RESEÑA, 1974
NUM. 79, pp.35-37 |
TIRANO BANDERAS
RAMÓN DEL VALLE INCLÁN,
EN ADAPTACIÓN DE E. LLOVET
José Tamayo siempre atento a novedades pidió a Enrique
Llovet la adaptación teatral de Tirano Banderas de Valle-Inclán para su Compañía Lope de Vega. Aunque
ya se habían estrenados textos de Valle, todavía seguía en el ambiente la
imposibilidad de llevar a escena sus obras. La realidad era que sus obras
subían pero no con mucha fortuna.
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Título: Tirano Banderas
Autor: Ramón María del Valle-Inclán
Versión teatral: Enrique LLovet
Escenografía y figurines: Emilio Burgos
Música:
Antón García Abril
Compañía
Lope de Vega
Intérpretes: Ignacio López Tarso (Tirano Banderas), José
vivo (Barón de Benicarlés), Manuel Gallardo (Domiciano de
la Gándara), Guillermo
Hidalgo, Ramón Durán, Antonio Rosa, Julio Monje, Francisco Portes, José
Contreras, Felipe Ruiz de Lara, Angel Terrón, José Luis Sanjuan, Julio Hara, Antonio Iranzo, Pedro del
Río, Ricardo Alpuente, Juan Meseguer, José Luis
Lespe, Eduardo Rego, José María Portillo, Juan Tebar, José Sánchez, Ramón Pons,
Amaya Curieses, Társila Criado, Irene Villar, Silvia Tortosa, María Alvarez,
Mari Leiva, María Jesús Lara, Adela Armengol y Merche Duval.
Dirección: José Tamayo.
Estreno en Madrid: Teatro Español, 3 – X -1974
La publicación, a finales de 1926, de Tirano Banderas dejó
estupefacto a todo el mundo literario español. Su factura moderna - con
la asimilación de la simultaneidad cubista -, el grado de madurez en el camino
estético del esperpento, la densidad y riqueza de su estructura narrativa y el
hallazgo de un lenguaje -síntesis, profundamente original en la recopilación y
creación de americanismos, hacen de Tirano Banderas un esfuerzo de
creación que no tiene igual en toda la moderna novela española. La crítica,
que casi unánimemente considera a Tirano Banderas como una de las cimas
de la novela española de todos los tiempos, ha estudiado detenidamente
las fuentes en que se inspira Valle-Inclán:
los historiadores Toribio de Ortiguera,
Francisco Vázquez y Juan de Castellanos, los escritores Gerardo Murillo y Ciro Bayo. Se ha estudiado también el proceso de elaboración, la
técnica, el estilo, el lenguaje. Queda por hacer un estudio sobre la influencia
de Tirano Banderas en toda la novelística posterior sudamericana.
Es ya casi un tópico el afirmar que la técnica de Valle-Inclán es acentuadamente cinematográfica.
Sus novelas, algunas de sus comedias, se presentan como una cantera casi
desaprovechada de guiones de cine. Más discutible es su capacidad dramática,
sus posibilidades reales de incorporación escénica. Todavía hay críticos que
se obstinan en decir que el teatro
valileinclanesco es más para leído que para representado. Tirano
Banderas puede parecer, a primera vista, fácilmente adaptable a la escena,
apoyándose sobre todo en la calidad y abundancia de sus diálogos y en muchos de
sus trazos descriptivos que parecen equivaler a meras acotaciones escénicas.
Creo que no es tan fácil convertir una novela en pieza teatral. Y me lo prueba
el esfuerzo que Enrique Llovet ha
hecho con Tirano Banderas para el Teatro
Español de Madrid.
