RESEÑA, 1992
NUM. 225, pp. 25 |
LA VERDAD SOSPECHOSA
ESPLENDOR FUNCIONAL
La intervención de Carlos Hipólito, para ciertos
sectores, fue una revelación. No obstante, su buen hacer
teatral no era sino la divulgación para el gran público
de muchos años de trabajo concienzudo bajo la mano de
Layton y Miguel Narros. Hoy es actor mimado
por el público y la crítica y los contratos teatrales y
cinematográficos. Su última actuación es el exitoso
El método Grönholm de Jordi Galcerán. |
Título: La verdad sospechosa,
Autor: Juan Ruiz de Alarcón,
Versión: Claudio Rodriguez,
Escenografia: Joaquim Roy,
Vestuario: Javier Artiñano,
Iluminación: Javier Aguirresarobe,
Dirección: Pilar Miró,
Intérpretes: Carlos Hipólito, José M,a Pou,
Emilio Gutiérrez
Caba, Adriana Ozores, Enric Majó,
Fidel Almansa, Eulalia Ramón,
Sonsoles Benedicto,
César Diéguez, etc.
Estreno en Madrid: Teatro de la Comedia (CNTC),
29-XI-91. |
FOTOS. ROS RIBAS
CARLOS HIPÓLITO |
Los
llenos que experimenta felizmente el Teatro de la Comedia, así
como el ambiente regocijado del público durante las funciones de
La verdad sospechosa, tiran por tierra la opinión de los más
reticentes de que los clásicos son «un rollo». La programación
cíclica de la Compañía Nacional de Teatro Clásico hace que esta
comedia salga de cartel pronto; pero ha de volver, con toda
certeza, a hacer las delicias de quienes asistan a la calle del
Príncipe.
El mejicano Juan Ruiz de Alarcón escribió este texto para las
gentes de su época, en las primeras décadas del siglo XVII. Ya
había fraguado la exitosa fórmula de la comedia española, ya se
repetían con frecuencia los lances y situaciones de enredos
bastante parecidos. Pero esta vez el autor logró una variante
sabrosísima: el protagonista miente a mansalva y provoca, por
ello, toda suerte de confusiones que divierten a la risueña
concurrencia. Esta originalidad iba a valerle imitadores
posteriores.
El verso de Alarcón, servido ahora de la mano de un poeta
consagrado como es Claudio Rodríguez, nos llega fácil y fluido;
quizá sin el lirismo estremecido de Lope, el Maestro, pero sin
desdecir en nada de las cimas del siglo de Oro. Hay un bello
barroquismo conceptual en algunos momentos, y suelta descripción
o humor contenido en otros. Siempre un alto nivel literario.
Pero lo que más llama la atención de esta comedia es que parece
escrita para nuestro tiempo. El vicio de mentir para medrar, en
posición o en amores, no ha pasado de moda. La crudeza para
describir la facilidad con que las «damas» se dejan encandilar
por el dinero, tampoco se ha perdido. Las protestas del honor
paterno; las mañas de las mujeres para lograr a sus galanes
preferidos; el fatuo prurito de los títulos y distinciones
sociales... todo mantiene tanta actualidad, que cuando los
personajes hablan de la Corte, con su pizca de intención
naturalmente, hasta los menos acostumbrados a esta clase de
teatro entienden espontáneamente que se habla de Madrid, de
nuestro Madrid.
CARLOS HIPÓLITO
EMILIO GUTIERREZ CABA |
Pilar Miró ha dirigido el montaje con una desacostumbrada
sabiduría. Sobre una escenografía esquemática de líneas
sobriamente modernas concebida por Joaquim Roy, el juego visual
lo ha confiado a un espléndido vestuario de época (en muchos
casos basado en conocidos cuadros del Museo del Prado) que
resulta admirable por su belleza. Javier Artiñano lo ha diseñado
con una gran unidad cromática, telas ricas y formas amplias y
vistosas. Uno , de los más hermosos vestuarios
que se han visto en los últimos años.
Pero la dirección se ha centrado, como debe ser, en el trabajo
actoral. Los actores han sido elegidos con acierto, rompiendo
algunos moldes Empobrecedores. Así, el padre lo interpreta un
José M.a Pou no muy mayor, pero con un físico imponente; el
gracioso se confía a un Emilio Gutiérrez Caba que no reproduce
el tópico cómico, sino que ofrece un criado-amigo de cierto
nivel cultural sin dejar por ello de jugar una madura comicidad.
Enric Majó no desdeña un papel secundario, y está en él más
encajado que en su discutible aparición como galán de El
desdén... Y Adriana Ozores, ya experta dama joven de nuestros
clásicos, avanza en sus evidentes dotes para la comedia, donde
se pasea del lirismo a la comicidad, la insinuación o la
indignación, todo ello con la soltura de una gran actriz. Los
asiduos de esta Compañía la han visto crecer como intérprete
paso a paso, y ya es una actriz rotunda.
Capítulo aparte merece Carlos Hipólito, que asume el papel
protagonista. Su físico juvenil le viene como anillo al dedo
para ser el hijo. Pero hay en él una experiencia de más de
quince años de profesión, fraguado en las hornadas de
Layton/Narros de los tiempos duros. Aquí despliega una gran
soltura y solidez en el hacer y decir; lo cual es más notable
cuando se trata de una comedia en verso. El y sus compañeros
(con alguna escasa excepción en algún papel mínimo) dicen el
verso sin alardes pero con eficacia. Se les oye con placer, sin
que choque a nadie, y eso ya es mucho. Se ha logrado el empaste
del tono colectivo, sin divos que se escuchen ni jóvenes
aprendices. Es un conjunto fluyente y relajado, que es lo mejor
que cabe esperar. No se sabe cómo otras veces se tropieza tanto
en este punto.
La dirección, además, ha puesto sabrosos elementos en el
transcurso de la acción. Como el juego de miradas al público
cuando un actor sorprende a otro dirigiendo un «aparte» a la
sala; o la movilidad de la escena en la iglesia, el soplo de los
velos de las chicas o el juego del cambio de luz cuando el
mentiroso entra en trance...
Con explícita convencionalidad teatral, sin obsesiones por un
realismo a ultranza, la comedia es un espléndido ejemplo de cómo
funciona el conjunto de un espectáculo cuando se da la
integración armónica de sus elementos.
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