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LA VERBENA DE
LA PALOMA
De
PRODUCCIONES
SOTO-SEVILLA S.L.
BUENA INTERPRETACION
Y AMOR POR EL TRABAJO
ESTA VERBENA DE 2007
EN EL
TEATRO GRAN VÍA
REIVINDICA EL VALOR DEL ABANICO |
Título:
La
Verbena de la Paloma
Libro: Ricardo de
la
Vega
Música: Tomás Bretón
Nueva versión de Nieves Fernández de Sevilla y José Antonio Irastorza
Escenografía: Antonio Lagar JR
Vestuario: Nieves Gutiérrez
Director Técnico y diseño de luces: Alexandro Docarmo
Decorados: Escenaarte S.L.
Maquinista: César Martínez
Realización de vestuario: Antología S.L.
Sastrería: Inmaculada
Atrezzo: Mateos
Attrezzista: Esperanza Ruiz
Transporte de Decorados: Hernández Hnos.
Transporte de Compañía: Autocares Salas
RRPP: María Jesús Sevilla
Maestro repasador: Miguel Ángel
Gerencia: José Ramón Irastorza
Coordinación General: Nieves Fernández de Sevilla
Dirección General: José Antonio Irastorza
Producciones Soto Sevilla
Intérpretes: Enrique del Portal
(D.Hilarión), Lorenzo Moncloa (Julián),
Rosa Ruiz (Susana), Asunción Fernández (Sra. Rita), Amelia Font/Amparo Madrigal (Tía Antonia),
Luis Bellido (Tabernero), (María Jesús Sevilla (Casta), Rafael Álvarez de Luna
(Don Sebastián), Vicky Zazo (Cantaora), Ángel Castilla (Mocito 1), Diego Falcón
(Mocito 2), Narciso Tenorio (Inspector), Román Fernández/Oscar Cabañas
(Sereno), Miguel Expósito (Vecino), Nuria Puig (Vecina), Remy Fontanillas (Gardia 1º), Yolanda Fernández (Doña
Severiana)
Bailaora: Cristina Guadaño
Coro titular de
la Compañía
Orquesta titular de
la Compañía
Dirección escénica: Antonio Ramallo
Dirección Musical: José Antonio Irastorza.
Duración: 1h 45 minutos (con intermedio)
Estreno en Madrid: Teatro Gran Vía, 31 – VII - 2007 |
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En lo que llevamos de temporada y muy juntas una de otro tenemos dos Verbenas de
la Paloma. Una de la Ópera Cómica de Madrid y esta última de Soto-Sevilla S.L.
producciones. De la primera ya hemos dado cuenta en su momento. Esta Verbena, en
palabras de sus creadores, quiere ser lo más fiel al casticismo y la
reproducción de la época. Por lo tanto no vamos a ver traslaciones a otras
épocas, ni nuevos experimentos. Lo que sucede es que este negarse en principio
a otras posibilidades, es negarse a otras lecturas y por lo tanto cerrarse a la
creatividad, lo cual no quiere decir que cualquier originalidad vaya a misa.
Pero, bien, hay que aceptar la declaración de principios.
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Con respecto al tema del
casticismo: creación de tipos, modos de hablar, vestuario etc… creo que hay que
ir con mucho cuidado. Se ha repetido ya, por activa y por pasiva, que, por
ejemplo, los castizos diálogos de Arniches no todos parecen estar sacados del habla del pueblo sino inventados por él y
posteriormente pasaron al pueblo. Quiere esto decir que cuando hablamos de casticismo no está muy claro que reproduzcamos la vida misma, sino la vida subida al escenario con unos diálogos que
veces se les ha llamado literarios y otras populares. Por lo tanto, lo más que
podemos decir es que se quiere ser fiel a
La Verbena de
la Paloma de Ricardo de
la Vega y no tanto al Madrid popular de 1894. |
También es cierto que en su época se alabaron los tipos populares
de la obra, pero el periódico El Resumen advertía “no es
solamente una exposición de tipos populares de esos que hace tan magistralmente el laureado sainetero (Ricardo de
la Vega)”… Por lo tanto a lo
más que se puede aspirar es a reproducir el Madrid de Ricardo de
la Vega. A esto hay que añadir que después de 111
años repitiendo Verbenas de
La Paloma se han ido
incorporando modos de hacer, de moverse, de pronunciar que eran propios de tal
o cual versión. Por ejemplo, aquí se juega en el prólogo y en la obra con ese
modo de andar chulesco de los hombres con las manos en los bolsillos y
entrelazando las piernas. Es un modo escénico de andar y no tanto un modo real.
