ROMANCE DE LOBOS
ALEGORÍA DE LA ESPAÑA NÁUFRAGA
Título: Romance de lobos.
Autor: Ramón de Valle-Inclán.
Escenografía: Paco Azorín.
Vestuario: Begoña del Valle-Iturriaga.
Banda sonora: José Antonio Gutiérrez.
Iluminación: Mario Gas y Francisco Ariza.
Producción: Teatro Español
Fotos: Ros Ribas
Diseño de cartel: Miguel Zapata.
Lucha escénica y movimiento: Iñaki Arana.
Montaje de audiovisuales: Henrik M. Feldmann
Intérpretes: Manuel de Blas (don Juan M.
montenegro),
Elena Sendón La Roja), Rafael Núñez (Don Galán),
Luís Arrasa Marinero 1º, Mahue Andugar (Dama María,
Paula, la Reina), Yolanda Ulloa (Doña Sabelita),
Rosa Alvárez (Andreiña), Moncho Sánchez-Diezma
(Don Ronzalito), Francisco Matute Poika (Don Pedrito),
José Maya (Don Rosendo), Sergio Macías (Don Farruquiño),
Carlos Moreno (Don Mauro), Luisa Martínez Pazos
(Doña Moncha), Trini Rugero (Benita, la costurera),
Juanma Navas (Abelardo, Manuel Tovío)),
Román S.. Gregory (Marinero 2º, Pedro Abuín)),
Víctor Anciones (El Grumete), Ricardo Vicente
(Marinero 3º, Sebastián de Xogas), Juan Viadas
(Marinero 4º, El Sacristán), Antonio M. M. (El
Capellán),
Paco Maestre (El pobre de San Lázaro), Damiá Barbany
(El Tullido de Celtigos), Gloria Villalba (Dominga de
Gómez),
Diego Pizarro (El Manco Leonés), Pepe Soto
(El Manco de Godar), Celia Nadal (La Morcega),
Ricardo Solveira (El Morcego), Adela Armengol
(Andreiña la Sorda), Fernando Sansegundo (Fuso Negro),
Resu Morales (La rebola), Alfonso Delgado
(El Ciego de Gonddar), Nuria Gullón (María la Virula),
Raúl Sanz (Oliveros), Patricia Santos (La Recogida),
Carmela Quijano/María Piquer (Floriano, La Huérfana),
y Marga Escudero (Moza Piadosa, La Viuda).
Dramaturgia y dirección: Ángel Facio.
Estreno: Teatro Español, 31-III-2005. |
PACO MAESTRE Y MANUEL DE BLAS
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Las
obras grandes, y Romance de lobos lo es, acaban teniendo
varias lecturas. La primera, claro está, la del propio autor.
Luego, a medida que transcurre el tiempo, la de los que
encuentran aspectos nuevos que aquél no imaginó, lo que viene a
certificar su perennidad. Están, por supuesto, las de quienes se
ocupan de su puesta en escena. Y, en fin, la de los espectadores
y críticos. Valle, refiriéndose a don Juan Manuel
Montenegro, le situó entre los hidalgos rancios y dadivosos,
amantes de la historia de su linaje y orgullosos de su apellido.
Decía que, en medio de un pueblo degradado por la miseria y de
una nobleza cortesana alimentada por los privilegios y la
adulación, lo mejor eran los secos hidalgos de gotera. En ellos
veía correr la sangre más pura, destilada en un filtro de mil
años y cien guerras y lamentaba que fueran el residuo de una
sociedad de castas a extinguir, la que él conoció de niño y ya
nadie podría volver a ver. Culpaba al liberalismo, en su opinión
destructor de toda la tradición española e incapaz de comprender
el genio del linaje. Valle, al escribir esta desgarrada obra, se
proclamó, en un gesto muy suyo, historiador de un mundo que
acabó con él. Un mundo español y, más concretamente, gallego.
Los que han opinado sobre las Comedias bárbaras, suelen
dejar de lado las referencias localistas, poniendo en duda que
la intención del autor fuera hablar de su Galicia natal. Estiman
que se sirvió de ella para mostrar una realidad de significación
universal. Rivas Cherif las definió como la alegoría
mejor lograda de la España náufraga. No faltan interpretaciones
tan curiosas como discutibles, como la que ve en el protagonista
al hombre condenado por sus pecados, en su esposa María a la
madre de Dios y en Sabelita, la pecadora arrepentida, a Eva.
MANUL DE BLAS |
Afortunadamente abundan más las lecturas serias, entre ellas la
de quienes ven en Montenegro y los suyos la encarnación de los
impulsos elementales del ser humano en un mundo primitivo y
amenazador dominado por las más oscuras pulsiones de la carne y
del espíritu. De Montenegro se ha dicho que es un ser a la
medida del universo, el último con capacidad para asumir la
imposible redención cósmica que es la tarea del
hombre. Otros han establecido un paralelismo entre el caballero
don Juan Manuel y el rey Lear. Ruiz Ramón
lo percibe en el
peregrinaje de ambos personajes desposeídos por sus hijos en
medio de la noche tempestuosa y, mucho antes, la intuición de
Pérez de Ayala le llevó a considerar que el suicidio frustrado
de Sabelita en las aguas de un río era un eco del de
Ofelia.
En cuanto a los directores que han llevado Romance de lobos a la
escena, José Carlos Plaza, que lo hizo hace tres lustros en el
CDN, la calificó de aventura mágica, metafísica y mística, de
locura espiritual, camino de la salvación hacia no se sabe qué.
