RESEÑA
1983
NUM. 145, pp.22-23 |
La poesía de lo cotidiano
EMILY
WILLIAM LUCE
Analía Gadé
interpreta el monólogo teatral sobre la vida
de la poetisa Emily Dickinson.
|
Título: Emily (La bella de Amherst).
Autor: William
Luce.
Textos de Emily Dickinson. recopilados por Timothy
Helgeson.
Traducción y adaptación: Fernando Masllorens y Federico González del Pino,
Poemas
traducidos por
Silvina Ocampo.
Temas
musicales:
Brahms, Bach y Pergolesi.
Escenografia: Andrea
d'Odorico.
Iluminación: Juan Campos.
Interpretación: Analía Gadé (Emily)
(monólogo),
Dirección: Miguel Narros.
Estreno en Madrid: Teatro Infanta Isabel,
1 – IV – 1983. |
ANALÍA GADÉ |
De
la poetisa Emily Dickinson (1896)
poco conoce el público español. Terreno acotado para
especialistas y poetas - entre ellos el gran devoto Juan Ramón Jiménez -, el monólogo teatral interpretado por Analía Gadé podría
haber sido un modo de mayor divulgación, como lo fue aquel Cinco horas con Mario, de Delibes.
Sin embargo, escaso público para un esfuerzo artístico y cultural de calidad.
William Luce, autor del
texto, construyó dicho monólogo con un fin: el de divulgar la obra y figura de
la poetisa entre los alumnos de literatura, sin olvidar la presencia de un
público más profano. Un trasvase de géneros (de la
narrativa al teatro, de la poesía al teatro... ) es importante siempre como elemento
divulgativo y cuando dicho trasvase acierta se apropia de calidad estética y se
presenta con personalidad propia.
La
figura de Emily Dickinson tomó forma
de monólogo y, en principio, la elección fue acertada. El punto de partida eran
sus cartas y sus casi 2.000 poemas. Documentos para ser
recitados por una actriz. Pero su misma vida se acerca a esta soledad escénica
que es el monólogo. Encerrada durante diecisiete años en su casa de Amherst y vestida de blanco como
preanuncio de su muerte, su vida toma el matiz de contestación a un mundo del
que reniega a nivel de costumbres. Podría ser la vida de una solterona de
provincias con su neurastenia e, imagino, que para sus coetáneos lo fue, por sus rarezas
y su vacilante mundo afectivo entre sus familiares y el pastor. Pero esta vida
casera cobra nuevo sentido al convertirse en poemas. Poesía. Todos los
acontecimientos vanales y cotidianos adquieren prestancia y trascendencia artística
al verterlos en sus poesías. Una poesía que para la época fue contestataria por
sus ritmos y su forma alejada de la versificación al uso.
Analía Gadé busca el
desafío de la escena vacía y del coloquio continuo con el público para mostrar
sus calidades de actriz. Lo consigue. Un desafío que le obliga a variar de
registro continuamente: el coloquio, el costumbrismo, el lirismo, la recitación
sin que notemos los momentos de transición de unos a otros.
Para
Miguel Narros también existía un
desafío como director. Un desafío siempre atrayente en cómo agilizar, mover y
jugar con los objetos de un monólogo. Hay que reconocer que ha trabajado con la
imaginación para no mantener los tiempos muertos, para hacer revivir los personajes
a que se refiere Emily a través de los cambios de tonos verbales, los objetos y
para encontrar la clave fundamental de la vida de Emily: el enfrentamiento
con la muerte ya en vida. La casa de Emily se nos aparece como un blanco mausoleo,
como su mismo traje. Un mausoleo que al acercamos a él comienza a rezumar
recuerdos engrandecidos por la poesía. A ello ayuda mucho la delicada escenografía
de Andrea d'Odorico, en donde los
elementos realistas se entremezclan con los más estilizados plasmando ese misterio
del mundo poético: la realidad transparentada por la trascendencia del arte.
Interpretación,
dirección y escenografía se unen en un compenetrado trabajo de conjunto y
captan al espectador en los primeros compases.
Vuelven alternadamente a lo largo de la obra cuando Emily-Analía se introduce en el mundo poético verbal de los poemas
de Emily Dickinson. Y esto es lo que
echamos de menos, que dichos momentos sean relativamente pocos y demasiados
los otros que se fijan en la anécdota de la vida de Emily. Y es en esa
anécdota, en la relación con los suyos y los objetos de su vida, cuando falta
la presencia de los otros personajes y la concepción del monólogo queda coja.
¿Qué
ha pasado? A mi entender existía una gran intuición y una buena clave en su origen:
la de desvelar el personaje de Emily a través de su literatura y
conectar con el mundo real que le rodea. Podría haber sido, en definitiva, un monólogo que nos hablara de ese proceso humano tan misterioso
en que lo cotidiano se ennoblece a través del mundo del arte adquiriendo la
categoría de universalidad. Y algo de ello hay. Pero existe demasiado
anecdotario que le acercan a una biografía plana al estilo de la biografía cinematográfica
hollyvvoodiense.
El
texto de William Luce era más rico en
documentación, con lo cual la presencia de lo anecdótico estaba más
equilibrada. Aquí, al suprimir parte de dicha documentación, la anécdota adquiere protagonismo y como tal anécdota está falta de
fuerza y dramatismo, tal vez porque no lo tenía en Emily.
Un
monólogo lanzado en circuito comercial, pero que
hubiera necesitado el apoyo de un canal mal llamado cultural. Esta disección
de circuitos existe y hay que aceptarla aunque no debiera suceder así. Pero
indudablemente arropado por este tradicional circuito cultural, como son los
teatros oficiales y las programaciones paralelas, hubieran atraído más
público tanto por el fácil acceso al precio como por el interés que en
principio ya despierta el ser estrenado en un centro oficial.
Traición
al texto primigenio, debida a criterios comerciales y
falta de cauce adecuado parecen ser los males que han invadido a una obra que
podría haber sido un buen experimento teatral. Con todo, cuando la función
termina (a pesar de ese frío que se experimenta) a uno le queda un cierto
rescoldo, el de un trabajo bien hecho y del acercamiento hacia un personaje
que no puede por menos de poseer una gran seducción. Y ciertamente, conocemos
algo más de Emily-poetisa y recuperamos
a la actriz que es Analía Gadé y comprobamos
una mano firme en la puesta en escena.
|