RESEÑA, 1996
NUM. 276, pp.24-25 |
Ella
Imágenes
del poder |
Título: Ella.
Autor: Jean
Genet.
Dirección: Viciar
Contreras.
Intérpretes: Lola
Acosta,
Blanca García-Gracia,
Victoria Paniagua.
Estreno
en Madrid: Sala
Triángulo,
4 – VII - 1996. |
FOTO: ALBERTO PUJD |
Escrita
en 1955, al tiempo que El balcón y Los
negros, Ella permaneció inédita en
vida de su autor. En realidad, la pieza nunca pasó de ser un primer borrador
que Genet jamás completó - dejó sin
escribir un parlamento entero -, ni revisó con vistas a su publicación o
estreno. Y, sin embargo, es interesante porque en ella se reconocen, en estado
puro, el estilo y el espíritu de este escritor provocador y polémico. Tomando
al Papa como eje de la acción, su
mordaz discurso plantea la relación entre lo visible y lo invisible, entre
apariencia y realidad - ¿lo que vemos es lo que es o lo que es, es como
lo vemos?- y, en otro orden de cosas, sobre los mecanismos del poder y sobre la
forma, no exenta de teatralidad, en que se elabora la imagen de un líder. Genet pudo haber elegido a otro
protagonista para su ceremonia escénica, pero la figura del Papa convenía, sin duda, a su afición
por la blasfemia y el escándalo.
En
esta representación veraniega, éste no se produce. Puede atribuirse, en
parte, a que cada vez hay menos cosas capaces de asombrar. Pero en el caso que
nos ocupa, tiene mucho que ver con una equivocada puesta en escena y una
interpretación muy alejada de la que reclaman los personajes genetianos.
En
su montaje, Víctor Contreras se ha
enfrentado, sin duda, a numerosos problemas de orden material. No los ha
superado yeso puede ser disculpable. No lo es tanto que su resolución haya
afectado de forma notable al contenido de la obra. Hay, por ejemplo, una
reducción del número de personajes. Se funden en uno los del cardenal y el
ujier, y éste es presentado con hábitos de príncipe de
la Iglesia. Grave
error vestirle de eclesiástico de tal rango, pues da al traste con el interés
de Genet por mantener hasta bien
avanzada la acción el misterio sobre la identidad de Ella, de quien el texto
sólo dice que es una persona muy importante. Pronto adivina el espectador que
el personaje esperado es el mismísimo Papa.
Tampoco es afortunada su entrada en escena. Es casi una caricatura de la sugerida
por Genet: avanzando lentamente,
como flotando. Luego se verá, tras bendecir al público, en el momento en que
el fotógrafo que ha acudido a retratarle le alza el habito para besarle los
pies, que el efecto se logra porque Su Santidad va montado sobre patines. Aquí
la escena se desarrolla con precipitación, prescindiendo de ese momento
mágico. El personaje irrumpe velozmente mostrando sin tapujo el singular
calzado rodante. Detalles como este ponen de manifiesto cuan lejos queda el
espectáculo del mundo poético deliberadamente plagado de falsas apariencias
creado por el mayor escritor maldito de nuestro siglo.
Los
personajes de Ella son varones. En
esta ocasión son interpretados por actrices. Bruno Bayen, que dirigió en el 90 el estreno francés de la pieza,
se atrevió a encomendar el papel de Papa a María Casares. La decisión recibió críticas, pero muchos la
aplaudieron considerando que así se hacia hincapié en la ambigüedad del texto
sobre la verdadera personalidad del protagonista. El error del trabajo que
ahora comentamos está en haber extendido el travestismo a todo el reparto. Uno
tiene la impresión de
que
el cambio de sexo viene impuesto por las características del a grupo y no por
el afán trasgresor que animó al director galo. Las actrices, con su blanda
interpretación, de la que sólo escapa en parte Victoria Paniagua en el papel de Papa, a no ayudan a justificar la
caprichosa mudanza.
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