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LAS TROYANAS
LA TRAGEDIA QUE NO CESA

Título: Las Troyanas
Autor: Eurípides
Versión: Ramón Irigoyen
Vestuario: Antonio Belart
Iluminación: Carlos Lucena
Diseño de Sonido: Mariano García
Banda Sonora: Orestes Gas
Espacio escénico: Mario Gas
Fotografías: Ros Ribas
Fotos de ensayo: Sergio Parra
Ayudante de escenografía: Silvia de Marta
Ayudantes de vestuario: Teresa Callejo
Eduardo de la Fuente
Asistente de dirección: Manuel de Benito
Ayudante de dirección: Montse Tixe
Realizaciones Construcción de escenografía y atrezzo: Pinto’s Decorados, Luis Rosillo, Artefacto Epocauto, Mateos
Realización de vestuario: Cornejo,
Goretti Puente
Pirotecnia: Discomfa
Peluquería: Antoñita, Viuda de Ruiz
Producción: Teatro Español,
Festival de Mérida, Cáceres 2016
Intérpretes: Carles Canut (Poseidón),
Ángel Pavlovsky (Palas Atenea),

Gloria Muñoz (Hécuba),
Ricardo Moya (Taltibio),
Anna Ycobalzeta (Casandra),
Mía Esteve (Andrómaca),
Luis Jiménez (Astianacte),
Clara Sanchis (Helena),
Antonio Valero (Menelao)
Coro: Yaël Belicha, María Cirici,
Judith Esteban, Raquel Gribler, Lara Grube,
Angels Jiménez, Silvia Martí, Rosa Martín,
Mélida Molina, Anabel Moreno, Montse Morillo,
Manuela Romero, Marisa Segovia
y Macarena Vargas
Soldados: Oscar Cordón Piñas,
Javier Cruz Corrillero,
Alberto Antonio Trejo Moreno,
Miguel Muñoz Carrasco,
Álvaro Jiménez Sánchez,
Jaime Fuentes del Río,
Juan Alvarez Nuñez, Jesús Galán
Dirección: Mario Gas
Duración: 1 hora y 45 minutos (sin intermedio)
Estreno en el Festival de Mérida: Teatro Romano
de Mérida,
Estreno en Madrid: Matadero, Naves del Español, 14 – IX – 2008







FOTOS: ROS RIBAS


FOTO: ROS RIBAS
El espectáculo empieza con la escena prólogo en la que Poseidón y Palas Atenea, rivales y protectores, respectivamente, de griegos y troyanos, se ponen de acuerdo para castigar a aquellos, vencedores de la guerra que les ha enfrentado, con un regreso amargo a su patria por haber profanado el templo dedicado a ella. La ayuda que el dios del mar ofrece a la diosa consiste en agitar las aguas del Egeo para que la flota griega se vaya a pique y el mar y sus costas se llenen de cadáveres. Lo que sucede es que, a este encuentro, tan importantes moradores del Olimpo acuden luciendo ropas apropiadas para una fiesta de la alta sociedad de principios del pasado siglo y se comportan como personajes de opereta. Luego, cuando los soldados griegos aparecen en las murallas de Troya, lo hacen vestidos con uniformes que remiten a cualquier ejército de cualquier época. En cuanto a la llegada de Andrómaca a la playa en la que las mujeres troyanas aguardan conocer su trágico destino, no lo hace en un carro escoltado por las tropas griegas, sino en un camión.
 

FOTO: ROS RIBAS
No me cabe ninguna duda de que estas actualizaciones y alguna otra que aparece a lo largo del espectáculo no son gratuitas. Así, por ejemplo, en el diálogo que lo abre, del que, por cierto, se prescinde en algunas puestas en escena, se adivina la voluntad de humanizar a los dioses que lo protagonizan y, al tiempo, la de burlarse de ellos. Pero si con ellas se trata de demostrar que el asunto tratado no ha perdido vigencia, están de más, por innecesarias. Las troyanas no necesitan maquillajes que disimulen unas arrugas que no tienen. En su planteamiento, es una tragedia más actual que cualquiera de las que integran el repertorio griego, porque, en ella, aun estando presentes los dioses, los personajes son más víctimas de sus semejantes que de sus designios. Pero sobre todo, porque trata de la guerra y de la barbarie que la acompaña, de la brutalidad que los vencedores ejercen sobre los perdedores cuando la batalla ha concluido y los ciudadanos se convierten en el botín a repartir. Aquí se habla de las mujeres. También de los niños, representados por el hijo de Andrómaca, condenado a morir por el mero hecho de serlo también del derrotado Héctor. En definitiva, de las partes más débiles de la sociedad, las que, sin haber empuñado las armas, aunque no siempre sean tan inocentes como aparentan, se llevan la peor parte. Mientras las guerras sigan existiendo, esta obra tendrá actualidad, mayor a medida que el tiempo transcurra, porque aquí se habla de la población civil, que es, en los conflictos actuales, la que paga el precio más alto. Lo dicen las estadísticas: hay más muerte y padecimiento en la retaguardia que en el frente. Lo mismo dicen los artistas. Ahí está, para demostrarlo, el Guernica de Picasso, desgarrador y universal testimonio de los desastres de la guerra, en el que, confirmando lo que digo, aparece un sólo soldado rodeado de mujeres desesperadas, una de las cuales lleva, entre sus brazos, al hijo muerto.


