.:: Hechos y Figuras ::.

RESEÑA, 1988
NUM. 182, pp. 15-16

EL CIELO SOBRE BERLIN
Aliento de poesía

En esta crítica el título original es Der Himmel über Berlin, no obstante el título en inglés fue Wings of Desire, (Alas de Deseo)
La versión dancística/teatral de
Nacho Duato sobre esta película ha tomado como título Alas.

Título original: Der Himmel über Berlin.
Producción: Alemania (Road MoviesBerlín y WDR-K6In) y Franela (Argos Film-París), 1987.
Dirección: Wim Wenders.
Guión y diálogos: W. Wenders, Peter Handke y Richard Reitinger.
Fotografía: Henri Alekan (blanco-negro y color. Eastman-Kodak).
Cámara: Agnes Gódard y Klemens Becker.
Efectos especiales: Fritz Lehmann y Wolfgang Schmidt.
Montaje: Peter Przygodda.
Música: Jiirgen Knieper y diversos temas.
Duración: 130 mino
Intérpretes: Bruno Ganz (Damiel), Solveig Dommartin (Marion), atto Sander (Cassiel), Curt Bois (Hornero), Peter Falk (director de cine), etc.
Distribución: Musidora Films.
Estreno en Madrid: 27 de enero de 1988. Cine Alphaville 1.

Estamos ante una película «diferente». Su concepción y su ritmo marchan en dirección casi opuesta a la emprendida por la mayoría del cine de hoy. Frente a una pura «acción», cada vez trepidante, aquí se proclama la «contemplación». Frente a los derroches técnicos en «audio» y «vídeo», aquí hay una relativa moderación de sonido y sólo se recurre al color en secuencias muy significativas. Frente a la «dispersión» temática y estilís­tica, aquí nos hallamos ante una rara «concentración» poética. Frente al «realismo» superficial y descriptivo, aquí se nos revela un sentido del «misterio».

Por todo esto, El cielo sobre Berlín, cuya dirección fue premiada en el último Festival de Cannes, es una película de frontera. Con su arrastre, nos saca del «cinetécnico», tan adocenado, de hoy, para retrotraernos al «cine-arte» en su más hondo sentido. Todo ello sin miedo a pasar por anticonformista minoritario.

Win Wenders, acompañado en los diálo­gos por el gran literaro y cineúrgo Peter Handke, elige como punto de partida una situación límite, donde se dan cita la fábula, el mito, la expresión poética e incluso la teología. Consiste en mirar al mundo desde un horizonte original y, para ello, recurre a la perspectiva «angélica», incardinándola en el espacio y en el tiempo.

Los ángeles, según las tradiciones religio­sas, artísticas y literarias, son mensajeros de la bondad divina y protectores individuales o colectivos de los humanos. Por eso, se consi­deran intermediarios de la acción de Dios, entre cielo y tierra. Aquí, la «tierra» elegida para el drama es Berlín, la vieja y zarandeada capital prusiana. Con sus 750 años de difícil historia a la espalda, es hoy día una de las ciudades más simbólicas de nuestro mundo. En ella se apiñan con rara cercanía la división ideológica; el gozo y la angustia de vivir; el ímpetu técnico-cultural y la autodestrucción personal o grupal de todo tipo. Es una urbe de contrastes radicales, donde conviven la tradición racista y la colonia emigrante turca mayor del mundo; la riqueza y la miseria; la seriedad con el desenfreno. Los contrastes son radicales apenas sin gama intermedia. De ahí, la elección del blanco-negro, virado ligeramente al sepia, Como clima visual de casi todo el relato.

Sobre esta ciudad «dejada de la mano de Dios», en lenguaje bíblico, plantea Wenders con su «cielo» Un juego dramático. Dos espíritus celestes vuelan a Berlín. Son Cassiel, ángel de la soledad, y Damiel, ángel de los conjuros. Ambos, insatisfechos de su eternidad inmutable, deciden secularizarse y comenzar una nueva aventura humana con sus cambios y riesgos; su libertad y sus aventuras. Por eso llegan a la ciudad ideal para realizar sus propósitos.

No obstante su apariencia humana, los personajes conservan su condición de espíritus puros. Así, penetran los pensamientos de las personas intentando ayudarlas en sus necesidades. Su presencia es sólo intuida por los niños y por los artistas, tal vez antiguos «compañeros» que emprendieron una similar aventura. Finalmente, el puro amor por una mujer será el modo como Damiel se transforma en humano. ¿Qué ocurrirá en el futuro? Wenders promete continuación.

