RESEÑA 1974
NUM. 71, pp. 40-43 |
Johnny cogió su fusil
D. Trumbo
Eran los últimos
años de la época franquista. La censura se había ablandado con tal que
las películas dudosas entrasen en festivales o en cines de Arte y Ensayo. Johnny cogió su fusil entró en le Festival de Benalmádena y, sorpresivamente, no tuvo que
ceñirse a los cines de arte y ensayo. El precio fue pequeños
cortes, que según el crítico Ángel
Camiñas, no afectaron mucho
a la sustancia del contenido.
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Titulo original: Johnny got his gun
Nacionalidad: Norteamericana, 1971
Producción: Bruce Campbell
Distribución: Emiliano Piedra
Argumento, Guión y Dirección: Dalton Trumbo
Fotografia: Jules Brenner (Eastmancolor)
Música: Jerry Fielping
Decorados: Harold Michaelson
Intérpretes: Timothy Bottoms (Johnny), Katby Fields
(Kareen, la novia), Jason Robards (el padre), Donald SutherJand (el Cristo),
Diane Varsi (la enfermera), Marsha Hunt (la madre)
Estreno en Madrid: Españoleto, 31-10-73
Premios: Especial del Jurado en Cannes 1971. |
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El
estreno de esta película ha sido una verdadera sorpresa. Cuando se pasó en el Festival de Benalmádena de 1972, los
espectadores se felicitaban a sí mismos por haber catado un bocado que, se
pensaba, la censura juzgaría prohibido para el común de los españoles.
Pero la censura, juguetona y siempre sorprendente, ha dado luz verde al Johnny para asombro de sus incondicionales y tenaces denostadores, aunque, por
otro lado, no ha podido dominar el arraigado hábito de hacer algunos
cortecillos, ciertamente no muy grandes y que no cambian el sentido del film.
Dalton Trumbo es uno de los mejores
guionistas americanos y uno de los hombres de cine de su país más duramente
maltratados por el maccarthysmo.
Sus guiones son todos comprometidos, pero se caracteriza por su estilo
típicamente americano, que consiste en no detener jamás la acción por un discurso
o una prédica. Consigue que después de la acción venga la reflexión. Muchos de
sus guiones fueron firmados con seudónimo y uno de ellos obtuvo un oscar: The
brave one. Entre sus últimas colaboraciones podemos recordar Espartaco, de Kubrick; Exodo, de Preminger, o The Sandpiper, de Minnelli. A los sesenta y cinco
años se lanza a la realización cinematográfica de su propia nove
la Johnny got his gun, escrita en 1938. El guión,
preparado ya en 1964, estuvo a punto de ser rodado nada menos que por Buñuel, muy atraído por la parte
surrealista, pero el proyecto no pudo realizarse.
Podría
parecer a algunos que este dramático film es un producto oportunista (uno más
a propósito del Vietnam) o sensiblero (apoyado en efectismos muy
sentimentales), pero hay que tener en cuenta dos cosas: primero, que es la
adaptación de una novela pacifista que se escribió en 1938, después de la
primera guerra y antes de la segunda y de la del Vietnam, y cuya adaptación radiofónica
ya estremeció a América en 1939 por medio de la voz de James Cagney; segundo, «los troncos humanos» o «trozos de carne
que piensan» existen, son una realidad que no podemos desconocer. Trumbo conocía la historia de un mayor
británico que murió en 1932 en un hospital en el que estaba desde 1917, cuyas
heridas eran consideradas como secreto de estado y con quien sólo se podía
comunicar besándole en la frente. De aquí la fuerza y el impacto de este film,
especialmente entre la gente joven, que desde el principio se siente
identificada con el protagonista y, por tanto, víctima. Johnny cogió su
fusil, más que político o antibelicista (que lo es, por supuesto), es un
film humanista y existencialista: es el grito dd dolor de una humanidad
sufriente en un valle, que a pesar del progreso y el desarrollo técnico, sigue
siendo de lágrimas.
Comienza
la película con diversos planos, material de archivo, sobre desfile de militares,
condecoraciones y abrazos de oficiales uniformados en ambiente marcial,
exultante y triunfalista. Vemos una explosión, sigue la pantalla en negro y
unos latidos en la banda sonora. Comienza un trágico contrapunto a todas las
glorias militares: la historia de Johnny en la primera guerra. El
dramatismo tiene dos partes: primera, el gradual autodescubrimiento del
protagonista, al despertar después de la explosión y operación, como ser sin
brazos, sin piernas, sin boca, sin nariz, sin ojos y sin oídos; aunque los
doctores creen que está descerebelado, Johnny puede pensar y también, lo
oímos a otro doctor, conserva el sexo. La segunda parte, más angustiosa aún,
consiste en cómo comunicar con los demás, dada esa situación. La escena, en
que la enfermera, dibujando letras sobre el pecho de Johnny, consigue transmitirle
el «Feliz Navidad», es antológica por
lograr tan gran intensidad dramática con tan sencillos elementos en juego. Al
final, Johnny comunica con el exterior por morse, dando cabezazos.