En el vestuario, si observamos las fotografías del estreno que reproducían
trajes de la época, pues la historia era contemporánea a los espectadores,
tales trajes se han ido sofisticando pasando de un vestuario naturalista a otro
más teatral.
Todo esto viene a cuento porque siempre es un problema cuando se
quiere ser fiel a los orígenes, pero ¿a qué orígenes?
Dicho esto y sabiendo la mentalidad de fidelidad, me sorprendió,
el día del estreno, lo que yo creí ser ingenua técnica brechtiana. Era el 31 de
julio y la obra se desarrolla en la noche del 14 de agosto. Dos fechas que en
Madrid son calurosas y ese 31 más. Se apagan las luces y queda el foso de la
orquesta iluminado. El clamor de unas
voces: “¡Aire!
¡Aire!” Todo
era congruente y moderno. Las voces, desde la fila 18, parecían surgir del foso
musical. No me disgustó, pero lo que yo interpreté como vida escénica, era la
vida misma. Los espectadores se quejaban del asfixiante calor y pedían le aire
acondicionado. Tales quejas no existieron el 18 de febrero de 1894 cuando se
estrenó en el Teatro Apolo, porque estaba Madrid con los fríos invernales.
Los espectadores vestidos de invierno
escuchaban a los personajes asfixiados de calor, porque así lo pedía la
historia.
Don
Sebastián: El calor que
hace esta noche
Si que es una atrocidad
Y yo tengo a todas horas
La cabeza tan sudá
Portero: El niño está
dormido
Acuéstale mujer
Portera: Si hace un
calor arriba
Que sale fuego de la pared |
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En esta ocasión espectadores y personajes sufrían del mismo mal y
los abanicos, en el patio de butacas, se sumaron a la orquesta. Los mil
perdones y la confesión de que el aire estaba dado no calmaron los ánimos. Como no había remedio José Antonio Irastorza, director musical, al pasar por mi lado para
acudir al foso rezongaba: “Ahí voy con un
par…”. Alcanzó el atril y los aplausos
de deferencia prepararon la alzada del telón.
Para alargar la obra se comienza con un prólogo, cuyo fondal es un
enorme periódico. El personaje es un repartidor de periódicos y voceador de
noticias, como antaño. Tales noticias nos informan de la época y
costumbres, así como de la devoción a
La Virgen de
la Paloma que hasta el más descastao e
irreligioso no permite que se la toquen. Para demostrarlo se persona uno de
esos descastaos de andares chulescos, que divierten a una sección del público,
pero que resulta un tanto tópico. A ese mismo andar se
recurrirá para el mutis y entrada del tabernero y sus dos amigos. A mi
restallan y me sobran. A una parte del público le divierte.
Después vienen otros
tipos: los barquilleros. Estos pululaban por aquel Madrid y provienen de Agua, azucarillos y aguardiente. Son
cuatro del género masculino. Esta precisión viene a cuento porque en su origen
y durante mucho tiempo los cuatro barquilleros se encomendaban a 4 tiples. Así se
estrenó – 23 de junio de 1897 - y ellos/as eran: Esperanza Pastor, Carmen
Calvo, Srta. Lagarriga y Juanita Fernández. Después en algunas
versiones los barquilleros fueron bastantes más, a veces hombres y otras
mujeres. Se creaba una coreografía y de ahí el que cuatro no bastasen. El hecho
de encomendar la partitura a tiples, se debía a
que al ser más menuditas y tener voz blanca
podrían evocar más a los barquilleros adolescentes. También había en la época
otra convención. Muchos de los militares en las zarzuelas los interpretaba el
coro femenino. Tras este travestismo se ocultaba la picardía de contemplar a
las vicetiples en pantalones y por lo tanto de gozar con sus formas. El mundo
de la revista marcaría más las formas de las vicetiples. La versión que se nos
ofrece resulta discreta y sin grandes pretensiones, pero hubiera sido de desear
mayor espectáculo.
