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EL
CIELO ES DEMASIADO BAJO
El
terrorismo a escena
Título:
El cielo es demasiado bajo.
Autor: Ahmed Ghazali.
Traducción: Mirela Estrada.
Dramaturgia: Joseph Pere Peyró.
Escenografía: Eduard Búcar y Max
Bònas.
Iluminación: Ignasi Morros.
Diseño
musical, audio y sonido: Quino
García Curado.
Diseño
gráfico: Guilm Cardona
Fotografía
Loal Rovira
Construcción
escenografía: Amadeu
Ferré (Clap Realitzacions S.L.)
Efectos
escénicos:
Miquel
Fuster y Pedro Fluxa
Ayudante
de dirección y coordinación técnica: Jordi Vall
Producción:
Miriam
Sadurni Font
Compañía:
La Invenció
Intérpretes: Ali El Aziz, Jorge Yamam,
Magall Mestre, Richad Felix, Marc Pociello, Roberta Paquinucci y Josep Mèlich.
Dirección: Joseph Pere Peyró.
Idioma: español y árabe
Duración
aproximada: 1hora
y 10 minutos
Estreno
en Madrid: Sala Cuarta
Pared, 1- II - 2008. |

FOTO: LUISA XARNACH |
El cielo es
demasiado bajo es la historia de un secuestro aéreo llevado a cabo por
joven marroquí dispuesto a volar el avión si no se satisfacen sus peticiones.
Lo que presenciamos es el pánico de pasajeros y tripulantes ante la amenaza
terrorista, su convencimiento de que el fanático individuo cumplirá su amenaza
guiado por su odio hacia unos seres a los que identifica con el país culpable
de la invasión de Irak y de la suerte del castigado pueblo palestino, y a su
angustia ante la dificultad para resolver una situación que no controlan y que
les acerca, a cada minuto que pasa, a
una muerte cierta.
Nada
nuevo que no conozcamos a través de las descripciones
que, con todo lujo de detalles, nos dan los medios de comunicación cada vez que
se produce uno de estos sucesos o que no hayamos visto hasta la extenuación en
el cine de acción, tan rico en argumentos que sitúan a los viajeros en situaciones
extremas. El interés de esta obra del marroquí Ahmed Ghazali radica en el diálogo que el secuestrador mantiene con
un compatriota que viaja en el avión, el cual trata de hacerle recapacitar
sobre el sinsentido de su acción utilizando todos los razonamientos dialécticos
a su alcance. Así, llamará su atención sobre la inocencia de los secuestrados o
sobre el efecto que su martirio
provocará en sus seres más queridos, uno de los cuales, su padre, matarife de
profesión, está presente a un lado del escenario ejerciendo su oficio. Durante
el desarrollo del secuestro procede, en una acción que se ajusta al tiempo real
de la función, a descuartizar un cordero siguiendo al pie de la letra la
práctica musulmana, sobre la que una voz en off nos ilustra.

FOTO: LUISA XARNACH |
Uno de los aspectos más interesantes
de este espectáculo, que justifica plenamente su inclusión en una muestra
dedicada a la escena contemporánea, es la puesta en escena que Josep Pere Peyró, ligado en sus inicios
profesionales al Teatro Fronterizo de Sanchis
Sinisterra, ha planteado a partir de la propuesta del autor. Aunque Ghazali, autor de textos de gran
interés, como El cordero y la ballena y
Tombuctú, cincuenta y dos días en
camello, vive fuera de su país –actualmente
reside en Barcelona, después de haberlo
hecho en París y Montreal-, su
teatro es deudor de esa
tradición árabe que representan los narradores de cuentos que actúan al aire
libre rodeados de un público expectante. Desde esa perspectiva, la cuarta pared
propia del teatro a la italiana es una barrera que trata de romper con el
propósito

FOTO:
LUISA XARNACH |
de reunir a público y actores en un espacio común. En esta ocasión,
la propuesta contempla que un cierto número de espectadores ocupe los asientos
del avión secuestrado, confundiéndose, de ese modo, con los actores. El resto
se instala, en el proyecto original, en sendos graderíos dispuestos a ambos
lados del avión. El experimento, al menos en la
represtación que aquí se comenta, no alcanza los objetivos pretendidos. Puede
deberse, en parte, a que, a pesar de poder hacerlo, no se ha roto la
disposición a la italiana de la sala de Cuarta Pared. El avión ocupa el
escenario habitual y el público se sitúa frente a él. Pero en lo que falla la
propuesta es en la escasa colaboración del grupo de espectadores incorporados a
la acción. En
vez de aprovechar la oportunidad de crear su papel e integrarse en la acción,
permanecen impasibles ante lo que sucede a escasos centímetros de ellos. ¿Se
les brinda esa
posibilidad?,
es la pregunta que subyace.
El
caso es que el resto de espectadores percibe esa pasividad, inconcebible en
seres sometidos a una situación de tanta tensión. Con todo, este reparo no
significa que el esfuerzo no haya merecido
la pena. Son estos
planteamientos arriesgados los que contribuyen a romper moldes.
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