RESEÑA (JUNIO 1990)
(Nº 207 pp. 11) |
COMBATE DE NEGRO Y DE PERROS
HORAS HABLANDO
(Koltés llega a nuestros
escenarios con motivo de su reciente muerte.
Un texto este “Combate” nada fácil debido a sus
largos parlamentos) |
Titulo: Combate de negro y de perros.
Autor: Bernard-Marie Koltés.
Traducción: Sergi Belbel.
Escenografía y vestuario: Chriatoph Schubíger/Katrin Furler.
Dirección: Miguel Narros.
Intérpretes: Sancho Gracia, Antonio Valero, Pilar Bayona, Alem
Lukuse.
Estreno: Teatro María Guerrero, CDN, 27 – IV – 90. |
ANTONIO VALERO
FOTO: A. DE BENITO |
Bernard-Marie Koltés, fallecido de sida hace un año, se había
impuesto en París como el joven autor de moda: rupturista,
renovador, su breve producción teatral ha sido llevada a la
escena por grandes directores y actores. El CDN ha querido
unirse a esta corriente programando un breve ciclo que se abre
con este Combate, traducido por Sergi Belbel, con lo que se
completa el toque de modernidad.
Estamos ante un texto largo (después de las primeras funciones
ya se ha cortado media hora, y todavía quedan más de tres...)
defendido por cuatro actores que se encuentran de dos en dos.
Cada uno debe afrontar extensas tiradas de texto: hablan durante
horas. Y con tanto hablar apenas se comunican, apenas se
encuentran, anclado cada uno en su propio registro, su mundo, su
monólogo vital. Flota todo el tiempo en el ambiente una amenaza,
que sólo al final estallará en parte. Pero una tensión mantenida
tanto tiempo en la escena corre el peligro de diluirse. El
público, de hecho, se mueve un poco en la butaca mientras se
suceden las palabras...
La historia transcurre durante una noche en un campamento
francés de obras públicas en un país africano. Los escenógrafos
han ideado un inmenso decorado —un puente de hormigón a medio
construir—, que recoge bien el ambiente pero apabulla un poco
con sus dimensiones. Parece que seguimos en la onda de los
decorados impresionantes, que entran por el ojo, en un alarde
visual impactante. Me sigo preguntando si vale la pena. El
ambiente se completa con una rica banda sonora de ruidos, desde
los sapos y pájaros de la selva hasta los gritos-lamentos de los
centinelas o los coros de voces que cantan a lo lejos.
Miguel Narros dirige en este marco a los actores con toda la
soltura que el texto permite, moviendo los momentos de diálogo,
variando los rincones, añadiendo alguna acción cuando es
posible. Y desplazando por el escenario un jeep que se convierte
en parte importante de la escena y el movimiento. Por su parte,
los actores realizan un interesante trabajo, empezando por un
Sancho Gracia al que hay que alabar su decisión de volver al
escenario para salir de su propio estereotipo interpretativo:
bienvenido a las tablas, donde el trabajo es más exigente aunque
se gane menos dinero. En el escenario Sancho Gracia tiene
presencia y gancho, aunque está demasiado entero para el papel
de hombre mayor que se le pide. Antonio Valero compone un
personaje desquiciado pero creíble, logro que hay que apreciar
especialmente porque no aparece tan definido en el texto. Su
trabajo es de lo mejor del espectáculo. Pilar Bayona presta
también coherencia a un difícil personaje entre ingenuo y
grotesco, con lejanos ecos de la Blanche Dubois, -
Un tranvía
llamado deseo - de T. Williams. Alain Lukusa aporta el contraste
necesario de su africanidad, pero la tensión de sus manos en los
parlamentos acusa su falta de veteranía.
A pesar de una meritoria labor de actores y director, a pesar
del despliegue visual de la escenografía (con su lluvia
correspondiente, que siempre es de gran efecto), a pesar de que
late un claro componente dramático en el texto, el conjunto del
espectáculo funciona mal, porque cansa y aburre. Y eso no gusta
a nadie. Los aires rupturistas y renovadores no pueden
significar que cualquiera escribe buen teatro, Como no todo
rupturista en la pintura pinta buenos lienzos. Dentro de la
búsqueda general a que hoy están sometidas las artes, como el
conjunto de la cultura toda, no deberla olvidar- se lo que
parece distintivo de cada parcela; y el teatro sigue siendo
interesante en cuanto muestre «acción». No apasionan los
decorados, ni las provocaciones gratuitas, ni los
actores-vedettes, ni los personajes que salen «a hablar», sino
las personalidades ricas que luchan por salir de sus conflictos.
Eso lo sabe cualquier profesional del teatro; eso lo corrobora
constantemente la experiencia; eso debería saberlo también el
buen espectador, y esto no debería olvidarse a la hora de las
rupturas renovadoras.
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JUAN LUIS VEZA
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