La idea de este prólogo es acertada pero lo mismo que se ha
recurrido al número de los barquilleros ¿por qué no alargarlo un poco
más e incluir otros números musicales de otras obras que reflejen ese Madrid
popular de 1894?
Tras este prólogo el telón baja y comienza el conocido y
emblemático preludio. El telón permite la escucha pura de la música. Alzado el
telón la obra se va a ir desarrollando con cierta discreción y a veces con
brillantez, tanto en la puesta en escena, como en la interpretación y en la
parte musical.
Hay que situarse que este montaje no posee un presupuesto fabuloso
y dentro de estas coordenadas se juzga. |
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Por empezar de algún modo, vamos al vestir la escena: escenografía
y vestuario. Con respecto a la escenografía – estrena decorados - se recurre al decorado de cuerpo y no a
telones pintados, los cuales se han dejado ya desde hace varios años. La
obra tiene tres ambientes, ubicados en la zona de
La Latina de Madrid: Calle
Toledo, Calle de
La Paloma,
Calle del Águila etc…, una serie de callejas con algo de descampado hacia la
puerta de Toledo. En esta ocasión los
tres ambientes se reducen a dos: El primer cuadro con
la Botica, la casa de pisos y
la taberna. La buñolería/churrería no existe, aunque esta sección desaparece en
muchas versiones y se entiende menos eso de…
Toma un churrito
mi niña toma
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…y, de siempre, resulta
falsa la irrupción de chulapos y chulapas para entonar el Por ser
la Virgen
de
la Paloma. No se prepara la irrupción de ellos y resulta falso. Aquí también, y con
mayor artificio, al comprobar cómo el tabernero y amigos se convierten en
tramoyistas para desplazar la mesa, que se ha situado, equivocadamente, en el
centro. Cuando la marabunta de jovenzuelos chulapos se van, vuelven a su
contrato de tramoyistas. No se entiende semejante torpeza.
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Este es un defecto repetitivo en este montaje. Vemos como entran y
salen los diversos personajes o grupos, no consiguiendo la fluidez narrativa.
En el segundo acto, cuyo
protagonismo escénico es la reja de la casa de las dos chicas y la fachada del
Café Melilla, el espacio queda demasiado angosto la situar la reja paralela a
la batería del proscenio. ¿No se podría haberla situado en Chaflán? Tal
angostura se aumenta nada más levantarse el telón. Se ha decidido sacar a
la Cantaora a
escena y se la añade una bailaora. Originalmente
la Cantaora canta entre
cajas y la bailaora no existe. |
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En las últimas versiones hemos visto el interior del Café Melilla
por transparencia; en otras
la
Cantaora canta entre cajas y para el baile coreado la
bailaora sale a la calle etc… Todas son válidas, pero lo que no hay que perder
de vista es que, dramáticamente, la cantaora sirve para evocar un ambiente – el
de los Cafés Cantantes - y dar motivo al baile de
la
Tía Antonia, la cual es la verdadera
protagonista. En esta ocasión, debido al
espacio, todo aparece amontonado. A la bailaora se le pone difícil su baile que
termina por ser repetitivo y los personajes se empastan entre sí.
