INVIERNO BAJO LA MESA
LO QUE PUDO SER ABSURDO YA NO LO ES
Título: Invierno bajo la mesa.
Autor: Roland Topor.
Música: Sergio Miró.
Coreografía: Mónica Runde.
Figurinista: María González.
Iluminación: Juan Gómez Cornejo (A.A.I.)
Escenografía: Alfonso Barajas.
Ayudante de escenografía: Ángel Boyado.
Ayudante de dirección: Jacinto Bravo.
Realización escenografía: Mambo, Suso 33
(gasas)
Utilería/Atrezzo: Mateos, La Faena, Akocha
Koato.
Música: Carlos Marrero (violín)
Edición, Grabación y Mezcla: Antonio Miranda
Diseño Cartel: Gara Koan.
Fotografía: Ros Ribas.
Producción: Centro Dramático Nacional, Teatro
Cuyás, DD Company & Duskon.
Intérpretes: Toni Acosta (Florence Michalon),
Antonio Zabalburu (Dragomir), Lorena Berdún (Raymonde
Pouce), Arturo Arribas (Gritzka), Paco Luque (Marc
Thyl).
Versión y dirección: Natalia Menéndez.
Estreno en Madrid: Centro Dramático Nacional
(Sala Princesa), 19 de marzo de 2005 |
FOTOS: ROS RIBAS |
Roland Topor (1938 – 1997), hijo de emigrantes polacos en
París, es hombre multidisciplinar en el arte plástico: dibujos,
programas televisivos, ilustrador de cuentos y en menor cantidad
autor teatral. Desde el principio se enroló en las nuevas
corrientes europeas. Pululaba por Francia el teatro del absurdo
y surgía con Jodorowski y Arrabal y él mismo el
grupo Pánico. Este sustrato siempre se asoma a su producción
artística, sea del género que sea.
Invierno bajo la mesa, es su última obra y un año antes
de su muerte, el Théâtre Flamand de Bruselas lo
estrena (1996). Polonia la montará en 1996 por el Teatrze
Studio. Posteriormente en 1997 la estrenará la
Comedie-Française. En España es el primer Topor que
se estrena.
Cuando
la escribe en el 1996, ya ha llovido mucho sobre el teatro del
absurdo, movimiento por el que se sintió influido tanto a nivel
artístico como a nivel vivencial al proceder del mundo de la
emigración. Emigrar no deja de ser un absurdo que impone la vida
o la sociedad en que uno vive y a partir de ahí pequeños y
grandes absurdos se van sumando al enfrentarse a una nueva
cultura o sociedad.
Este Invierno, como relato, aparentemente roza el
absurdo. Y si no vean: una traductora, Florence,
para poder sufragar sus gastos diarios, alquila el bajo de su
mesa de escribir a Dragomir, un zapatero emigrante
sin papeles. Los dos conviven laboralmente: ella escribe sobre
la mesa (la parte de arriba) y él trabaja bajo la mesa (la parte
de abajo). De ella casi le pertenecen sus bien torneadas
piernas, compañeras de fatigas. Otros tres personajes entran en
la contienda amorosa que termina por crearse entre
Dragomir y su patrona.
Esta anécdota que puede parecer absurda, por desgracia, hoy ya
no lo es. Hemos llegado a tal grado que se ha trasladado el
mundo del absurdo al de la vida real. Quien se mueva en el
terreno de la emigración en España, verá cómo no solamente en un
piso viven dos o tres familias para poder pagar el alquiler,
sino que también se alquila una silla, un sillón, un colchón (yo
duermo de día y tú de noche) y a este paso hasta el cepillo de
dientes.
A partir de este arranque comienza un microcosmos social a
través del resto de los personajes: el editor Marc,
dominado por el interés y las argucias del mundo capitalista;
Raymonde, la entrañable amiga que ve la vida sólo
bajo el prisma de lo económico y se interpone entre la pareja
con las armas del soborno, y Gritzka, otro
emigrante y amigo de Dragomir, que vive más allá
de lo estrictamente material y cuyo violín nos lleva a un mundo
del espíritu o la creación artística.
Bajo la forma de un cuento, con final feliz incluido, Topor
reflexiona con ironía, humor y bondad sobre un mundo que, por
desgracia, transcurre por la línea del interés y alejado de la
solidaridad. Todo lo que no vaya por ahí resulta absurdo o
extraño, como menos, y hay que enderezarlo. Lo simplifica en dos
bandos: Florence/Dragomir/Gritzka (el idealismo) y
Marc/Raymonde (el materialismo). Se trata de una
bonita historia de hora y cuarto, que colma sobradamente el
interés del espectador.
El espacio escénico es de reducidas dimensiones. Tenemos – como
sucede en la Sala Princesa del María Guerrero -
todo al alcance de las manos y en esta ocasión importan la
cercanía de los actores, las piernas de Florence, la
enclaustración de Dragomir debajo de la mesa y la
sensación de habernos metido en la casa de Florence
como unos realquilados más. Tal proximidad ha llevado,
acertadamente, a un tipo de interpretación sobria, casi de estar
por casa, muy acorde al lenguaje de Topor que gusta de lo
cotidiano.
Toni Acosta (Florence) da ese toque de
inocencia y candor y al mismo tiempo de una sutil seducción en
esas largas y bien diseñadas piernas. Antonio Zabalburu,
en su Dragomir, muestra sus buenas dotes
interpretativas aportando una línea muy natural a un personaje
que hace de la situación insólita y soprendente su quehacer
diario. Llama la atención el halo de inocencia y felicidad que
sabe transmitir, como algo connatural y sin forzamientos.
LORENA BERDÚN
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El resto del reparto sigue la misma tónica de altura
interpretativa. De él cabe destacar Lorena Berdún, en su
Raymonde, por la feliz sorpresa como actriz que nos da, ya que,
de ella, sólo sabíamos de sus programas de radio o de
televisión. Da un toque de naturalidad a su alienado personaje.
Bienvenida a la farándula.
Natalia Menéndez dirige con buen pulso y con ritmo la historia y
sin estridencias.
Al ser un texto que requiere cierta claustrofobia – la mesa (el
arriba y el abajo) y poco más -, ello coartaba mucho los
movimientos y requiere un estudio de ellos, que Mónica Runde ha
sabido construir.
Ingenioso y poético texto el de Topor que, sin alacaras, nos
hace reflexionar sobre un injusto mundo que cada vez más forma
parte de que “la vida tiene que ser así”. En Natalia y su troupe
ha encontrado una buena traducción escénica.
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