RESEÑA,
2002
NUM 339,
pp. 41 |
Sake tibio
MADAMA
BUTTERFLY
En el
2002 Mario
Gas ofrecía una original puesta en escena de Madama
Butterfly. Nos trasladaba a un plató de cine de Hollywood en los
años treinta.
El
2002 fue un año gafado para los cantantes. Indisposiciones y
sustituciones precipitadas.
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Título: Madama Butterfly
Música: Giacomo Puccini.
Libreto: Giuseppe Giacosay Luigi
lllica.
Escenógrafo: Ezio Frigerio.
Figurinista: Franca Squarciapino.
Intérpretes: Maria Pia Ionata, Walter
Fraccaro, Enrique Baquerizo, Marina Rodríguez-Cusí, José Ruiz. Orquesta
Sinfónica de Madrid.
Coro
de
la Orquesta
Sinfónica de Madrid.
Director
musical: José
Collado.
Director
de escena: Mario
Gas
Estreno
en Madrid: Teatro
Real,
27 de
abril de 2002 |
FOTO ENSAYO |
El
17 de febrero de 1904, en
la
Scala de Milán, Puccini presentó su tragedia giapponese en tres actos. Desde entonces, Madama
Butterfly ha sido una ópera aclamada por el público, que se ha sentido
siempre fascinado por el exotismo de la página y la intensidad dramática de
sus escenas. Precisamente, esa intensidad, tan notable en la música y en la
crudeza de los hechos (la protagonista se suicida de forma ritual tras
despedirse de su hijo de pocos años), resulta fundamental en cualquier
puesta en escena, que, en principio, debe tener como objetivo la transmisión de
las ideas y las emociones de la partitura.
En
este caso, la apuesta de Mario Gas ha sido muy distinta, y parece haberse inclinado hacia el distanciamiento y la
frialdad. Por ello, durante toda la representación, un grupo de figurantes se
pasea por los márgenes de la escena, alrededor de un marco de tramoya, donde
se va a rodar una película. Esa película es, naturalmente, Madama
Butterfly. De hecho, las imágenes que enfocan las cámaras del escenario y
del patio de butacas se proyectan realmente -en blanco y negro y con aspecto de
viejo cinematógrafo- por encima de la boca del telón. En el centro de la
escena, sobre una plataforma giratoria, se sitúa el principal elemento del
montaje: una construcción que representa el típico hogar japonés, con sus
frágiles puertas correderas y sus estancias abiertas al exterior. La casa, de
dudoso gusto, parece también exagerada en su barroquismo para crear una imagen
de falsedad, de «película».
Todo
este entorno consigue, realmente, que cobremos lejanía sobre lo que se nos narra;
por eso, pese al esfuerzo de los cantantes y la intensidad de la música, el
espectador permanece tibio y no vibra ni en los momentos más conmovedores. Es
posible que eso pretendiera Gas, inclinado hacia la crítica del protagonista
masculino (B. F. Pinkerton) y, más en general, del comportamiento
irresponsable y petulante de los «yankees», que provoca la tragedia. Esto
explicaría por qué, aun cuando no aparezcan en el libreto, al final de la
ópera se proyectan las palabras que, en el primer acto, pronunciara Pinkerton: «En cualquier lugar del mundo, el yankee
aventurero disfruta y saca provecho despreciando los peligros».
Afectada
por una lesión en las cuerdas vocales justo antes del estreno, Daniela Dessi no pudo encarnar a una Cio-Cio-San que llevaba cerca de un mes ensayando. Su precipitada sustitución por la
soprano del segundo reparto Maria Pia
Ionata implicó una dificultad añadida a este complejo montaje. Pia Ionata cantó con suma corrección,
aunque también con una contención excesiva. No obstante, fue ganando intensidad
a lo largo de la función e interpretó su difícil aria del segundo acto con
mucha más entrega. Junto a ella,
la Suzuki de Marina Rodríguez-Cusi mostró un
fantástico trabajo dramático, aunque su instrumento adolece de un mayor vuelo y
belleza.
Walter Fraccaro fue
criticado por un sector del público que, probablemente, echó de menos el
arrojo que reclama su Pinkerton. Bastante ahogado y mate
en la zona superior, su voz, que posee un hermoso timbre, no corría como es
necesario y sólo por momentos pudo ligar frases canónicamente. En cambio, Enrique Baquerizo, aunque comenzó
bastante agarrotado, consiguió un sonido mucho más pleno y dibujó un Sharpless muy humano y elegante. Correcto pero sin relieve el resto del elenco: José Ruiz, Eduardo Santamaría y Miguel
Sola.
La
dirección de José Collado no resultó
muy refinada y
la Sinfónica
de Madrid, si bien mantuvo la corrección y el orden, tampoco logró un sonido
poético y delicado. En esta ópera a los momentos intensos deben contraponerse
los tiernos y aquí, excepto por un buen trabajo del coro, se descuidaron.
Fantasmas
en el Real
Algunos
empiezan ya a creer que el Teatro Real acoge algunos fantasmas que se la tienen jurada a los cantantes. Sus
maleficios han sido pródigos este año, pues han conseguido que - con la
única excepción de Ben Heppner -
todos los cantantes programados en los conciertos líricos hayan sufrido alguna
indisposición que les ha impedido ofrecer su gala. Así, han caído del cartel
figuras tan atractivas como Julia
Varady, Frederica van Stade, Natalie Dessay y, por últjmo, Ben Heppner. Su efecto destructivo no
se ha quedado aquí, también ha afectado a varios cantantes de ópera que
esperábamos oír con interés, como la intérprete de esta Madama Butterfly, Daniela Dessi. En otros casos, han
conseguido que, de forma bastante injusta, algunos tenores hayan acabado
abucheados por el público. Las víctimas fueron en este caso Giuseppe Sabbatini, Charles Workman y, el último, Walter Fraccaro. Los tres siguen los
pasos del respondón José Cura. También es posible que los fantasmas no se
escondan sólo en el Real, sino que pululen libremente por todo Madrid. Una
prueba: la cancelación de Montserrat
Caballé en el Auditorio. ¿No es para asustarse?
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