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LA PAZ PERPETUA
Fábula sin moraleja

Título: La paz perpetua
Autor: Juan Mayorga
Escenografía y movimiento escénico:
José Luis Gómez
Vestuario y caracterización: Alejandro Andujar
Iluminación: José Manuel Guerra
Espacio sonoro: Javier Almela
Selección musical: José Luis Gómez, Andrés Oliva
Creación multimedia: Álvaro Luna
Lucha escénica: Carlos Alonso
Ayudante de escenografía: Silvia de Marta
Ayudante de vestuario: Carmen Mancebo
Colaboración en vídeo: Mario Angulo, Kike  Fernández, Víctor Montesinos
Ayudante de dirección: Luis Blat
Asistente de dirección: Andrea Delicado
Ayudante de iluminación: Eduardo García
Fotografía: Ros Ribas
Producción: Centro Dramático Nacional en colaboración con Teatro de La Abadía.
Intérpretes: José Luis Alcobendas (Odín),
Julio Cortázar (Johm-John),
Israel Elejalde (Enmanuel),
Susi Sánchez (Ser Humano),
Fernando Sansegundo (Casius)
Dirección: José Luis Gómez
Estreno en Madrid: Teatro María Guerrero (CDN), 24 – 04 - 2008



FOTOS: ROS RIBAS


JULIO CORTÁZAR
FOTO: ROS RIBAS
La paz perpetua es una fábula. Una fábula sin moraleja. Sus protagonistas son unos perros que se comportan como seres humanos. José Luis Gómez, que ha dirigido la puesta en escena, los ha definido como canes bípedos. Sirviéndose de ellos  su autor, Juan Mayorga, nos habla de dos cuestiones de rabiosa actualidad. En primera instancia, de la feroz competencia que se establece entre los individuos por escalar puestos que le concedan un poder superior al de sus semejante. Se da en todos los ámbitos de la vida. En el caso que nos ocupa es en el laboral y más concretamente en la disputa que mantienen tres perros de distintas razas para entrar a formar parte de un cuerpo especial que trabaja en la lucha antiterrorista.
Asistimos a un proceso poco limpio, presidido por engaños, zancadillas y disputas entre los candidatos, controlado por “un perro viejo” ducho en la materia auxiliado por un ser humano. El segundo asunto que se trata es el fundamental. El elegido ha de obtener información de un detenido acusado de terrorismo y lo que se plantea es el conflicto de orden moral en torno a los métodos aconsejables para alcanzar el resultado buscado. ¿Valen todos en una sociedad democrática para seguir disfrutando de la libertad de que gozan los ciudadanos?

Juan Mayorga responde a la cuestión con un texto que recoge el debate abierto en los países occidentales desde que se produjo el atentado de las Torres gemelas. Para ello, se ha inspirado en el análisis hecho por diversos ensayistas.


SUSI SÁNCHEZ
FOTO: ROS RIBAS

Kant, cuya obra conoce bien gracias a su sólida formación académica, esta en el punto de partida. Concretamente, en su ensayo La paz perpetua, la cual da título a la pieza que nos ocupa, en la que el pensador alemán, confiando en el sentido común de sus conciudadanos, cree posible en alcanzar la armonía universal. Los materiales actuales manejados por Mayorga abarcan un amplio abanico de opciones para hacer frente a ese fenómeno, no nuevo, pero sí de dimensiones jamás imaginadas, que sitúa al terrorismo como la mayor amenaza, si no para alejar la posibilidad de disfrutar de esa paz utópica soñada por Kant, sí para preservar los valores del sistema democrático. Así, en la obra está presente, en un extremo, la idea de que el fin no justifica los medios, de que, en la lucha contra el terrorismo, no se puede rebasar aquella línea que hace tabla rasa de los derechos humanos, uno de los pilares esenciales de la democracia. En el opuesto, el convencimiento de que sin transgredir esas reglas que rigen el funcionamiento de una sociedad justa, es imposible poner fin a la actividad terrorista y garantizar la vida de los ciudadanos. En medio, los mil atajos que, apelando a la necesidad de ser eficaces en esa lucha, invitan a cerrar los ojos o a encontrar coartadas morales y de orden práctico.


JOSÉ LUIS ALCOBENDAS
Texto magnífico y denso, como lo son otros del mismo autor, en el que, sin embargo, el equilibrio entre contenido y teatralidad es precario. Digamos que, siendo el escenario el destino lógico de cualquier texto dramático, en este caso, su lectura resulta tan atractiva que podría prescindirse de la representación. Lo que sucede es que José Luis Gómez ha conseguido que ésta también sea atractiva. Ha hecho una lectura atenta y rigurosa del texto, arropando el discurso filosófico con una puesta en escena sobria, que descansa sobre un buen trabajo actoral. Se intuye que ha habido un importante ejercicio previo con los actores en el terreno de la expresión corporal para hacer creíble el comportamiento de unos individuos con aspecto de canes que piensan como los seres humanos. Buena parte del éxito descansa, pues, en la interpretación. Siendo el protagonismo compartido, no tiene sentido destacar el trabajo de un determinado actor.


ISRAEL ELEJALDE


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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