LA DAMA DEL MAR
Teatro
con tiralíneas
FOTO:
LUIS CASTILLA |
Título: La dama del mar
Texto: Susan Sontag,
basado en la obra de Henrik Ibsen
Traducción: Marta Pessarrodona
Diseño
escenográfico y concepto de iluminación: Robert Wilson
Música:
Michael Galasso
Vestuario:
Giorgio Armani
Iluminación: A.
J. Weissbard
Ayudante
de dirección: Sue Jane Stoker
Ayudante
de escenografía: Peter Bottazzi
Diseño
de sonido: Peter Cerone
Maquillaje:
Luc Verschueren,
Producción: Elsinor y Change Performing Arts
En coproducción con: Teatro Lope de Vega de Sevilla, Centre d’Arts
Escèniques de Reus
Con
la colaboración del: Teatro Español de
Madrid
Intérpretres: Ángela Molina (Ellida Wangel), Manuel de Blas (Hartwig Wangel),
Agustín Sacian (Sr. Arnholm), Lara
Grube (Bolette Wangel), Carlota
Gaviño (Hilde
Wangel), Damià Plensa (el Extranjero
Dirección:
Robert Wilson
Estreno
en Madrid: Naves del Español-Matadero Madrid, 27 – III - 2008
El
escenario es un espacio luminoso lleno de líneas rectas, como trazadas con
tiralíneas, que definen figuras geométricas, rectangulares o triangulares casi
todas, que evocan paisajes marinos y que, a veces, se nos antoja que es la
cubierta de un velero varado tierra adentro. Una obra de
arte. Nada nuevo, por otra parte, en el gélido universo estético
del estadounidense Robert Wilson.
Sobre esa escenografía se proyectan las sombras de los personajes. A contraluz,
los actores parecen siluetas y, siempre, marionetas manejadas por los hilos
nada invisibles que mueve el director. Sólo les exige que sean buenos actores,
lo que no es poco, desde luego, pero nunca se les brinda la posibilidad de
insuflar a las criaturas que representan algo de sí mismos. No son, pues,
creadores, sino portavoces de un discurso que no les pertenece. Por eso, sus
voces no vibran ni trasmiten emociones. Sumadas a la excelente música de Michael Galazo, al rumor constante del
mar y al desagradable graznido de las gaviotas, completan un decadente
espectáculo de luz y sonido.
ÁNGELA MOLINA
FOTO: LUIS CASTILLA |
El texto que desgranan, escasamente
teatral, pertenece a Susan Sontag.
No es una adaptación del de Ibsen, de
ahí que ella figure como autora, pero parte de él. Mucho más corto que el
original en el que se inspira, es el producto de su destilación, una reducción
a lo esencial. Alguno de los personajes del drama ha desaparecido y, en lo que
respecta al contenido, se conserva el esquema argumental: es la historia de Ellida,
la joven atraída por el mar que se casa, no por amor, sino para sentirse protegida,
con un viudo mayor que ella y, añorando la libertad perdida, decide
separarse de él para reencontrarse con el marino ausente del que, tiempo atrás,
estuvo enamorada.
Sontang prescinde de las
connotaciones sociales
presentes
en el texto del dramaturgo noruego, ya de por sí bastante diluidas en las últimas
obras que escribió y, muy especialmente, en ésta. Alguna diferencia de matiz en
el desenlace tampoco da lugar a que el que aquí se propone se interprete como
alternativa al de Casa de muñecas,
que tanto disgustó al público de entonces por su crudeza. Al contrario que Nora,
que abandonaba a su esposo e hijos, la dama del mar cambia su decisión y decide
seguir al lado de su marido cuando éste le dice que es libre y puede hacer lo
que quiera. Palabras mágicas cuyo efecto en la protagonista abría la vía de la reconciliación
de Ibsen con sus detractores. Lo que
sucede es que el final de la obra de éste es, aunque un tanto forzado y, por
tanto, contradictorio, feliz, mientras el de
la de Sontag
está impregnado de la amarga resignación de quiénes se han instalado en una
vejez prematura. Lo que hay de común en ambos textos es la presencia de una
fuerza misteriosa que mezcla realidad e irrealidad y crea un espacio imaginario
en el que tiene lugar el enfrentamiento poético entre el mar y
la tierra. Aquél,
abierto a la imaginación y a la aventura; ésta, lugar en el que echamos raíces
y del que llegamos a formar parte. El final agridulce que propone Sontang, con la renuncia de la
protagonista a sumergirse en el inmenso mar, señala claramente sus
preferencias. Las de Ibsen, que la
muestra satisfecha con su decisión, apunta en otra dirección. Atada a la
tierra, ni siquiera podrá volar.
En
suma, estamos ante un espectáculo interesante y frío que no logra entusiasmar.
De ahí que los justos aplausos que recibe sean tibios.
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CARLOTA
GAVIÑO/ LARA GRUBE
FOTO: LUIS CASTILLA |
ÁNGELA
MOLINA/MANUEL DE BLAS |
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