MISILES MELÓDICOS
TRAGICOMEDIA MUSICAL
Título:
Misiles melódicos.
Autor: José Sanchis Sinisterra.
Nueva puesta en escena: Carlos Martín.
Música: Gabriel Sopeña.
Escenografía: Jon Berrondo.
Vestuario: Pilar Laveaga.
Iluminación: Rafael Mojas.
Intérpretes: José Luis Esteban (Javier Zulueta (magnate de la
industria armamentística)), Cristina Yánez (Sta. Cleta
(secretaria ... y algo más), Gabriel Latorre (José María Abengoa
directivo de Defensystems Zulueta S.A.), María Salgueiro:
Arantxa Moscoso (directivo de Defensystems Zulueta S.A.), Jorge
Usón: Iñigo Berroeta (directivo de Defensystems Zulueta S.A.),
Carlos Fau: Carlos Urrutia (directivo de Defensystems Zulueta
S.A.), Arantza Villar: Cloe (chica pacifista), Alfonso Camino
Miñana: Jessica (traficante de armas), Mariles Gil: Liliana
(psicoterapeuta)
Dirección: David Amitin.
Estreno en Madrid: Teatro Español, 10-XI-2005. |
|
Tiene
este espectáculo un aire de ensayo de algo que, una vez
desarrollado, pudiera, si no reemplazar al musical americano,
ofrecer una alternativa propia del género. No es el primer
intento, pues ya hay en la cartelera espectáculos creados en
nuestro país que no pagan franquicia a los grandes productores.
Pero lo que ofrecen no pasan de ser, por lo general, pobres
imitaciones. En cambio, hay en esta propuesta una ambición de
originalidad que debemos agradecer. La idea surgió de Sanchis
Sinisterra, quién, a lo largo de su dilatada carrera, nunca
había abordado el teatro musical, lo cual tiene, como aspecto
negativo, el desconocimiento del género, y positivo que, ese
mismo desconocimiento, le ha permitido acceder a él libre de
contaminaciones. En el extremo opuesto, Gabriel Sopeña,
autor de la música, realizaba la que quizás sea su primera
incursión en el mundo del teatro. Nuevos territorios, pues, para
los dos, lo que otorga al conjunto de su trabajo un notable
carácter experimental.
El
resultado final deja cierto sabor agridulce. El espectáculo
cojea, como si su gestación no hubiera resultado fácil. Da la
sensación de que, a lo largo del proceso de creación, ha habido
algunos cambios de rumbo. Se diría que el espectáculo ha sido
armado con piezas de diversa procedencia difíciles de ensamblar.
Aunque desconocemos su alcance, seguramente no es ajeno a esta
percepción el hecho de que la puesta en escena ofrecida en el
teatro Español, firmada por Carlos Martín, sea una
revisión de la que David Amitín realizó cuando, hace
algunos meses, se estrenó en el teatro Principal de Zaragoza.
En principio, Sanchis se propuso escribir el libreto de
una ópera de cámara a partir de un tema que tenía en cartera
desde hacía tiempo: el escandaloso negocio de la fabricación y
venta de material bélico. Luego, decidió hacer una comedia
musical. Para convertir lo que debía
ser
una obra en prosa en teatro musical tuvo una idea feliz. Una
mañana, al despertarse, el protagonista, un magnate de la
industria armamentística, descubre que ha sido atacado por una
rara enfermedad, consistente en que, en lugar de hablar, canta.
Poco a poco, los demás personajes, por solidaridad, que no por
contagio, asumen con absoluta normalidad la misma forma de
expresarse. Gracias a ese recurso, la acción se va desarrollando
por los cauces de la lírica. La partitura de Sopeña,
incluye canciones de estilos muy variados y de épocas diversas,
ofreciendo un repertorio en el que caben el rap y un aria de
ópera. Siendo una propuesta novedosa respecto al modelo Broadway
que predomina en los escenarios dedicados al género, el
argumento y la forma de ilustrarlo musicalmente remiten al
cabaret europeo de entreguerras, del que Brecht bebió con
tanto aprovechamiento. Al igual que el dramaturgo alemán,
Sanchis se sirve de esta fórmula para hacer un teatro de
denuncia y didáctico, que, en ocasiones, tal vez de forma
deliberada, se desliza hacia el panfleto. Abundan las
situaciones disparatadas y las sátiras, no siendo la menor la
que figura como subtítulo de la obra: “Las autoridades
sanitarias no advierten de que las armas perjudican seriamente
la salud”.
El arranque de Misiles melódicos es celebrado por el
público, pero pronto el entusiasmo decae. La música empieza a
ser vista como un añadido, que perturba el normal discurrir de
la acción, en lugar de formar, con el libreto, un conjunto
armónico. Deviene, así, en lastre del que es imposible
prescindir. La calidad y el empeño de los actores no logran
ocultar del todo los problemas apuntados.
|