función” sucedió antes del estreno. El día del
estreno una gran cantidad de actores estaban presentes. Actores
de carrera teatral cimentada por los años o por el éxito. Esto
suele ser habitual en casi todos los
estrenos. Lo que voy echando de menos es que
las generaciones de actores jóvenes no estén presentes, al menos
en estas muestras de gran teatro. ¿No sería posible destinar un
día de representación, aunque fuera un aforo de 50%, a toda la
generación de actores jóvenes?
|