Ésta y las otras dos piezas que completan la trilogía, que
ofreció reunidas en un solo espectáculo, suponían, para él, el
cierre de un pasado terrible, pero vivo, sobre un presente más
cómodo, pero muerto, y la apertura hacia un futuro desconocido.
Ángel Facio, que ha visto cumplido su viejo sueño de dirigir
esta comedia bárbara, está entre los que consideran que el texto
de Valle tiene resonancias shakespearianas. Su montaje lo
proclama y ha conseguido algo que empezaba a parecer imposible:
ver a Valle en el escenario. En él están sus criaturas tal como
las imaginamos cuando leemos el libreto. Los que forman parte
del pueblo llano y desheredado: mendigos, truhanes, iluminados y
tarados; los vástagos del Caballero, último eslabón de una casta
de hidalgos condenada a extinguirse, cuyas señas de identidad
son la ambición, el crimen, la lujuria y la profanación de lo
sagrado y de lo humano; y Montenegro, que, en su viaje hacia la
muerte a través de una noche tormentosa, asiste con espanto,
mientras busca su redención erigiéndose en padre de los
desheredados, al combate de lobos que mantienen los de su
camada.
Con este trabajo,
Ángel Facio culmina un largo camino que le ha
llevado desde el teatro independiente de los años sesenta, del
que con Juan Margallo fue guía indiscutible, hasta el escenario
de uno de los grandes teatros del país. Para quiénes conocemos
su trayectoria, el resultado depara algunas sorpresas, todas
gratas. Facio, un devoto de los clásicos –No hay burlas con
Calderón, tituló uno de sus espectáculos-, tiene fama de ser
poco fiel con los textos que lleva a escena. También de
transgresor, cuando nadie lo era, en sus propuestas escénicas,
hasta el punto de dar el papel de Bernarda Alba a un actor o de
mostrar a Calixto y Melibea desnudos, suspendidos de una red,
consumando un imaginario encuentro amoroso con fondo de canto
gregoriano. Cualquier locura podía esperarse en esta difícil
aventura, y, sin embargo, cuando nuevas hornadas de directores
han desbordado sus antiguos atrevimientos, su propuesta rezuma
un clasicismo que resultaba necesario.
En el trabajo de dramaturgia previo a la puesta en pie de
Romance de lobos ha sido respetuoso con el texto de Valle,
limitándose a eliminar algunas reiteraciones que no afectan a lo
esencial. No hay en esta ocasión motivos para rasgarse las
vestiduras, pues en las diversas ediciones de la obra se
detectan ligeras modificaciones. A cambio, hay varios añadidos.
En general se trata de frases o situaciones tomadas de Cara de
plata y Águila de blasón, que, o bien completan la información
sobre determinados personajes, o les restituye el protagonismo
que tienen en el conjunto de la trilogía. Tal es el caso de la
escena que tiene lugar en un rincón de la iglesia de
Flavia-Longa, en la que se incluye un encuentro, que no figura
en el original, entre Sabelita, la que fue barragana de
Montenegro, y Fuso Negro. Quién tenga interés puede encontrarlo
en la segunda jornada de Cara de plata, en la sacristía de otra
iglesia. Un acierto es la supresión de las jornadas en las que
Valle dividió la obra, convirtiéndola en un único acto que se
representa de una vez.
La puesta en escena está presidida por una gigantesca estructura
metálica creada por Paco Azorín que es, según la posición que
adopta en el escenario, portón de acceso a la casona habitada
por doña María, la esposa de Montenegro, caminos y otros lugares
de paso, playa y atracadero, canteras que, en la noche, parecen
ruinas de castillo, calles angostas y lecho de algas en el fondo
de una caverna socavada por el mar. Cuando las imponentes hojas
adornadas con tachones dorados se abren, adquiere forma de
tríptico que dibuja una sala desmantelada, la alcoba donde murió
doña María, la capilla, la cocina y otras estancias de la citada
casa hidalga, o la iglesia del pueblo. Pluralidad de espacios
soberbiamente iluminados que surgen y desaparecen sin estruendo
y sin dificultar el trabajo de los actores. Ejemplo de
escenografía digna de un teatro público que sirve al espectáculo
que se representa, sin erigirse en protagonista único y molesto.
FERNANDO SANSEGUNDO (FUSO) |
En el censo de personajes hay uno indiscutible, que es don Juan
Manuel, unos cuantos con papeles importantes y los que componen
la inmensa hueste de mendigos. Siendo extensa la nómina, la
elección de actores ha sido realizada con rigor, aunque no nos
parezca acertada la de Manuel de Blas para interpretar al
Caballero. Si su figura responde a la del viejo linajudo, no
sucede lo mismo con su voz, que, siendo potente, es esclava de
una prosodia insufrible propia de actores de otros tiempos.
Entre los personajes con mayor entidad, destaca Fernando
Sansegundo, en el que reconocemos al loco Fuso Negro creado por
Valle, tan distinto al saltimbanqui que nos han mostrado en
otras ocasiones. En el coro de mendigos y entre los criados
también se aprecia ese cuidado por contar con buenos
profesionales. Varios proceden de Galicia y ponen, en sus
parlamentos, el acento del habla de su tierra. Otros, militaron
en el teatro independiente, como el
propio Facio. La legión de desheredados se mueve como un grupo
compacto. Parece sacado de alguno de los aguafuertes de Goya o
de los dibujos de Castelao y, a veces, su disposición en el
escenario proporciona imágenes de gran belleza estética. Pero
esa homogeneidad no impide que también en su seno se produzcan
interpretaciones que merecen ser destacadas, como, por citar
una, la de Paco Maestre en la del pobre de San Lázaro.
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