
RESEÑA,
nº 290
(Enero 1998, pp18) |
EL HOMBRE DE LA
MANCHA
NADA QUE ENVIDIAR A BROADWAY
Crítica aparecida en Reseña nº 290
(Enero 1998, pp 18),
con motivo del estreno de la versión de El Hombre de
la Mancha producida
por Luis Ramírez e interpretada por José sacristán
y Paloma San Basilio. |
Título:
El hombre de La Mancha.
Autor: Dale Wasserman.
Letras: Joe Darlon.
Música: Milch Leigh.
Adaptación: Nacho Artime.
Escenografía: Juan Gaspar, Gerardo Trotti.
Iluminación: José E. de Aguirre.
Intérpretes: J. Sacristán
(Cervanles/Quijote), Paloma San Basilio
(Dulcinea/Aldonza), Juan Manuel Cifuentes
(Sancho/criado/Cervantes), Luis Alvarez
(gobernador/ventera), Eduardo Santamaría(cura).
Dirección: Gustavo Tambascio.
Estreno en Madrid: Teatro Lope de Vega, 19 – X
- 97. |
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Triunfó en Nueva York y poco tiempo después se estrenaba en el
Teatro de la Zarzuela con Nati Mistral y Luis Sagi
Vela, en versión de José López Rubio bajo la dirección de
José Osuna. Richard Kiley fue un intérprete
neoyorquino y Jack Jones grabó también «Mi sueño
imposible», tema central y leitmotiv de la obra. Fue un éxito
allí y aquí. Por eso, terminada la temporada de la Zarzuela,
pasó al Teatro Lope de Vega.
Curiosamente el remozado Teatro Lope de Vega (durante muchos
años condenado a ser cine), vuelve a la carga con este musical,
de sobras conocido y que se divulgó cinematográficamente con un
Peter O’Toole como don Quijote y Sofía Loren como
Dulcinea. El aniversario de Cervantes imagino que da pie a este
remake. Y el tal remake está muy bien y el público pasa un buen
momento tanto por la epatante escenografía (muy buena) como por
la delicada voz canora de Paloma San Basilio y el resto
de los cantantes, así como ajustada y soberbia interpretación
dramática de José Sacristán. El público sale satisfecho y
casi no dejan terminar la representación, ya que en el momento
final —«Mi sueño imposible» cantado por Paloma y el coro— los
aplausos se arrancan. Un fervor multitudinario.
Se trata, pues, de un espectáculo inteligentemente construido a
nivel de producción. Paloma es grandiosa en su parte
canora y Sacristán lo es en su parte interpretativa. La
adaptación y arreglos que se han hecho han sido inteligentes: se
adapta a las virtudes y limitaciones de cada uno. Por lo tanto
ni uno ni otro se encuentra mermado. El trabajo musical de
Santiago Pérez y Grover Wilkins es encomiable. Han
bajado la tesitura para Sacristán y han huido de la conjunción
de voces de Paloma y Sacristán, ya que son dos tesituras
distintas. Nunca cantan juntos, salvo un tímido concertante
final. Por lo tanto es un espectáculo grato y que nada tiene que
envidiar a las producciones de Broadway.
Otro cantar es un análisis desde el punto de vista de la
innovación. Este Hombre de La Mancha es un musical al
uso, como se han dirigido tantos musicales desde los años
sesenta. Poco aporta desde el punto de vista del lenguaje
teatral o evolución del musical a nivel direccional. Imagino que
tampoco se pretendía, una vez que la misma productora
(Pigmalión, cuyo productor es Luis Ramírez) ha comprado
Sweeney Tood, dirigido por Mario Gas, un musical más
innovador y con un formato espléndido (no se lo pierdan).
Manteniendo la brillantez del espectáculo hay deficiencias que
no se acaban de entender, o sólo a medias. La epatante y
magnífica escenografía —de cuerpo y con unas fabulosas
perspectivas— resulta lenta en sus desplazamientos, lo que
obliga a tiempos muertos en el ritmo narrativo de la acción. El
recurso a las comparsas de ambientes no enmascara la caída de
ritmo. El prólogo ilustrado sobre el preludio con dos
escenografías —el barco de vela y la calle sevillana— resultan
gratuitas, así como la espera para que Sacristán pueda subir al
caballo y aparezca en el monumento, rememoranza del de la Plaza
de España.
Parece no existir un trabajo coreográfico. Desde hace años
—incluso en la zarzuela— se ilustran preludios e intermedios.
Aquí también, sólo que el juego coreográfico es repetitivo y sin
progresión, como sucede con el preludio al segundo acto. Algo
similar sucede con la violación de Dulcinea. También uno de los
números recuerdan a aquel famoso Enrique Rambal de los
años cuarenta o a aquellos desafortunados Baños de Argel
de Nieva en el María Guerrero. No se entiende una
estética de este tipo, que raye en lo barroco injustificado.
También se echa de menos una mayor sugerencia plástica para que
el espectador pueda volar con su imaginación. Sobran las
ilustraciones realistas de la proyección del monstruo sobre el
Molino de Viento o la evocación de un castillo a través de la
transparencia de la pared de la Venta. Todo está tan dicho que
elimina la posibilidad imaginativa del espectador.
En cuanto a la parte musical, hay una inteligente adaptación
para Sacristán y éste sale bien parado. Hay que olvidarse
de comparaciones con el original. Paloma compone
musicalmente una bella melodía, su voz siempre la agradecemos y
el resto, francamente, es bueno. De gran impacto el terceto
musical de la sobrina, cura y ama: «Lo hago sólo por él.”
Eduardo Santamaría (el cura), destaca por su melodiosa voz.
Una apostilla —aunque es una batalla perdida— es el mundo de la
electrónica aplicada a los musicales. Se hace así y hay que
tragar, pero ello no quita que todo sea gritado, de poca finura
y que el musical haya perdido la perspectiva sonora.

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José Ramón Díaz Sande
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