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CYMBELINE
El
rey de Bretaña
en
el palacio de Buckingham |
Título: Cymbeline.
Autor: William Shakespeare.
Escenografía: Nik Ormerod.
Diseño
de luces: Judith Greenwood.
Música: Catherine Jayes.
Diseño
de sonido: Ross
Chatfield.
Peluquería y maquillaje: Sarah Louise Packham
Director de Casting: Siobhan Bracke
Supervisión de vestuario: Angie Burns
Compañía: Cheek by Jowl.
Ayudante y Movimiento:
Jane Gibson
Trabajo de Voz:
Patsy Rodenburg
Movimiento: Isabel Baquero
Director técnico: Simon Bourne
Manager: Anna Schmitz
Ayudante de dirección: Owen Horsley
Intérpretes: Gwendoline Christie (Queen),
Tom
Hiddleston (Postumo/Cloten), Jodie McNee (Imogen), David Collings (Cymbeline), Richard Cant Pisanio), Guy Flanagan Iachimo), Laurence Spellman, Jake Harders,
Claire Cordier, Ryan Ellswoorth Belarius), John Macmillan (Guiderius),
Daniel Percival (Arviragus), Laurence Spellman (Caiius Lucius), Jake Harders (Doctor), Lola Peploe (Helen), Claire Cordier,David Caves (Company) y Mark Holgate (Company).
Dirección: Declan Donnellan.
Estreno
en Madrid: Teatro Español, 19-VII-2007. |
JODIE MCNEE y COMPAÑÍA
JODIE MCNEE/GUY FLANAGAN |
JODIE
MCNEE/TOM HIDDLESTON |
De
un tiempo a esta parte, es frecuente la presencia en nuestros teatros públicos
de compañías inglesas que ofrecen obras de Shakespeare, algunas nunca representadas en España. Ello nos
está permitiendo conocer aquella parte de su repertorio de la que, salvo los
estudiosos de su teatro, poco sabíamos. Es el caso de Cymbeline, producción de
la compañía Check by Jowl, que no hace mucho nos ofreció
una memorable versión de The changeling. |
En esta pieza escrita en 1609,
cronológicamente emparentada con Cuento
de invierno (1611) y La tempestad (1612), Shakespeare crea una galería de personajes disparatados, cuyos comportamientos dan lugar a
innumerables enredos amorosos e intrigas provocadas por la ambición de poder que
sólo, en el tramo final, son resueltos satisfactoriamente. Nos presenta, entre
a otros, a Cimbelio, rey de la entonces provincia romana de
Bretaña, padre de Imogena y de dos varones a los
TOM HIDDLESTON |
que,
secuestrados en su infancia, da por muertos; a su segunda esposa, que ha
aportado al matrimonio un hijo llamado Cloten; y a Leonato Póstumo,
que se ha casado en secreto con la hija del monarca, lo que provoca un gran
disgusto a su madrastra, que ve así desbaratado su proyecto de casarla con su
vástago. Instigado por su indignada cónyuge, el rey destierra a Leonato,
quien se establece en Roma. Allí, el atribulado y confiado joven, seguro de la
fidelidad de Imogena, acepta entregar su anillo de boda al romano Iachimo si éste consigue ganarse, como asegura, los favores de su esposa. Fracasados
los intentos de conquista del retador, éste finge haber quebrado la resistencia
de la virtuosa joven. Habiendo logrado entrar de forma subrepticia en su
alcoba, aporta como prueba de su éxito la detallada descripción de la estancia
y del cuerpo desnudo de la deseada dama, que ha podido contemplar mientras
dormía. La venganza de Leonato no se hace esperar: ordena a
su criado Pisando que dé
muerte
a la esposa infiel. Más éste, compadecido, le
desobedece y proporciona a la joven ropas de hombre para que escape. En un
bosque encontrará la fugitiva, sin reconocerlos, a sus hermanos desaparecidos,
que le brindan su protección. Se suceden escenas sorprendentes, en las que no
faltan cuerpos decapitados y falsos envenenamientos que dan lugar a peligrosos
equívocos, a los cuales se suman a otras confusiones causadas por el
travestismo de
la
protagonista. Hay también batallas entre los ejércitos
imperiales y los de la provincia rebelde, cuyo signo va cambiando, de modo que
quien parece ganarlas acaba derrotado. En su transcurso, los actos de crueldad
se mezclan con los gestos de clemencia… Al cabo, cuando todo parece oscuro y
que la violencia acabará imponiéndose, el genio de Shakespeare arroja luz sobre la escena y el orden queda felizmente
restablecido.
