RESEÑA (FEBRERO 1992)
(Nº 225, pp. 29) |
EL ZOO DE CRISTAL
REGRESO AL FUTURO
(Ensayo 100, es sala
alternativa y como tal con la misión de textos
más allá de los circuitos comerciales. En esta ocasión
retoma una obra
de texto y de autor, en el que la interpretación es
piedra angular
y consigue un espacio , obligado por el local, ajustado
a su empresa). |
Título: El zoo de cristal.
Autor: Tennessee Williams.
Intérpretes: Violeta Bartol, Pilar Romera, Miguel Torres, Lope
Moreno.
Dirección: Jorge Eines.
Estreno en Madrid: Ensayo 100, 5 – X - 91. |
FOTO: S. NAVAS |
Afirman los psicólogos que es frecuente en las modernas
dictaduras políticas apostar por una cinematografía basada en el
terror. Este efecto de sofisticada catarsis reside en que el
ingenuo espectador descarga sus congojas personales y sociales
ante el espanto que se le ofrece en la pantalla, sintiéndose así
más aliviado de sus impuestas represiones.
Merecería la pena interrogar a los expertos sobre qué le
resultaría más propio al hecho teatral en estos momentos
históricos tan atorbellinados y confusos. Hasta que esto ocurra,
cabe aventurar que algunos síntomas apuntan hacia la urgente
necesidad de moderar los aspavientos técnicos y visuales para
retornar hacia aquellos reductos conceptuales que le son más
naturales. Como buena prueba de ello, ahí están los muchos
espectáculos denominados de texto o de autor, que escapan de las
grandes salas y se asientan en otras de menor aforo.
«Ensayo 100» es local que viene ajustando su programación a esta
corriente «regeneracionista». No es la primera vez que estas
páginas reparan en la trayectoria del pequeño local y su empeño
en ocupar un lugar reconocido dentro de nuestro panorama
dramático. Su último estreno, El zoo de cristal, puede ser la
referencia que sintetice su labor hasta el momento.
Tennessee Williams ha terminado significando uno de los emblemas
de aquel teatro furioso, rebelde ante una sociedad rota —todavía
por aquellas décadas los destrozos sociales podían
cuantificarse—, hipócrita, acumuladora de hábitos vergonzantes
bajo el manto de una moralina convencional, ideal para ser
transgredida. Miller, O’Neill, Osborne,
Wesker…, Realismo
social, psicologismo depurado, socialismo radical en no pocas
ocasiones. Esperanza renovada en cualquier caso. Desde 1945,
este zoo representa una lucha titánica entre la realidad y la
ficción; la frustración individual y la colectiva; la debilidad
psíquica del hombre de nuestro tiempo y las causas que la
determinan. Se desentraña con minuciosidad idealizada el pequeño
mundo de una familia norteamericana, y se hace desde el interior
de los personajes. El «ojo de la cerradura» por donde el
espectador debe contemplar esta parcela naturalista de vida deja
ver dos planos en el análisis: el uno, más inmediato, la lucha
de cuatro seres por encontrar sus objetivos de vida. La otra, de
mayor hondura, las motivaciones personales y colectivas que les
impiden lograr sus metas. Tom narra unos años pasados desde la
atmósfera de subjetividad que todo recuerdo comporta. La
pequeñez de su historia como poeta que se ve forzado a trabajar
en una zapatería y que necesita escapar de una actividad que
detesta a través de cualquier evasión a su alcance. La vida
paranoica de Amanda, su madre, aferrada a un cúmulo de fantasías
que quedaron en el pasado. La introversión de Laura, su pequeña
hermana tullida, refugiada en un mundo ilusorio de piezas de
cristal entre las que ella, por frágil, parece una pieza más de
la colección. La aparición de Jim, al que se pretende vincular
emocionalmente con Laura. Todo un cómputo de pequeñas miserias
que reflejan, como símbolo nítido, la miseria colectiva.
Los actores de Ensayo 100 son jóvenes, y algunos de ellos
todavía en período de formación. Quizá por ello entran en sus
complejos personajes de forma vital, disciplinada, ofreciendo
una gran dignidad a sus respectivos trabajos. Jorge Eines
acomoda el espacio escénico a las exigencias de su local y crea
un ambiente apropiado, creíble, justo para el tipo de texto que
ofrece.
Para quienes presenciamos anteriormente el montaje del maestro
O’Neill — aquel Largo viaje del día hacia la noche—, del que
fuera alumno aventajado Williams, dirigido por un alumno de
Stanislavsky, Strasberg — también lo es Jorge Eines — no pudimos
evitar evidentes comparaciones. Frente a la aparatosidad de los
grandes nombres internacionales y la disposición de incontables
medios técnicos de aquél, con parcos resultados, la humildad
bien entendida de éste ofreció un producto teatral de mayor
calado y mejor sentido. A veces, el teatro gusta de ofrecer
estas paradojas como muestra permanente de dónde se encuentra en
él lo sustantivo y dónde lo periférico. A veces, el teatro nos
indica el camino por el que desea caminar.
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