RESEÑA,
1986
NUM. 164,
pp.17 |
AGNES DE DIOS
MORBO y melodrama religioso
Agnes de Dios
fue originariamente una obra de teatro, que pronto alcanzó el éxito. La
película no se hizo esperar y fue el mismo autor John Pielmeier quien hizo el guión, que
buscó – posiblemente presionado por la productora – un final más edulcorado que
el de la obra de teatro.
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Título original:
Agnes of God.
Producción: Patrick Palmer y Norman
Jewison para Columbia-Delphi IV Productions (USA, 1985).
Guión: John Pielmeier, basado en su
propia obra teatral,
Dirección: Norman Jewison.
Fotografía:
Sven
Nykvist.
Música: Georges Delerue.
Intérpretes:
Jane
Fonda (Dra. Martha Livingston), Anne Bancroft (madre Miriam
Ruth), Meg Tilly (hermana Agnes), Anne Pitoniak (madre de Marta),
Winston Rekert (detective Langevin), Gratien Gelinas (padre Martineau).
Duración: 98 mino
Distribución: Nueva Films,
Estreno
en Madrid: Palacio
de
la Música
y California (en versión original con subtítulos), 23-3-86, Mayores 13
años
Después
de Historia de un soldado, Norman Jewinson parece haberse
instalado en el melodrama, Si aquella película de hace dos años era una
especie de "thrilIer" psicopatológico basado en un éxito de Brodway,
sobre un oficial negro que investiga un asesinato de un sargento de su raza en
el espacio cerrado de un cuartel perdido en el Sur, esta vez el ambiente es
bien distinto: un convento contemplativo de estricta observancia preconciliar,
sito en las afueras de Montreal. Y el caso, el estado mental de una novicia que
da a luz en su celda y estrangula inmediatamente a su bebé, sin poder recordar
conscientemente su parto y embarazo.
El
personaje extraño al ambiente, o testigo en esta ocasión, es una
psicóloga, encargada judicialmente del caso. Una mujer madura e independiente,
que arrastra a su vez un problema de infancia, en conexión con la fe religiosa
católica y las relaciones afectivas con su madre. Su trabajo psicológico con
la jovencísima hermana Agnes se va convirtiendo al mismo
tiempo en una investigación detectivesca sobre el origen del extraño
parto, elemento que mantiene todo el tiempo el interés de la trama, sin que al
final de la película acabe por resolverse.
Las
peculiares características de la dulce y mística novicia hacen más fascinante
el caso. Pero ni su aparente psicopatía ni el misterio entorno al padre de la
criatura estrangulada son los auténticos temas de esta película, de origen tamb¡én
literario: la obra teatral de John
Pielmeier, quien ha traducido al cine su drama, ampliando espacios del texto
original. Lo verdaderamente importante es el enfrentamiento dialéctico entre
los dos personajes, de la psicóloga y de la superiora, encarnados por el
magnífico tandem de Jane Fonda y Anne Bancroft. Se trata del viejo
problema entre la razón y la fe, el mundo de los lógicos y el de los mágicos,
la materia el espíritu.
Poco a poco ambos personajes van identificándose,
tras la tesis y la antítesis, en una síntesis amistosa, cuyo objeto es la
búsqueda de la verdad cuyo único valor definitivo es el amor hacia pobre
criatura, víctima "agnes" (cordero) de unos y otros. La ex católica,
divorciada y abortista no queda del todo indiferente ante la de aquellas
misteriosas mujeres. Y la aparentemente te rígida superiora, resulta ser una mujer
con mucha experiencia de vida y una fuerte dosis de humanismo y comprensión.
Pero ambas no dejan nunca de ser el fruto de una sociedad traumatizada que manipula a los seres humanos.
La
realización, que se recrea en los viejos y eficaces códigos norteamericanos de
filmar "lo católico" en ambientes misteriosos, claustros oscuros e
imágenes decadentes, no rehúye la sangre, los
símbolos sexuales y cierta morbosidad apoyada en el candor luminoso de Meg Tilly. El montaje y el contraste de
imágenes es eficaz, respetando al mismo tiempo el regusto por la inmersión en
el recinto cerrado del convento, auténtico teatro y tubo de ensayo de estos
comportamientos humanos y una funcional agilidad rítmica.
Teológicamente
la película no añade nada, si no es un cierto humanismo de fondo, que
evita los ancestrales anticlericalismos y las sacralizaciones por sistema.
Pero resulta chocante que el cine americano no haya salido todavía - por la
cuenta comercial que le trae - de sus tópicos religiosos. La acción, que se
desarrolla en la época actual y durante el pontificado de Juan Pablo - un retrato suyo lo atestigua -, no aporta ni el más
mínimo elemento de la evolución de
la Iglesia, a veinte años ya del Concilio
Vaticano II, aparte de un chiste de dudoso e ingenuo
humor americano sobre lo que hoy fumarían los santos.
Si
Agnes de Dios, que en realidad no se
sale de la falsilla impactante del telefilm, vale de algo, es para recrearse en
la interpretación de dos estrellas maduras, que sostienen el diálogo teatral
que dio origen al melodrama. Una vez más, el morbo y ambas actrices serán los
que arrastren a no pocos espectadores a esta película, cuyo planteamiento
temático queda absolutamente en tablas. Ni el misticismo exteriorizante y acaramelado
de la vida religiosa que se ve, ni el desarrollo de las motivaciones
psicológicas que se adivinan, acabarán convenciendo a nadie. Una vez más las
formas religiosas se quedan en un pretexto para acentuar ingredientes tan
eficaces como el sexo y la adolescencia, la represión y el deseo. Una teología
teilhardiana que valora positivamente el cuerpo y encuentra a Dios en la
materia, de nada les serviría. Sólo el arte es capaz de rozar la verdad y
acabar con los tópicos.
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