RESEÑA, 2003
NUM. 347, pp. 10 |
ILDEBRANDO BIRIBÓ
O
“UN SOPLO AL ALMA”
LA MEMORIA DE LOS ACTORES
ES UN TEXTO ORIGINAL, RICO EN
CONTENIDO
Y CON UN CARÁCTER DE PEQUEÑO
TRATADO DE HISTORIA TEATRAL |
Título: Ildebrando Biribó o “Un soplo al alma”.
Autor: Emmanuel Vacca.
Traducción e interpretación:
Alberto Castrillo-Ferre
Escenografía, Atrezzo y vestuario:
La Vascoaragonesal
Espacio Sonoro: Iñaki Rikarte / Manuel Maldonado.
Iluminación: Patricio Jiménez.
Producción: Carmen Carrasco.
Compañía de teatro: El Gato Negro.
Dirección: Iñaki Rikarte.
Estreno en Madrid: Teatro Pradillo,
9-1-2003 (En gira) |
ALBERTO CASTILLO-FERRE |
El texto de Emmanuel Vacca se remonta a la época del estreno de
Cyrano de Bergerac. Allí ocurrió algo sorprendente. Al final de
la obra, Ildebrando Biribó estaba muerto en la concha del
apuntador. Ildebrando fue el apuntador de la primera
representación mundial del tal Cyrano.
Resulta original que el autor Emmanuel Vacca se haya fijado en
el apuntador para reconstruir los entresijos del arte teatral.
Hoy, los apuntadores enclaustrados en un agujero y con concha
como palio, ya han desaparecido, pero fueron la voz de aquellas
itinerantes compañías de repertorio que a las siete
representaban a Echegaray ya las diez a Arniches. Gracias a él,
Arniches no ocupaba el terreno de Echegaray, ni éste el de
aquel. Este monólogo sobre Ildebrando termina por ser un
homenaje a la figura del apuntador, siempre olvidada en las
fichas técnicas y en los anales de la literatura teatral. ¿Han
visto alguna vez que en el elenco de la obra publicada, después
del estreno, aparezca Apuntador: Ildebrando Biribó? o ¿que una
crítica de la época elogie lo bien que se apuntaba sin que el
público lo oyera? o ¿que los actores, en esos lapsus memoriae,
den las gracias a ese salvavidas textual que es el apuntador?
¿Ha salido a saludar alguna vez cuando los aplausos son
atronadores?
Vacca se ocupa de esta figura humilde y la aprovecha para evocar
el mundo del teatro desde muchos ángulos. Al mismo tiempo nos
descubre la auténtica personalidad de esta profesión: la posible
frustración de no haber podido llegar a ser actor y la
consiguiente compensación cuando por oficio encarnan a todos los
personajes teatrales: galanes, damas, malvados, niños,
ancianos... El actor se tiene que conformar con el personaje que
la producción le asigne. El apuntador no tenía que doblegarse a
esta condición.
Es un texto original, rico en contenido y, a la vez, un pequeño
tratado de historia teatral. En su género aparece como monólogo,
pero bien advierte el programa de mano que es un “monólogo a
varias voces”. Todo monólogo tiene algo de esto, pero en este
caso la acentuación es mayor. Podría dársele otro tratamiento
escénico: visualizarlo a través de diversos actores. No obstante
la enjundia de la puesta en escena radica en encomendárselo a un
solo actor.
Tal tratamiento obliga a desplegar la imaginación en cuanto a la
interpretación, movimientos y recursos escenográficos y de
atrezzo. Todo lo mencionado está bien conseguido. La dirección
de Iñaki Rikarte encuentra el ritmo adecuado y la solución para
las transiciones espaciales y conceptuales, así como para la
concepción del espacio escénico, al crear ese buró decimonónico
de funcionario, que es una gran caja de sorpresas, con una
transformación muy ingeniosa que recrea los diversos lugares de
la acción. La hora y media es un vuelo.
Alberto Castillo, intérprete y traductor del texto, es un actor
con muchas cualidades que hace muy suyo este Ildebrando y
despliega una gran gama de matices en sus personajes. Es un
trabajo actoral bueno. No obstante todavía le falta, en algunos
momentos, la simbiosis total con los variopintos personajes. Esa
cualidad que poseen los grandes veteranos de los monólogos en
donde nos engañan hasta el punto de que el espectador no
distingue entre actor y personaje. Entre ellos Pavloski con su
«gran loca» Pavloski. Nunca olvídaré el desdoblamiento entre la
«loca pluma» y el director Pavloski cuando en uno de sus
espectáculos nos hizo participar a los espectadores y nos
preparó entre bastidores. La «loca pluma» había desaparecido y
te encontrabas ante el exigente director de escena. Pues bien, a
Alberto todavía le falta ese punto de encarnación total. O
dicho, en otras palabras, debería revisar cierta sobreactuación
en algunos momentos.
Ildebrando Biribó es un texto enternecedor en cuanto al
contenido, por el personajillo enamorado del teatro desde su
anónima gruta, y bueno en cuanto al trabajo escénico.
|