.:: Crítica Teatro ::.

MORIR PENSANDO MATAR
Decepcionante

Título: Morir pensando matar.
Autor: Francisco de Rojas Zorrilla.
Dramaturgia: Fernando Doménech y Ernesto Caballero.
Dirección: Ernesto Caballero.
Escenografía: José Luis Raymond.
Vestuario y atrezzo: Ikerne Jiménez. 
Iluminación: Francisco Ariza.
Espacio sonoro: Ignacio García.
Coreografía: Esther Acevedo.
Diseño de Producción: José Luis Tutor
Intérpretes: Javier Mejía (Flabio, Duque de Lorena), Paco Gallego (Alboino,Rey), Lidia Palazuelos (Rosimunda), Zulima Memba (Albisinda), José Luis Mosquera (Leoncio, Duque de Verona), Juan Antonio Olivares (Criado), Rubén Nagore (Otón), Jorge Mayor (Capitán), Diana Bernedo (Bufón); Ruth Argente (Finea), Esther Acevedo, Diana Bernedo, Olga Mata, Marta Calzada, Gloria Sanvicente (Coro).
Estreno en Madrid: Teatro Albéniz, 5 – IX - 2007.


FOTO: M. OCHOA
Se presentaba en el Teatro Albéniz una denominada Compañía Siglo de Oro de la Comunidad de Madrid. Ignoro si pretende ser una réplica o una emulación autonómica de la Compañía Nacional de Teatro Clásico o si, como se dice en el programa de mano, se trata de una compañía que emerge de la RESAD, en sustitución de la meritoria José Estruch, que se acoge al paraguas - ¿protector? - de la institución que se asienta en la antigua Casa de Correos.  En cualquier caso, el resultado de este espectáculo estrenado en el Albéniz no ha podido ser más decepcionante, a pesar de que en la ficha técnica aparecen nombres de probada profesionalidad y solvencia, desde Ernesto Caballero a Fernando DoménechJosé Luis Raymond.

Morir pensando matar es una sórdida tragedia de venganzas toscamente compuesta por Rojas Zorrilla, poco o nada frecuentada por los directores de escena, y, a la vista de este trabajo, se entienden sobradamente las razones para ese olvido, aunque acaso no sea el texto la parte más débil del  espectáculo.  La historia, desmesurada y feroz, se nos cuenta de una manera en exceso esquemática, mecanizada, escasa de lirismo, carente de auténtica pasión y  pobre de desarrollo dramático, más allá de la truculencia de la acción.  Sus personajes parecen reducidos al estereotipo y sus razones - que ni nos conmueven ni nos interesan -  parecen disolverse en unas acciones teatralmente elementales, previsibles y de muy escasa elaboración.
FOTO: M. OCHOA


FOTO: M. OCHOA
En poco o en nada ha contribuido el espectáculo a realzar esta tragedia. Ciertamente, el responsable de la escenografía y el director de escena han acotado un espacio sugerente y sencillo, pero después no han sabido muy bien qué hacer con él y se ha procedido a una sucesión de inexplicables y desquiciadas coreografías con las que quizás se haya pretendido – fallidamente - aliviar la dura historia de Rojas o encubrir insuficiencias actorales. En efecto, los intérpretes aportan el lado más endeble del espectáculo. Sólo la buena  voz de Lidia Palazuelos (Rosimunda) o la gracia de Diana Bernedo a la hora de componer el bufón se salvan de un desastre actoral de preocupantes proporciones. Faltan energía y dicción (hay momentos en los que apenas se oye a los actores, aunque la acústica del Albéniz poco ayuda en este sentido), sobran gritos extemporáneos y falla el movimiento corporal o el mero saber estar en escena. Es posible que estas críticas resulten demasiado rigurosas y que haya que ser indulgentes, o mostrar paciencia, con una compañía joven y en ciernes, pero no es menos cierto que a los responsables de la compañía les convendría reflexionar, serenamente, sobre las razones de este paupérrimo resultado y, sobre todo, insisto, sobre las llamativas carencias de buena parte del elenco actoral.


Javier Zabala
Copyright©javierzabala


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