Y vamos al tercer ambiente. Se reproduce el primero, a la que se
le han añadido unos farolillos verbeneros que penden de las alturas. En
principio es una solución válida, ya cada calle tiene su aderezo verbenero y su
baile. Incluso en el texto, Don Sebastián aduce que hay 72
salones de baile muy modernos. En principio se ha sido congruente al hacer que Don
Sebastián, al hacer mutis en el primer acto, en vez de largarse hacia
su calle, entra en una de las casas, la
suya. Lo que ya se entiende menos es por qué – estamos en la misma noche – en
el primer cuadro no están los farolillos y sí en el último. La calle podría
aparecer ya aderezada desde el comienzo. El que D. Hilarión, en su huída
retorne a su calle es válido y el que no se meta en su botica es razonable, ya
que, en su desconcierto, necesita que le atiendan y así se prepara el segundo
encuentro de Julián y Don Hilarión. En la botica nunca
hubiera entrado Julián a tomarse un refrigerio, sabiendo quién es el
dueño.
Se ha hablado de estrenar decorado y cumple suficientemente su
función, se echa de menos lo que en escenografía se conoce como ambientación:
el paso del tiempo. Las paredes de las casas resultan demasiado limpias.
Si me he detenido en este aspecto espacial es porque uno de los problemas
de este montaje es la falta de espacio. Tal dificultad obliga a revisar la
puesta en escena para este local.
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Dos personajes protagonistas
en esta versión son Don Hilarión y
la Tía Antonia, sobre todo esta última que adquiere gran
protagonismo. Amelia Font muestra
una gran capacidad de histrionismo, en algún momento exagerado para mí, pero
que divierte al público. A ello suma una interpretación musical con buena
entonación en un personaje que a veces al esperpentizar el cuerpo y la voz,
destroza la partitura. No es éste el caso. Su interpretación actoral roza la
payasada y esto no conviene. |
Don Hilarión interpretado por Enrique del Portal es
un acierto. Don Hilarión es ese vejete simpático para unos, viejo verde
para otros, al que le gustan las hijas de
Eva y se siente como un muchacho. Enrique
del Portal consigue combinar senectud con vitalidad. Se lo pone fácil, es
un decir, su voz de tenor que a pesar de sus 75 años se mantiene
vibrante. Su caracterización da una elegante senectud y su voz de tenor la frescura y la vitalidad que pide el
personaje. Muestra, en expresión manida, un buen dominio de las tablas. |
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Otro de los personajes de “pelo en pecho” es la seña Rita, que interpreta Asunción Fernández. De voz melodiosa y
segura, hecho de menos – es posible que caiga en un convencionalismo - más graves en la voz y sería desear una mayor
fuerza y altivez en la interpretación.
Lorenzo
Moncloa interpreta a Julián. Es
tenor con una gran naturalidad en la emisión de su voz y sobrio – de agradecer
– en el aspecto interpretativo.
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Quien destaca por voz e
interpretación es Rosa Ruiz en su
papel de Susana. Para mí que la han vestido de la duquesa de Luisa Fernanda. Le falta acentuar el
polisón. Claro que puede que yo no esté muy al corriente de las modas. De voz
vibrante compone una convincente Susana.
A Vicky Zazo,
la Cantaora, se le pediría
más fuerza y garra en su voz. Le falta ese punto de empaque musical.
Personajes secundarios, pero emblemáticos son los consabidos
guardias y el sereno. De siempre su comicidad ha sido el propio texto y su
habla: gallego y asturiano. Aquí se ha exagerado y pierde credibilidad. Por
otro lado falta volumen de voz.
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El estreno siempre está, imagino, lleno de nervios. Eso pudo
provocar pequeñas vacilaciones en el coro, en algún momento.
En general es de alabar una buena interpretación y sobre todo un
entusiasmo y amor por lo que se hace en todos. Esto es algo que llega al
público.
Es de agradecer que no se insista en esos manidos modos de hablar
chulescos al que acuden otras versiones. Modos de hablar que se ha dicho
madrileño, con el que hay que ser sobrio, porque, como ya he dicho
antes, más bien es un invento teatrero que testimonial de un pueblo.
Al terminar seguía el aire caliente en la sala y los abanicos bailaban
en las muñecas y besaban los pechos de algunas. Enrique del Portal en su primer parlante musical del primer cuadro
cambió la letrilla, pidiendo Aire. Era
un modo de solidarizarse con la protesta y pedir disculpas con elegancia.
Lo que está claro es que el abanico nunca falla.
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