FOTO: ROS RIBAS
Para hablar de la puesta en escena de Mario Gas, es necesario hacerlo, en primer lugar, del trabajo de Ramón Irigoyen. Ha hecho una versión libre del texto de Eurípides, al tiempo que respetuosa. Difícil empeño que sólo puede ser abordado por quién conoce bien el original y es capaz de hacer de él una rigurosa traducción académica y, al tiempo, es consciente de que el destinatario es el público que va a acudir al teatro. No en vano, ha vivido la experiencia de haber hecho otra versión -¿o acaso es la misma?- de esta obra para un montaje anterior de Irene Papas. El resultado ha sido un texto moderno, fresco y claro. Ese mismo espíritu preside el trabajo de Mario Gas, quien, además, ha modificado la tradicional función colectiva del coro al individualizar la actuación de sus miembros. También la escenografía es limpia: Una playa se extiende ante las murallas de Troya, de las que se nos muestran dos torreones y un gran portón de acceso, escoltados por las gigantescas cabezas de Poseidón y Palas Atenea semihundidas en la arena. Una playa de blanca arena convertida en campo de concentración en el que las mujeres presas aguardan su destino, lugar no muy distinto, tal vez, de los que acogieron en las costas del mediodía francés a los fugitivos de la guerra civil española.


FOTO
: ROS RIBAS
Apenas hay acción. Eurípides la sustituyó por las voces poderosas de las mujeres humilladas y esas son las que oímos en boca de cuatro magníficas actrices. Anna Ycobazeta, en el papel de Casandra, transita con el aplomo de quien trama una venganza por la difusa frontera que separa la lucidez de la locura; Mia Esteve, que interpreta a Andrómaca, conmueve cuando conoce el destino que los griegos han reservado a su hijo y su desgarro se hace insoportable cuando éste le es arrancado de sus brazos; A Clara Sanchis, que asume el personaje de Helena, las ataduras que la mantienen presa no la impiden lucir su provocadora belleza ni merman su arrogancia cuando asume la defensa de su conducta, a la que los demás atribuyen el origen del conflicto armado que ha arruinado sus vidas, y, en fin, Gloria Muñoz, que representa en un momento álgido de su carrera a la reina Hécuba, se nos muestra como una mujer consciente de que su

FOTO: ROS RIBAS
papel en la historia hubiera sido otro si el desenlace de la guerra de Troya la hubiera situado en el bando de los ganadores. Perdió su esposo y, en consecuencia, perdió ella. Adivinamos en su apenas disimulada actitud despótica y en su orgullo de mujer poderosa venida a menos, cuál hubiera sido el trato que hubiera dispensado a las mujeres que bien podrían haber ocupado su lugar. Papel difícil el suyo, que representa con aplomo y sin estridencias hasta el momento del entierro de su nieto, en el que estalla toda su rabia contenida. Los demás actores completan un buen reparto en el que hay que destacar al niño Luis Jiménez, que representa con sorprendente naturalidad a Astianacte, el hijo de Andrómana y Héctor, personaje que tradicionalmente aparece en escena sin voz; a Ricardo Moya, en Taltibio, el oficial del ejército encargado de transmitir a las mujeres las malas noticias sobre su futuro, que logra hacer compatible el rigor que corresponde a un militar con la piedad del que no es insensible a la crueldad de su mensaje; y, por último, al sorprendente Ángel Pavlovsky, travestido en una delirante y glamorosa Palas Atenea.


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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