RESEÑA, 2991
NUM. 332, pp. 17-18 |
SALIR DEL ARMARIO
Los
prejuicios ya no son lo que eran
El personaje de François Pignon, al menos en el nombre, vuelve a una nueva obra de Francis Veber. Esta vez primero apareció la película y
posteriormente la obra de teatro.
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Título original: Sali del armario (Le placard)
Producción: Gaumont, EFVE Films y TF1 (Francia, 2001).
Guión: lsabelle Perrin- Thevenet y Francis Veber.
Fotografía: Luciano Tovoli.
Música: Vladimir Cosma.
Montaje: Viviane Gourvest y Thomas Desjonqueres.
Intérpretes: Daniel Auteil (Franrois Pignon),
Gérard Depardieu (Félix Santini),
Thierry Lhermitte (Guillaume),
Michele Laroque (Mlle. Bertrand),
Michel Aumont
(Belone, el vecino),
Lean Rochefort (Kopel, el director).
Dirección: Francis Veber
Duración: 85 minutos.
Distribución: Sherlock Media.
Estreno en Madrid: 5 – X - 01. |
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La
hipocresía social, la humillación de los más débiles, la estúpida sumisión a
las apariencias vuelven a estar en el punto de mira de esta nueva comedia con
la que el veterano Francis Veber ha
vuelto a triunfar en el país vecino, después del apoteósico éxito que consiguió
con La cena de los idiotas. Sabe Veber moverse como un pez en las
agitadas aguas de la comedia, y ello implica que sus películas, nunca redondas
o plenamente satisfactorias, siempre con la vista y la intención puesta en un
público mayoritario pero evitando en todo momento caer en la vulgaridad,
cuenten con una especie de seguro: no resultar aburridas.
Comienza Salir del armario con una afilada sátira
del poder que lo políticamente correcto comienza a tener en nuestros días. Se
plasma en la historia de un tímido Y gris contable que, para evitar ser
despedido de su trabajo, y siguiendo el consejo de un vecino homosexual, hace
creer a sus jefes que es gay. El temor a
dañar la imagen de la empresa o a ser acusados de actuar motivados por
prejuicios homófobos, hace dar marcha atrás a la directiva, y así nuestro hombre
conserva su puesto (e incluso asciende) por los mismos motivos que veinte
años antes lo hubieran puesto (como, de hecho, le sucedió a su vecino y
consejero) de patitas en la calle.
Veber aprovecha,
de paso, para señalar lo mediatizada, influenciable, arbitraria y
absolutamente falta de carácter que suele estar la visión que la mayoría de la
gente tiene de sus semejantes. Así, el apocado contable, que no cambia un ápice
su manera de ser o de comportarse, comienza a ser visto con muy distintos ojos
por cuantos le rodean, incluyendo a su hijo adolescente (que no lo soportaba
por mediocre
y aburrido, y ahora comienza a admirarle) y su propia ex mujer (que lo
abandonó, cansada de vivir con un tipo tan anodino, y que de pronto parece
sentir un cierto morbo).
A
falta de un eje central (el asunto del despido frustrado se agota pronto), la película
se dispersa un tanto en diversas anécdotas y personajes, algunos de los cuales
cobran de pronto mucha importancia, para difuminarse poco después.
Alguna
de estas historias tienen su gracia. Otras, como la del homófobo jefe de personal
que interpreta Gérard Depardieu,
comienza bien, pero va perdiendo verosimilitud (también podría decirse que
resulta «demasiado
francesa») y contenido conforme avanza. Esta desigualdad, que afecta
a casi toda la cinta, no impide, sin embargo, ni a la efectividad de sus
sarcasmos, ni el hecho de proporcionar un rato bastante entretenido. Se echa en
falta, en cualquier caso, un poco más de mala uva.
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