Pide que le saquen de allí y lo exhiban de pueblo en pueblo para que la gente
vea los horrores de la guerra, o que lo maten. Las autoridades no están
dispuestas a aceptar ninguna de las dos partes del dilema, y retirando a la
enfermera compasiva, aíslan más al que se tenía por baja no identificada. Johnny,
amodorrado por la droga, se hunde en la oscuridad y en la desesperación
gritando sin voz: «¡jayúdenme!». De nuevo la pantalla negra y,
mientras suenan tambores militares y aparece la palabra «fin»,
Trumbo presenta amargamente una última
ironía: «dulce et decorum est pro patria morii».
El
tiempo presente del film está en un sobrio y perfecto blanco y negro,
acompañado de la voz en off de Johnny que corresponde al hilo de
sus pensamientos. A diferencia de los personajes que le rodean, el espectador
participa de la vida interior de Johnny y esta «sintonización» con su
mente torturada es precisamente una de las grandes bazas dramáticas de esta
obra. Otro tanto de Trumbo es
conseguir impactar emocionalmente en un grado notable sin mostrar heridas,
sangre, vísceras o muñones. Frente a esta sobriedad, contrastan las
escenas surrealistas, en color, que son exageradas, barrocas y de pobre inspiración.
En color son también los saltos atrás en el tiempo. Johnny sueña y
recuerda en colores. Su pasado es autobiográfico de Dalton Trumbo, especialmente en lo relacionado con la figura del
padre. Secuencia de gran finura es la de la noche de amor de Johnny en la víspera de marchar al frente; el espectador sabe que Johnny no volverá y que
sucederá algo mil veces peor que la muerte, que es lo que Kareen teme. Johnny se despide con un tímido e inseguro signo de victoria; en realidad, es un
muchacho con poca formación que no sabe nada de política y, sin embargo (gran
sarcasmo el de Trumbo), se alista
«voluntario», «por amor a la libertad» y «para luchar por la democracia del
mundo».
Indudablemente
lo más sólido en este film está en blanco y negro, en el presente del
protagonista y en los diversos personajes que en algún momento aparecen junto a
él. Por ejemplo, el médico militar que no ve que la existencia de Johnny tenga algún sentido como un caso interesante para experimentos médicos. La
ciencia, que, en lugar de ayudar a la humanidad, la instrumentaliza en su escalada
de armas terroríficas, es acusada de la creación de monstruos como Johnny.
La misma acusación la comparte el ejército y sus autoridades, que, además,
declaran al caso «secreto militar» para no desprestigiarse. El general quiere
echar parte de la responsabilidad de arreglar el desaguisado sobre el capellán
militar, pero éste responde tajantemente: «Esto es un producto de su
profesión, no de la mía.» Pero también carga Trumbo su virulencia contra las religiones que bendicen «guerras
santas».
Sólo
hay un personaje entrañable comparando con la frialdad de los pocos que
se acercan al aislado tronco humano: la enfermera. Ella es la única que siente
afecto y compasión por el monstruo, ella es la única que cree que en ese trozo
de carne hay aún una persona, necesitada de comunicación y afecto. Su humanidad
le impulsa a realizar acciones que su conciencia no acepta del todo; así,
mientras reza para acallar sus escrúpulos, masturba al muchacho en un intento
de comunicación afectiva o intenta matarle para terminar con una situación tan
horrible y tan límite.
Como
decía arriba, hay aún otro nivel temático que va más allá de un estremecedor
alegato antibelicista y que es de corte existencialista: una vez más el
problema del dolor y del mal, al que Trumbo da vueltas con diversas alusiones a lo largo del film. Nos recuerda
intencionadamente que el maltrecho Johnny está «creado a imagen y semejanza de Dios» o nos presenta tras la óptica surrealista a un Jesús,
fabricante de cruces, impotente ante el dolor de la humanidad y que reconoce no
poder ayudar a Johnny. Trumbo coloca
a Jesús al frente de un tren cargado
de jóvenes que fatalmente se dirige hacia la muerte. Este Jesús es para él una víctima más sin ninguna trascendencia. Reconoce
que el mal de Johnny «ha sido hecho por los hombres», pero no conoce o
no acepta el sentido de fecundidad, solidaridad y redención que para la fe
cristiana tiene la aceptación de eso tan terrible que es el dolor. Por otro
lado, el caso de Johnny es tan absolutamente límite que se comprende a un
capellán abrumado y sin ánimos para dar explicaciones a una persona que ha sido
puesta en tal estado.
Esta
es la historia de Johnny, historia terrible como pocas. Como las tragedias griegas,
produce una catarsis purificadora y medicinal especialmente a niveles
sociopolíticos. A pesar del bajón de calidad de las escenas surrealistas, es,
sin duda, una de las mejores películas de la temporada.
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