RYAN ELLSWORTH/DANIEL PERCIVAL
JODIE
MCNEE/JOHN MCMILLAN |
Hay quién percibe en Cymbeline, como en buena parte de su teatro postrero, una profunda
transformación del autor inglés, tanto en sus contenidos como en la forma de
plantearlos. Dicen que se aleja de la tragedia y, por otra parte, llaman la
atención sobre su insistencia en mostrar sin disimulo los recursos dramáticos
de los que se sirve. Respecto a la primera cuestión, lo atribuyen a que, en el
tramo final de su vida, el escepticismo y una mirada nueva más
condescendiente
sobre el ser humano le
llevaron a limar las aristas de sus argumentos. En el aspecto formal, afirman que el creador
hace uso de una libertad que, dado su prestigio, nadie era capaz de
reprocharle. Otros, en cambio, consideran que tales cambios son menos profundos
de lo que aparentan, siendo el anuncio de que el escritor había emprendido la
búsqueda de nuevas vías teatrales. La verdad es que, en el proceso seguido, hay
más evolución que ruptura. La corte de Bretaña que se nos
muestra es tan corrupta como la
de los tiempos de Lear,
la
de Dinamarca o la inglesa cuando reinaba Ricardo III y las intrigas y afición por el crimen en nada se
diferencias de las que movían a sus miembros. Por otra parte, lo que parece un
repentino gusto por el artificio teatral no es nuevo, pues está presente a todo
lo largo de su producción anterior. En Macbeth,
escrita tres años antes, hay
continuas referencias que asocian el
teatro con la idea del juego. Ángel
Conejero ha aludido a la ingenuidad, sin duda deliberada, de algunos de los
mecanismos utilizados por el autor en la mencionada obra, que, tras la
apariencia de trascendentales, no son sino trampas tan antiguas como el teatro
mismo. Por ejemplo, el papel que juegan las brujas o la idea de que el bosque de
Birnam se mueva.
Declan
Donnnellan ha trasladado la acción a una imaginaria – o no tanto - corte inglesa de
mediados del siglo pasado, licencia que no hay que reprocharle, pues
la Bretaña que describe Shakespeare dista mucho de parecerse
a
la real. El
acercamiento a nuestra época no sorprende al espectador. Al contrario, le
permite verificar que aquellas intrigas familiares con truculentas
consecuencias que tenían lugar en el seno de nobles familias perduran en
nuestros días. En esto, el mundo ha cambiado poco. |
RICHARD CANT |
DAVID
COLLINGS |
Los actores son los grandes protagonistas
del espectáculo y todos los demás aspectos de la puesta en escena parecen estar
puestos a su servicio. Así sucede con la escenografía concebida por Nick Ormerod, resuelta con antiguos
telones, que, al alzarse, muestran un escenario casi desnudo. Tom Hiddleston, que asume los papeles
de Leonato Póstumo y de Cloten,
ambos pretendientes de Imogena, de personalidades dispares,
pasa con suma
facilidad de ser el joven e ingenuo enamorado casado con la protagonista, al arrogante y
necio hijo
de la reina madrastra. Jodie McNee muestra en una delicada interpretación los cambios de fortuna que se van
produciendo en la vida de Imogena, legítima heredera de Julieta,
la enamorada de Romeo. A la felicidad que preside su boda secreta con Leonato Póstumo sigue el resignado
dolor por la separación provocada por el destierro del esposo, la inteligente
defensa de su virtud, puesta a prueba por el tramposo seductor romano, su
capacidad para despertar la compasión de quien debe ser su verdugo y, en fin,
las peripecias a las que se enfrenta bajo su disfraz masculino. Un recorrido en
el que el espectador, atrapado por su dulzura de la heroína, la acompaña
de buen grado. David Collings y Gwendiline Christie son unos divertidos
reyes de opereta, tonto él y malvada ella. El resto del reparto, en papeles más
discretos, está a la altura de los actores citados, poniendo su enorme calidad
interpretativa al servicio de unos personajes menores. En sus manos, éstos
cobran un protagonismo que, en otras circunstancias, pasaría desapercibido.
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