EL CASTIGO SIN VENGANZA
MAJESTUOSO
Título: El castigo sin venganza.
Autor: Lope de Vega.
Versión y dirección: Eduardo Vasco.
Escenografía: José Hernández.
Iluminación: Miguel Ángel Camacho.
Vestuario: Rosa García Andújar.
Ayudante de Dirección: Ana Zamora.
Asesor de Verso: Francisco Rojas.
Diseño de sonido: Eduardo Vasco.
Música: Gabriel Fauré (Preludes- opus 103-N° 3,6
y 7, Impromptu N°3- opus 34-).
Intérpretes: Jesús Fuente (Ricardo),
Fernando
Sendino (Febo),
Arturo Querejeta (Duque de Ferrara),
Eva
Trancón (Cintia),
Savitri Ceballos (Andrelina),
Francisco Merino (Batín),
Marcial Álvarez (Conde
Federico),
Ángel Ramón Jiménez (Floro),
José Ramón
Iglesias (Lucindo),
Clara Sanchis (Casandra),
María
Álvarez (Lucrecia),
José Vicente Ramos (Rutilio),
Daniel
Albaladejo (Marqués Gonzaga),
Nuria Mencía (Aurora).
Pianista: Ángel Galán.
Estreno en Madrid: Teatro Pavón (CNTC), 27.IV.2005. |
FOTOS: ROS RIBAS.
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El
castigo sin venganza es una de las comedias más estremecedoras
del siglo de Oro. Un Lope ya maduro, que acaso percibe el empuje
y la competencia de un joven y ya genial Calderón, acomete la
escritura de una historia trágica, basada en un relato de
Bandello, en la que se asoma a los abismos profundos y oscuros
donde se esconden el deseo, las complicaciones de la sexualidad,
el incesto, los celos, el deshonor, la venganza o la
arbitrariedad de un poder corrupto, voluble y justiciero. Su
trama, sus personajes principales y sus versos, poderosos,
bellísimos y contundentes, se encuentran entre los mejores
escritos por Lope y por el conjunto del teatro áureo.
Eduardo Vasco ha elegido con acierto este texto para abrir su
etapa como director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico,
después de encargar a Helena Pimenta el montaje de La
entretenida, de Cervantes. La elección, atinada y ambiciosa a un
tiempo, ha revalidado la madurez de un director con una larga y
atractiva trayectoria en la escenificación de los clásicos, y ha
colocado muy alto el listón de los trabajos de la Compañía, lo
que constituye una excelente y esperanzadora noticia.
El director sitúa la acción del espectáculo en la Italia de
Mussolini. Los uniformes del Duque y sus hombres, elegantes y
pulcros, aportan la imagen externa de una estética caracterizada
por la belicosidad y por la escrupulosidad y la pureza de
líneas, que revelan a su vez un espíritu recto hasta el
fanatismo y reglamentado hasta la intolerancia. Una disciplina
cuartelera, cuyos valores se anquilosan e hipertrofian terminan
por asfixiar y arrollar los sentimientos humanos que se resisten
a someterse a la norma moral o
social dominante. Acorde con este
tratamiento estético, el director ha preferido una escenografía
austera y casi diáfana, y ha combinado la utilización de la
profundidad del escenario con la acotación de un espacio
estrecho en el proscenio, como solución, esta última, para
algunas escenas de carácter más narrativo. La presencia de un
pianista, cuya música parece conducir el relato dramático,
rellenar sus oquedades y expresar la intensidad de la pasión, el
aturdimiento de las indecisiones o el
riesgo de la trasgresión amorosa, es otra de las aportaciones
más logradas del espectáculo. Y habría que añadir, también, la
cada vez más elaborada y sugerente iluminación de Miguel Ángel
Camacho, como elemento configurador de un espectáculo denso y
limpio, intenso y solemne, pero carente de cualquier tipo de
pretenciosidad o de pedantería.
Pero esta espléndida concepción del espectáculo requiere de un
singular trabajo actoral, capaz de encarnar a algunos de los
personajes más poderosos y enigmáticos del teatro español de
todos los tiempos. En el elenco, equilibrado y comprometido con
el trabajo, descuellan los tres actores que se ocupan de los
atormentados personajes principales. Arturo Querejeta, un actor
sólido que ha ido cimentando poco a poco una interesante
carrera, da vida a un Duque contenido y cínico a su pesar,
vulnerable y brutal a la vez, pleno de humanidad, pero sometido
a unas leyes rigurosas, arbitrarias y desmedidas a las que
ajusta dolorosamente, pero sin que tiemble su pulso, su
conducta. Clara Sanchis, austera y elegante, encarna a
Casandra,
posiblemente el personaje más atractivo y teatral de El castigo
sin venganza, mujer humillada y poderosa, plena de deseo y
consciente del sentido de su dignidad, capaz de arrostrar los
riesgos de un amor considerado culpable.
Y
Marcial Álvarez se hace cargo de un Federico presa de las
contradicciones afectivas, políticas, familiares y sociales, y
víctima de su condición de bastardo, cuyo nacimiento parece
haber constituido el origen de una desdicha a la que el azar y
las circunstancias lo abocan. Los tres actores realizan un
trabajo impecable e intenso, al servicio siempre del conjunto
del espectáculo, con momentos verdaderamente magistrales. Pero,
sin ánimo de establecer comparaciones, merece especial atención
el trabajo de Marcial Álvarez, un actor que regresa al teatro y
se muestra pleno de inspiración a la hora de componer uno de los
más complejos personajes de nuestro teatro. No desmerece, desde
luego, el resto del elenco, con una Nuria Mencía, que interpreta
a Aurora, en clara progresión y que mereció en el día del
estreno una ovación en uno de los mutis; con un veterano y
entregado Paco Merino en el papel de Batín, o con un
Daniel
Albaladejo en el Marqués Gonzaga,
que muestra notables capacidades para papeles muy diferentes de
los que han sido habituales en su repertorio.
En suma, una majestuosa versión de El castigo sin venganza, uno
de esos espectáculos indispensables y necesarios en nuestra
cartelera.
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