WOYZECK
LA INDIGNIDAD HUMANA
Título:
Woyzeck.
Autor: Georg Brüchner.
Traducción al portugués: João Barrento.
Dirección: Nuno Cardoso.
Escenografía: F. Ribeiro.
Vestuario: Teresa Acevedo Gomes.
Música original: Sergio Delgado.
Iluminación: José Álvaro Correía.
Movimiento: Marta Silva
Preparación vocal y locución: Magna Ferreira
Intérpretes: António Fonseca (capitán,
Barbero, Soldado, Coro de la Hospedería), António Júlio
Carlos, eltonto, Soldado), Catarina Requeijo (Margarita,
Niña, Ctarina), Cátia Pinheiro (María), Daniel Pinto
(Charlatán, Hospedero, Soldado), Nuno Cardoso (Doctor,
Estudiante, Soldado, Coro de la Hospedería), João Miguel
Melo (André, Segundo Artesano, Aprendiz, Coro de la
Hospedería), Luis Araújo (Judío, Primer Artesano,
Aprendiz, Segundo Artesano), Aprendiz, Solddo, Coro de
la Hospedería), Miguel Rosas (Sargento, Primer Artesano,
Aprendiz, Coro de la Hospedería), Patricia Brandão
(Vieja, Abuela, Croo de la Hospedería), Paulo Moura
Lopes (Tambor-Mayor, Coro de la Hospedería) y Tónan
Quito (Franz Woyzeck).
Producción: Teatro Nacional São João (Oporto).
Duración: 2 horas (sin intermedio)
Espectáculo en portugués con sobretítulos en
castellano.
Estreno: Teatro de la Abadía, 26–I–2006. |
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Georg Brüchner, el autor de Woyzeck, murió en 1837
a los veinticuatro años de edad, dejando la obra sin concluir.
Es un milagro que haya llegado hasta nosotros. Alguien encontró
tres años después de su muerte los cuadernos en los que estaba
incompleto y sin corregir el manuscrito de la obra. Cuando
cuatro décadas más tarde se decidió su publicación, las malas
condiciones de conservación, hacían el texto ilegible. Fue
necesario someter el material a un proceso químico para
recuperarlo. Desde 1922, fecha de su segunda edición, su
influencia en el teatro occidental no ha cesado. La ejerció
sobre Bertolt Brecht y los jóvenes dramaturgos
expresionistas alemanes, inspiró el libreto de la ópera de
Alban Berg y Antonin Artaud la eligió para
representarla en el Teatro de Crueldad, que fundara en 1935.
De entonces acá son innumerables las puestas en escena que ha
conocido Woyzeck. Uno de los atractivos para los
directores es, sin duda, su carácter de obra abierta, lo que
permite que también lo sea el proceso creativo seguido durante
los ensayos. Pero tiene otros atractivos tan importantes o más.
La obra ha sido vista como una condena a la conducta moral de la
sociedad de todas las épocas. Una sociedad tan devota de los
avances científicos como hipócrita, pues se niega a ver la
lamentable realidad del pésimo funcionamiento del mundo. En
cuanto al protagonista, la fascinación que provoca es inmensa.
Se trata de un antihéroe, de un ser marginal enfrentado a una
situación que no entiende, pero que le agobia porque no sabe
como luchar contra ella. Woyzeck encabeza, en el teatro
contemporáneo, una inmensa y rica galería de personajes
moribundos.
Nuno
Cardoso, un joven director portugués, responsable de la
segunda sede del Teatro Nacional Sâo Joâo, b Oporto, la ha
llevado a escena y ha ofrecido su personal visión del drama
büchneriano. En el programa de mano, en una nota sin firma, la
obra es situada en la confluencia del romanticismo y del
realismo social y es vista como un manifiesto en forma teatral
que identifica las estrategias de perversión de la dignidad
humana, en la que se asienta el nuestro sistema capitalista. En
la nota se dice también que el autor, a través de una estrategia
de denuncia expresada con una escritura casi terrorista, nos
obliga a reflexionar sobre la miseria y el dolor como núcleos
fundadores, pero ocultos, de las llamadas sociedades
democráticas. La puesta de Nuno Cardoso es coherente con
esta lectura de la obra. El escenario, una superficie lisa de
madera, que recuerda la imagen congelada de una ola, es el
espacio por el que navegan, alumbrados y tal vez vigilados por
la luz o la cámara suspendida en lo alto de un fino mástil, una
serie de personajes, que más parecen objetos a la deriva que
seres humanos. Son individuos arrojados por la borda por tipos
sin escrúpulos, como el Capitán y el Doctor,
que flotan porque están huecos. Sólo los más débiles acaban
hundiéndose cuando sus frágiles carcasas se rompen contra las
rocas de un mundo hostil.
Siguiendo
con el símil marítimo, la puesta en escena parece navegar, a
veces, por aguas encrespadas y, otras, por la superficie inmóvil
de un mar en el que reina calma chicha. Son trepidantes las
escenas en las que Woyzeck y su amante María
bajan y suben de la ola a la carrera, aquel empujando una pasada
carretilla y, ésta, el cochecito en el que lleva al hijo de
ambos. O las de la barraca de feria y, en general, aquellas que
se desarrollan en lugares concurridos. No hay, pues, un ritmo
sostenido, aunque no sea éste el mayor inconveniente de la
propuesta de Cardoso. Lo es, a mi juicio, algunas
alteraciones que ha introducido en el orden de las escenas, cuya
intención desconocemos, pero que dificultan la compresión de la
obra, sobre todo por parte de quienes la ven por vez primera. El
texto original describe la presencia a telón bajado, en el palco
escénico, de una banda militar. Cuando la representación se
inicia, una coplera acompañada por un guitarrista ciego canta
una balada sobre lo que se va a ver. Habitualmente, ambos
pasajes se suprimen y la acción se inicia en el cuartel en el
que Woyzeck sirve de soldado en el momento en el
que se dispone a afeitar al Capitán. No es gratuito que tal
escena sea la primera, pues en lo que dice el oficial se dan
algunas de las claves esenciales de la obra. Lo es, por ejemplo,
la frase con la que responde al entristecido
Woyzeck,
que lamenta no poder ser virtuoso porque no es más que un pobre
diablo: “Anímate, Woyzeck. En el fondo eres un hombre bueno, un
hombre muy bueno. Pero piensas demasiado, y eso es malo”.
Trasladar esa importante escena a otro momento de la
representación, como sucede aquí, no parece una buena idea.
Diez de los doce actores que integran el reparto, interpretan a
varios personajes o participan en las escenas corales. Es un
trabajo sin altibajos, fruto seguramente de un proceso creativo
en el que todos han participado, en la mejor tradición de aquel
teatro independiente portugués que alcanzó su cenit en los años
que siguieron a la Revolución de los Claveles. Incluso Tónan
Quito y Cáthia Pinheiro, que asumen los papeles protagonistas,
mantienen un contenido tono interpretativo, como si no quisieran
apartarse del conjunto.
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