Con tales presupuestos parecería que estamos ante una película de ciencia-ficción o de carácter religioso. Ni una cosa, ni otra. Más bien se trata de una «parábola» poética de aliento  típicamente surreal, en la que se acumulan con rara intensidad numerosos símbolos expresivos: literarios, filosóficos y hasta teológicos. Si arte es expresión acendradora, al mismo tiempo que reveladora del misterio de la realidad, no puede negarse que El cielo sobre Berlín es una cinta artística, rebosante de poesía ya desde el parpadeo inicial de un ojo gigantesco que nos introduce en un nuevo modo de contemplar la existencia.

Esta concentración-desvelación prosigue constantemente a lo largo del film. Desde la perspectiva aérea inicial y las sonrisas cómplices entre el ángel y los niños, descendemos al «infierno ciudadano» en que cada persona vive aislada en su mundo y luchando con sus problemas. Esas secuencias breves y nerviosas en que se va describiendo la angustia personal o las preocupaciones de cada familia o grupo humano, son de extraordinaria calidad de concepción y de montaje. A primera vista parecen documentales y, sin embargo, tienen un alcance y una profundidad nada común.

El espectador es invitado a penetrar en la realidad a un nivel más hondo que el exterior. Así podrá comprender la doble situación artística que formarán los ejes de la narración. Ante todo, el rodaje de una película sobre la era nazi, la memoria imborrable de la ciudad, que va acompañada de terribles

secuencias documentales sobre la destrucción de Berlín y sus habitantes. Este sería el aspecto negativo de la realidad. El lúdico es la carpa de un circo en trance de despedida, lugar preferido por los niños y los ... ángeles.

Si aquél sirve como escenario para la «empatía» mutua entre el director y el angelical espectador, la pista del circo va a ser el lugar del enamoramiento entre Damiel y la joven trapecista. Parece como si el descenso «angélico» se viera ayudado por las piruetas de la muchacha que simula el vuelo con alas de ángel y casi parece vencer a la ley de la gravedad.

El contenido filosófico y aun teológico de esta película está hondamente impactado de un «humanismo» total. Los ángeles cansados de eternidad, ansiosos de libertad y deseosos de experiencia, color y sonido, se tropiezan con personas encerradas en el tiempo y el espacio, rebosantes de soledad y ansiosas de liberación y de infinito. Tan fuerte contraste no puede resolverse sino por la recíproca salida de sí mismos. La intuición de Wenders en esta hermosa parábola es ofrecer la solución del encuentro en el mutuo amor de Damiel por Marion y de ésta por aquél. La decisión de ambos será la que dé origen a una nueva «historia» en el sentido más radical de la palabra. Entre tanto, Cassiel, ángel de la soledad, espera su turno en la aventura. ¿Será éste la continuación prometida?

Respecto a su realización formal, El cielo sobre Berlín es una cinta discutible. Podría afirmarse que su excepcional inspiración no siempre se ve acompañada del acierto expresivo. La fotografía del veterano H. Alekan es excelente y sabe acomodarse al estilo intuitivo de Wenders. Sin embargo, la interpretación, incluso de un actor tan completo como Bruno Ganz, resulta tal vez excesivamente hierática, incluso cuando se transforma en «humana». Algo análogo podría afirmarse de Otto Sander en el papel de Cassiel y de Solveig Dommartin en su primera aparición de importancia. El único que, en nuestra opinión, da la talla es Peter Falk, encarnando la figura del director de cine.

El cielo sobre Berlín es una película políglota. En ella se hablan tres idiomas y por este orden: alemán, francés e inglés. Podrá parecer extraño, pero es una alusión explícita a los países «ocupantes» y ahora «amigos». Aunque el texto de la balada inicial de Peter Handke tiene gran calidad poética, su repetición no resulta siempre acertada y, desde luego, su concentración se pierde en los subtítulos. Más adecuado parece el texto francés. El inglés es puramente funcional.

En conjunto, pues, una película «diferente», de gran aliento poético, aunque no exenta de cierta sofisticación. Sus contenidos, tanto literarios como filosóficos, hubieran necesitado tal vez una mayor espontaneidad plástica para romper cierto hermetismo. El film está dedicado a tres grandes maestros del cine: J. Ozu, A. Tarkowsky y F. Truffaut, representantes, respectivamente, de la realización técnica, la espiritualidad y el amor.

Indudablemente este cine es hoy más necesario que nunca para alarmar sobre un doble peligro: la masificación a ultranza y la comercialidad integral que devoran a la que fue considerada, desde su aparición, como la «séptima» de las bellas artes.


Manolo Alcalá
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