Llovet ha elegido el camino de la fidelidad, no sólo en cuanto
al texto, sino también en cuanto a la cantidad. Ha suprimido 10 menos posible -
alguna escena de transición, todo el bloque que protagoniza el Cuerpo
Diplomático, varias escenas en la prisión de Santa Mónica -, y se ha atenido,
lo más fielmente posible, al desarrollo y al ritmo de la novela. Esta excesiva
fidelidad a Valle-Inclán ha hecho
que se resienta bastante el ritmo dramático. La estructura de la novela es
concéntrica y simultánea - todo pasa en dos días y medio - y las escenas se
suceden a un ritmo rapidísimo en donde la acción va explicándose por medio de
la descripción ambiental y el estudio de los caracteres. En la novela, lo que
podría ser un montón abigarrado de personajes se resuelve en una unidad
apretada con un ritmo narrativo de gran densidad. En la adaptación de Llovet el excesivo número de personajes
y escenarios dispersa la atención, quiebra el ritmo dramático y distrae inútilmente
a los espectadores. Personajes como Filomeno Cuevas, el viejo
ciego y su hija, Melquíades, el mismo Peredita,
el estudiante Marco Aurelio y su madre doña Rosita Pintado, etc.,
que en la novela tienen mayor consistencia, pasan sin pena ni gloria por el
escenario retardando la acción y distrayendo la atención de los espectadores.
Si a esta dificultad de la adaptación escénica
añadimos la vacilación y la falta de estudio del texto que ha
acompañado la labor de José
Tamayo en la puesta en escena yen la dirección de los actores, se explica
mejor la ambigüedad e incluso el desconcierto con que parte del público sigue
la obra. ¿Es que no ha estudiado Tamayo
el tratamiento humano o esperpéntico que Valle da a sus principales personajes?
El indio Zacarías el Cruzado, tremendo y humanísimo personaje de la
novela, hombre taciturno, irónico, lento, que va rumiando “hacia dentro” su
venganza, es difícilmente reconocible en el hombre violento y gritón que Iranzo incorpora en el escenario del
Español. El coronelito Domiciano de
la Gándara “de
vientre rotundo, negrote, membrudo, rizoso, de risa saturnal y vinaria”, es
el extremo opuesto de esa especie de joven y apuesto militar que personifica Manuel Gallardo. Don Celes Galindo “redondo,
orondo, pedante” el “ilustre gachupín” no es el personaje anodino y gris que
vemos en escena. ¿Puede alguien reconocer en la actriz joven y digna
del Español a esa doña Rosita Pintado que en Valle-Inclán aparece como “una
gigantona descalza, la greña aleonada ... una poderosa figura de vieja
bíblica: sus brazos de acusados tendones, ¿tenían un pathos barroco y
estatuario”? Y, en fin, para no alargar los ejemplos, el Tirano Banderas, digno y
solemne que interpreta Ignacio López
Tarso, no es el protagonista de Valle-Inclán.
Cuando a él se refiere, Valle casi
siempre dice “la momia”. Es un tipo retorcido, siniestro, que masca continuamente
coca “por donde en las comisuras de los labios tenía siempre una salivilla de
verde veneno”, que cuando habla “desbarata la voz en una cucaña de
gallos”, que ¡parece una calavera con antiparras negras” o “el garabato
de un lechuzo”, etc. Me parece que Tamayo
ha atendido más a una discutible reminiscencia histórica del presidente Porfirio Díaz que al texto mismo de Valle-Inclán. Toda la unidad de la obra
se resiente con esta arbitrariedad caprichosa de la puesta en escena que
mantiene a unos cuantos personajes en su nivel esperpéntico - así el Barón
de Benicarlés, Currito Mi-Alma o Nachito
Veguillas -, mientras que al resto se les coloca a un nivel no
deformado, como personajes reales y cotidianos. El público vacila entre los dos
niveles - el grotesco y el “normal” y se diluye así gran parte de la carga
estética e ideológica que Valle puso en su novela.
Ignacio López Tarso, el famoso actor
mejicano, domina el gesto, la dicción y la presencia en escena. Pero interpreta
su papel “hacia fuera” y no es el Santos Banderas de Valle, esa máscara taciturna,
atormentada, paradójica, cambiante. Tarso
le confiere demasiado humanismo y demasiada prestancia física. ¿No
hubiera sido el gran papel para José
María Prada? El resto de la compañía cumple discretamente su papel,
con la excepción de Vivó, que hace
un Barón
de Benicarlés delicioso y exacto. Tamayo,
como siempre, se luce en los decorados y derrama en ellos el acierto que le ha
faltado en la dirección de los actores. En fin, es tanta la fuerza, el colorido
y la riqueza de la novela de Valle-lnclán,
que algo de ello pasa - aunque sea diluido - a la representación del
Español. Y sólo por eso ya va1e la pena el verla.
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